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jueves, 4 de diciembre de 2014

¡Llorad y aullad! - Santiago 5:1-6

Pocas cosas nos generan mayor molestia, frustración y rabia que sentir que hemos sido acusados o tratados en forma injusta. Y aunque hemos sido testigos de los grandes y costosos esfuerzos de individuos, organizaciones y gobiernos para disminuir y erradicar la injusticia de nuestra sociedad, al hacer una evaluación honesta del estado de actual de esta, encontramos que aún nos falta mucho para lograrlo, muchas más revoluciones, marchas, protestas, huelgas y legislaciones. Hierve la sangre cuando somos testigos de la opresión de compañías y aún gobiernos que haciendo uso de su influencia y poder para enriquecerse a costa de la desgracia e impotencia de otros. Sin temor a equivocarnos, bien podemos concluir que, tristemente, no seremos testigos de los ideales de equidad y prosperidad una vez predicados y difundidos por aquellos visionarios que dieron origen a nuestros países. La condición del ser humano debido a la intrusión del pecado, lo imposibilita para lograrlo. A los buenos les pasan cosas malas, y a los malos y corruptos parece que todo les va bien. Los extremos de la pobreza y el hambre, por un lado, y la riqueza y excesos por el otro, debido al ego, han probado ser irreconciliables. En labios de Israel: “Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon” (Malaquías 3:14-15).
Las buenas noticias es que llegará el día en que la lógica divina, de la que leemos en las Escrituras, cobrarán sentido. Santiago dice: “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán” (Santiago 5:1). Aunque hay mucha injusticia en el mundo hoy, Dios ha prometido que llegará el día en que encontraremos la “...diferencia que hay entre el bueno y el malo, entre el que adora a Dios y el que no lo adora. ” (Malaquías 3:18, DHH). Por lo pronto, la advertencia ha sido proclamada: “Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros” (Santiago 5:2-3). El prosperar a costa de la integridad física y financiera de otros es gravemente condenado por el cielo. Santiago 5:4 y 6 asegura que: “He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos... Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.
Es por momentos complejo conciliar las ideas de amor y misericordia con estos mensajes de juicio y castigo presentados por Santiago. Pero esto es cuando tratamos de entenderlas en forma independiente cuando esta discordia sucede, sin embargo estos mensajes forma parte de un solo paquete. El apóstol Juan cuestiona: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20). Por eso las palabras tan duras y punzantes de Santiago.

viernes, 21 de noviembre de 2014

La humildad de la sabiduría divina - Santiago 3:13-4:10

Es evidente, habiendo leído hasta éste punto de la carta de Santiago, y habiendo sido expuestos a varias deficiencias de la naturaleza humana, y de las cuales también nosotros participamos, los que pertenecemos, de acuerdo a Pablo y demás autores del Nuevo Testamento, a las “doce tribus que están en la dispersión” (Santiago 1:1), que si hay algo que urgentemente necesitamos, es la capacidad de discernir y ejecutar entre lo justo e injusto.  Siendo honestos con nosotros mismos y a la luz de la santidad y justicia divina encontramos que nuestros argumentos para salvación no son más convincentes que “vestiduras viles” (Zacarías 3:3) y “trapos de inmundicia” (Isaías 64:6).  Por eso el llamado de Santiago: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4:10).
Sin embargo, por más hermoso, lógico y romántico que suene el llamado, debemos reconocer que es un llamado que va completamente en contra de nuestra lógica y naturaleza humana, pues si nos humillamos para ser exaltados, ya allí nuestra humildad deja de ser genuina y se convierte en inservible, simplemente un disfraz más de nuestro egoísmo.  Es por eso que las Escrituras son tan insistentes en nuestra condición: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10), y “aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor” (Jeremías 2:22), y “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 2:4).  El único camino que permite una humillación genuina es el reconocimiento de nuestra indignidad, pues la verdadera sabiduría entiende sus límites (Santiago 3:13), encontraste con la ignorancia que es temeraria.
Hay una marcada diferencia entre nuestra sabiduría y la celestial, la cual radica básicamente en la presencia o ausencia de egoísmo, que de acuerdo a Santiago es un rasgo simplista, animal y diabólico, pues “donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 2:15-16).  Por otro lado, Santiago asegura que “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.  Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:17-18).
Es fascinante analizar la oferta del cielo para solución de nuestros conflictos y purificación de nuestros corazones, pues es completamente opuesta a nuestras evidentes conclusiones, dice Santiago: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.  Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:2-3), con razón, desde lo personal hasta lo étnico y político, las guerras y conflictos vienen de nuestras pasiones, de nuestras tendencias naturales heredadas por el pecado.  Reconocemos, pues, que el ego, siendo el motor natural de nuestras intenciones y acciones, es también el padre de todos nuestros defectos, que motiva una constante pero infructuosa búsqueda de la satisfacción, relevancia y trascendencia en nuestras vidas.
Debemos luchar con la constante tentación de dividir nuestra lealtad, pues “la amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Santiago 4:4).  En sí, el mayor obstáculo que debemos superar para recibir la sabiduría celestial y divina somos nosotros mismos.  Por eso, Santiago aconseja, “someteos, pues, a Dios”, para entonces poder “resistir al diablo” (Santiago 4:7), en ese orden.
No son muchas las opciones con las que contamos, en realidad sólo hay una.  No es la que mejor, ni la que se adapta a nuestras exigencias, sino que más bien nos saca de nuestra zona de conforte y nos confronta: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.  Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.  Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4:8-10).

viernes, 14 de noviembre de 2014

Dominar la lengua - Santiago 3:1-12

El capítulo 3 de Santiago es una invitación, un llamado a entrar en un proceso personal de concientización del uso de nuestras palabras, “porque todos ofendemos muchas veces” (Santiago 1:2). Santiago lo identifica como un mal generalizado y apunta especialmente al efecto que puede producir en otros. Por tal motivo, y dentro de ésta dinámica de autoevaluación al que somos llamados, se nos indica la gran responsabilidad de los maestros, que tienen el privilegio de participar en la formación de opinión de otros. Se nos asegura que un mal uso de éste privilegio pesaría en contra nuestra ante el juicio, por lo que se le aconseja a muchos a mejor no ejercerlo, pues la condenación sería mayor (Santiago 3:1).
En un altercado con los fariseos, Jesús fue enfático en éste mismo punto. En Mateo 12:34-37, Jesús asegura, “¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca... toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” Es decir que lo que decimos, y cómo lo decimos tiene un origen y una intención que determina la condición real de nuestro corazón, con efectos en el resultado final en el día del juicio. Con razón Salomón dijo que “aun el necio, cuando calla, es contado por sabio” (Proverbios 17:28).
Haciendo alusión al poder del freno en los caballos y al timón en los barcos, Santiago indica que lo que decimos, el uso de nuestra lengua, tiene el poder de afirmar nuestros pensamientos y reafirmar los malos sentimientos, y por ende marcar el rumbo de nuestras conclusiones y opiniones, y así, el de nuestras vidas (Santiago 3:3-5). Es por esto que Santiago se maravilla del impacto que algo tan pequeño, como un timón, un freno y la lengua, tienen.
Al ver el panorama pintado por Santiago, y al hacer caso al llamado de autoevaluación y concientización, encontramos que la razón del mal uso que hacemos de nuestras palabras es nuestro corazón está contaminado. Sin embargo, las Escrituras aseguran que Dios ha puesto un plan, una dinámica que promete descontaminarnosNo podemos pretender estar bien con Dios porque le bendecimos, cuando haciendo uso del mismo recurso perjudicamos a nuestros hermanos (Santiago 3:9-12). Sin clarificar a qué se refería en forma específica, Pablo exclama: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” A lo que él mismo contesta: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:24-25).

jueves, 6 de noviembre de 2014

Fe que obra - Santiago 2:14-26

Podemos estar de acuerdo de que no porque un nutriólogo le diga a una persona: "debes de comer menos", y a otra persona: "necesitas comer más", significa que se esté contradiciendo, y que con una indicación está desbancando la otra. Es lógico concluir que debemos considerar el contexto de ambas declaraciones además de conocer los rangos óptimos e ideales en materia de nutrición y peso corporal. En términos simples, al individuo que se le pide que coma menos, es seguramente porque su peso está por encima del óptimo, y al que se le pide que coma más, porque su peso está por debajo del ideal.  No es diferente con las Escrituras, y específicamente con el tópico tratado por Santiago, en el capitulo 2 y versículos 14 al 26, donde en el versículo 21 dice: "¿No fue justificado por las obras Abraham...?” vs “Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse” (Romanos 4:2). En un momento regresaremos a esta misma aparente contradicción, pero primero debemos preparar el escenario para que nuestro análisis sea honesto para con las intenciones tanto de Santiago, como las de Pablo en Romanos.
Lo que Santiago quiere transmitir no es muy complejo: la fe no es un ejercicio intelectual o filosófico, más bien es la toma de acción motivada en certezas y convicciones más allá de lo comprobable (cf. Hebreos 11:1). Santiago no contradice a Pablo, sino que trae balance a la discusión de la justificación por la fe, pues “como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26). Las obras son, entonces, el resultado de la fe. Sin éstas, la fe ya no es fe, sino que es reducida simplemente a buenos deseos sin aporte alguno en nuestra salvación (Santiago 2:14). Las fórmulas “obras sin fe” y “fe sin obras” son ambas condenadas en las Escrituras, por lo que Santiago las corrige diciendo: “Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18).
Creer en Dios al punto de temblar pero sin tomar acción es, en palabras de Santiago, estar al nivel de los demonios, que claramente están fuera de toda posibilidad de salvación (Santiago 2:19). Tal vez como un drogadicto, para quien no es suficiente creer que debe dejar las drogas para así preservar su salud física y mental. Al conocer y reconocer el efecto dañino de la droga, el drogadicto deberá actuar en base a esas conclusiones y abstenerse de su consumo, para hacer efectiva la promesa de salud. De esta forma, la fe es la conjunción de la convicción mental y la acción en acordeEn el caso de Abraham, que hacíamos referencia al comienzo de éste comentario, ambas declaraciones, por Pablo y Santiago, son correctas. Mientras que Santiago, quien escribió primero su carta, argumenta que en los casos de estudio presentados la fe se hizo evidente a través de las acciones ejecutadas, Pablo, evidentemente escribiendo a otra audiencia con otras deficiencias, argumenta que las obras, por más buenas que sean (Isaías 64:6) pueden ser ajenas a la fe y manipulables y por ende inútiles para generarnos justificación.  Mientras que Santiago nos dice que la fe no es un sentimiento ni tampoco un ejercicio intelectual o emocional, Pablo nos dice que no es porque hacemos cosas buenas que nos salvamos.  En conjunto, las convicciones personales (fe) fundamentadas en las promesas de Dios deberán dictar el curso de nuestras decisiones y acciones.

jueves, 30 de octubre de 2014

El amor y la ley - Santiago 2:1-13

La Biblia revela dos estándares por medio de los cuales seremos evaluados en el día del juicio final: 1) La ley, y 2) nuestra respuesta al sacrificio sustitutivo de Jesucristo.  En palabras de Santiago, el determinante en ese juicio será la misericordia, que “triunfa sobre el juicio” (Santiago 2:13).  Sin embargo, la misericordia, como argumento de salvación, es únicamente efectiva en la medida en que nosotros mismos lo aplicamos a los demás.  Santiago utiliza palabras ásperas cuando advierte: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia” (Santiago 2:13), idea ampliamente utilizada por Jesucristo en sus enseñanzas: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7); “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15), en el contexto de El Padre Nuestro, la oración modelo; “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35); “Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mateo 24:45), por citar algunas referencias.
Santiago le pone un énfasis especial a la segunda parte de la ley, que tiene que ver con el trato a nuestros semejantes, los últimos seis mandamientos, como determinantes en la veracidad de nuestra observancia de los primeros cuatro mandamientos, que tienen que ver con nuestro amor y devoción a Dios (Santiago 2:1-4), como dice Juan: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:20-21).  Por eso Jesucristo, quien representó las expectativas celestiales en relación a las convenciones socioeconómicas, culturales, políticas y religiosas, conscientemente se relacionó con los “publicanos y pecadores” a pesar de las constantes críticas de los supuestos defensores de la fe (Marcos 2:16).
Al presentarles un caso con el cual todos se podían identificar, Santiago confronta a su audiencia dándole seguimiento al esfuerzo de Jesucristo de reordenar la dinámica de interrelación propia del gobierno de Dios (Santiago 2:5-7) que exige ser “sin acepción de personas” (Santiago 2:1).  Por aparente acomodo incuestionado a las convenciones sociales de la época, la audiencia de Santiago le ha estado dando atenciones inmerecidas a quienes les subyugan y maltratan, mientras afrentan al pobre (Santiago 2:6).  Por eso los confronta, y expone que lo que han estado haciendo es más que un descuido o un defecto.  Santiago cataloga la “acepción de personas”, hoy en día la parcialidad y discriminación, como un pecado (Santiago 2:9) tan grave como el matar y adulterar (Santiago 2:11).  Así, la ley desafía nuestra naturaleza pues nuestra lealtad a los Diez Mandamientos se revela en la forma que activamente tratamos a los demás, amando e nuestro prójimo como a nosotros mismos (Santiago 2:8 y Levítico 19:18).
La Biblia es consistente en la revelación del carácter, la esencia de Dios cuando dice: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8).  Los motivos de la observancia de la ley deben siempre radicar en el amor: a Dios y al prójimo.  Las Escrituras indican un juicio futuro al cual todos tendremos que afrontar (Romanos 14:10), a lo que Santiago advierte: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:12), donde nuestra mejor defensa será “la misericordia”, siempre y cuando la hayamos ejercido nosotros mismos en nuestro trato con los demás, inclusive con aquellos que, bajo los estándares de la sociedad actual, no lo merecen.

jueves, 23 de octubre de 2014

Ser y hacer

Confieso que me siento redundante al compartir las conclusiones personales extraídas del estudio de la Epístola de Santiago. Es tan claro y al punto que tratar de explicarlo es casi volverlo a decir tal y como está escrito. Y sin embargo, pone sobre la mesa conceptos que, aunque comprensibles, requieren de una transformación completa del ser para llevarlos a la práctica.

Los últimos seis versículos del primer capítulo de Santiago restablecen los motivos divinos del diseño y establecimiento de la religión como una maquinaria que permite la adecuación del ser humano para recibir y aceptar el regalo de la salvación. No muy distinto a lo que podríamos estar experimentando hoy, ya sea como individuos o como iglesia, Santiago advierte del autoengaño en el que podemos caer al pensar que la responsabilidad humana ante Dios es limitarse a asistir a un servicio de adoración para recibir instrucción a través de la Palabra (Santiago 1:22). Aparentemente el escuchar un buen sermón no es suficiente. Santiago amplía: “Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era” (Santiago 1:23-24), presentando la idea de que la función de la instrucción es básicamente ser un evaluador que me capacita identificar y ubicar mi realidad solamente. Sí, Hebreos nos dice que “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (4:12), pero es en función de una evaluación que si no es seguida de una acción, pierde su efectividad, como la experiencia del joven rico lo demuestra (Mateo 19:16-22).

Santiago no está generando conceptos nuevos, simplemente está dándole seguimiento a las instrucciones encontradas en los escritos de los profetas y reafirmadas a través del ministerio de Jesucristo. En el Sermón del Monte, Jesús reestructuró y restableció los estándares divinos que definen el espíritu y la dinámica de su gobierno. La religión es rescatada del limitado accionar humano y se la eleva como un promotor que describe el espíritu del cielo, espíritu que hace posible nuestra salvación (Juan 3:16). Cuando nos sentíamos buenos (Lucas 6:33-34), Jesús nos lleva a amar a nuestros enemigos, a los que nos aborrecen, a los que nos maldicen y a los que nos calumnian (Lucas 6:27-28), y es en ese contexto que se nos comparte la regla de oro, que indica que así “como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Lucas 6:31). No es un llamado a la pasividad, a no meterme contigo y que tu no te metas conmigo, sino a entrometerme en tu vida como quisiera que tú te entrometieras en la mía. Y remata: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso... perdonad, y seréis perdonados... con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:36-38).

La ley, los Diez Mandamientos, están escritos en los términos más básicos, limitándose a solamente evitar que nos hagamos daño los unos a los otros. Pero la ley, como cualquier ley, está sostenida por valores que en en el caso del gobierno de Dios son el amor a Dios con todo el corazón, y el amor al prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-39). Limitarnos a no matar, no robar o no adulterar no cumple con los objetivos de la ley de la libertad (Santiago 1:25), pues siempre será más fácil no matar a mi enemigo que amarlo como a mi mismo. La ley de la libertad, que Santiago identifica con los Diez Mandamientos, son el punto de partida que nos lleva primero a evitar un asesinato, para luego llevarnos a amar aquella persona que desearíamos muerta.

La religión, de acuerdo a la concepción divina, tiene su fuerza en el impacto práctico de beneficio a quienes nos rodean (Santiago 1:27). Aunque el ejercicio intelectual sea llamativo, y el debate sea tentador, Santiago rescata y encausa los objetivos divinos de la religión a una reforma personal a través del amor práctico y servicio genuino a los demás (Santiago 1:26-27). Como dice el pensamiento encontrado en El Camino a Cristo, página 80.2: “Los que así se consagran a un esfuerzo desinteresado por el bien ajeno están obrando ciertamente su propia salvación.”

viernes, 17 de octubre de 2014

Soportar la tentación

Supongo que el objetivo primordial de Santiago es convencernos de que la consecuencia última de soportar, resistir y superar la tentación o prueba, es la vida eterna (Santiago 1:12). Como la vida de cada uno de nosotros corrobora, la experiencia de pasar por una prueba o tentación es tan real que no pode ser ignorada. Por tal motivo, Santiago nos lleva desnegar y reconocer la existencia de la prueba, para partir de allí y para transportarnos a la promesa divina de victoria (Romanos 8:37).

Una vez definida la promesa de nuestro destino, Santiago nos lleva a reflexionar y detectar la fuente y procedencia de la tentación o prueba que tan seguido nos toca sobrellevar, y oh sorpresa... Con razón Pablo exclamó: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:24). Santiago asevera que “cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1:13,14).  Es decir que en realidad, nuestras acciones vienen a ser la voz de nuestra naturaleza, pues ésta es la causante de nuestro constante impulso a considerar y ejecutar la acción de pecado. La experiencia de Eva ilustra esa secuencia de sucesos que desemboca en la acción. Satanás llevó a Eva a sentir una necesidad inexistente. Ella no estaba en necesidad de alimentación, y tenía un sin fin de opciones para satisfacer el gusto. Sin embargo, ignorando las miles de opciones, llegó a concentrar su atención en el único árbol que no era opción. El texto dice que bajo la falsa promesa de conservación de la inmortalidad y la adquisición de sabiduría igual y rival a la de Dios, Eva vio, deseó, “tomó de su fruto”, y finalmente comió (Génesis 3:1-6). Santiago indica que nosotros, habiendo heredado esa inclinación a la rebelión, por tendencia natural, el acto de pecado es concebido primero en nuestra mente (Santiago 1:14-15).

Santiago, como el resto de las Escrituras, nos recuerda que nuestro argumento de supervivencia terminará siempre en muerte. Pero es allí, al nivel de la concepción del pecado, y no al nivel de su ejecución, que debe ocurrir la transformación. Por eso se nos dice que recibamos “con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar” nuestras almas (Santiago 1:21), poniendo el orgullo y autosuficiencia por un lado, en palabras de Santiago: “toda inmundicia y abundancia de malicia.”

Las Escrituras nos ofrecen ciertas estrategias para internar los argumentos que prometen transformar nuestra naturaleza. En Salmo 119:11 leemos: “En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti.” En algunas versiones en lugar de guardado dice “escondido”, dando la idea de una completa asimilación. En Lucas 4:8 Jesús hace uso de las Escrituras como argumento definitivo e irrefutable en contra de Satanás, y en Efesios 6:17 la Palabra de Dios es al tiempo un arma de defensa como también de avanzada. Es decir, que nuestra primera acción para revertir los efectos de una naturaleza rebelde, es una exposición constante a la influencia divina a través de Su Palabra. “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Siendo que la eficiencia de la intervención divina está sujeta a nuestra actitud y sujeción, se nos advierte y recuerda de nuestras limitaciones y de esta forma desarrollar una actitud de constante aprendizaje (Santiago 1:19-20). En éste punto el secreto no está en lo que podamos decir, o la contundencia de nuestros argumentos pues en realidad, ¿quiénes somos? La Escrituras nos definen en términos, a parte de limitados, degradantes (Isaías 64:6). Pero ese es el mensaje de Santiago, que restablece las jerarquías y nos encamina en un proceso que asegura nuestra regeneración y vida eterna.

jueves, 9 de octubre de 2014

La perfección de nuestra fe

Jesucristo encarnó los sacrificios legales requerido para ofrecernos la inocencia y vida eterna (Hebreos 9:12-14), pues "sufrió la cruz, menospreciando el oprobio," como "autor y consumador" de nuestra fe (Hebreos 12:2).  Así nosotros, que vivimos dentro del contexto y dinámica del gran conflicto, somos víctimas del constante acoso de las fuerzas contrarias al gobierno de Dios expuestos a pruebas y penurias, tengamos o no esperanza en las promesas divinas.  Desde la perspectiva divina, sin embargo, y aunque el sufrimiento es parte natural de la experiencia de todo ser humano, Santiago nos invita a reconsiderar ésta inevitable realidad, ¿como un acontecimiento positivo?  Nos invita a tener "por sumo gozo" cuando estemos en medio de diversas pruebas (Santiago 1:2), pensamiento que también comparte Pedro, recordándonos que no debiéramos extrañarnos el vernos envueltos en el "fuego de prueba," sino que lo utilicemos como motivo para el gozo (1 Pedro 4:12).  No es que las pruebas sean parte de una carrera de obstáculos, un generador de sufrimiento para recibir la compasión de Dios, o un examen para ganar el cielo, sino que son un indicador de lo obvio, que estamos en guerra (Apocalipsis 12:17) y que nos encontramos en un proceso de rehabilitación en nuestro camino a la vida eterna (1 Pedro 1:6).

Por la opción que nos ofrece el cielo, tenemos la oportunidad de concentrarnos en la oferta divina por encima del sufrimiento, encontrando que por la promesa bien vale la pena el sacrificio, ¿Por qué sacrificio?  Porque el hacer efectiva esa promesa requiere la intención del ser humano de actuar pacientemente en contra de su propia naturaleza (Santiago 2:4) en compromiso mutuo con otros creyentes "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios", que se identifica como un estado de perfección a los parámetros establecidos por el ministerio y persona de Jesucristo (Efesios 4:13).  Pablo nos dice que las motivaciones para ese estado de perfección, o madurez, no descansan en los logros o fracasos personales o espirituales del pasado, sino en la constante búsqueda de alcanzar la meta que Dios ha tenido a bien describirnos en Su Palabra (Filipenses 3:12-14).

Uno de ingrediente esencial para hacer de la dinámica recién descrita una posibilidad, es la sabiduría, o capacidad de discernir la voluntad divina que, según Santiago, está al alcance de nosotros en respuesta a la petición en fe a Dios (Santiago 1:5).  Esa sabiduría se adquiere a través del sometimiento incuestionado, indefenso a la autoridad, instrucción y voluntad divinas (Santiago 1:6-8 y 19-21), y se manifiesta por medio de nuestra conducta (Santiago 3:13).

La religión es la maquinaria que Dios ha implementado para encauzarnos en ésta dinámica de salvación, que inevitablemente nos lleva al desprendimiento (Santiago 1:27 y 2:15,6).  Cualquier otro camino que tomemos, es una clara indicación que la implementación de la religión no ha sido de acuerdo a la versión divina.

jueves, 2 de octubre de 2014

Santiago, el hermano del Señor

Con cierta frecuencia reflexiono en lo que habrá conllevado vivir y experimentar el ministerio de Jesucristo.  No cuesta mucho romantizar la idea e imaginar las múltiples horas de deleite escuchando sus enseñanzas y participando en sus milagros, lo cual seguramente nos llevarían a un constante éxtasis espiritual, “como Dios seguramente espera que sea."  Sin embargo, las Escrituras desvelan una dinámica diferente, que se acerca más, tal vez, a nuestra realidad presente, pues las falencias del espíritu humano no han cambiado en éstos últimos dos mil años.  Así, los evangelios dan testimonio del constante rechazo del ministerio de Jesucristo por parte de los fariseos pero, cómo culparlos, si muy probablemente yo mismo habría cuestionado sus intenciones buscando limitar su influencia en mi iglesia para evitar así que la desestabilice.  ¿Qué no es ése mi labor de pastor?  Es decir, ¡hasta sus hermanos dudaban de él! (Juan 7:2-5).

Bien podemos deducir, entonces, que Santiago, uno de sus medios hermanos, y personaje con quien estaremos asociándonos los próximos tres meses, es incluido en la declaración, "...ni aun sus hermanos creían en él."  Sin embargo, las Escrituras indican el proceso al cual fue sometido fue lo que lo llevó a ser, no sólo testigo de sus milagros y enseñanzas, sino además de su resurrección y comisión (1 Corintios 15:7), convirtiéndolo en un elemento activo en la vida del creciente movimiento (Hechos 1:14), creciendo hasta constituirse en un referente y columna (Gálatas 2:9) y hacer de sus escritos una continuación y proyección de las enseñanzas de Jesucristo (Santiago 1:22 y Mateo 7:24; Santiago 3:12 y Mateo 7:16; Santiago 4:12 y Mateo 7:1).

Para enfado de Martín Lutero, el aporte de Santiago, ya como líder y autoridad reconocido, espera reafinar y reencausar el entendimiento y dinámica de la fe.  Es evidente que atiende tendencias que amenazan con desvirtuar la función de la misma.  De ésta forma, entiende que su mayor aporte es comunicar que la fe, para sea fe, debe estar ligada y asociada con la acción acorde (Santiago 1:22), idea afín con la declaración de Jesucristo: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando" (Juan 15:14).

Llegando a ser identificado, además, como una de las columnas del naciente movimiento, Santiago forma parte de la confección de lo que podríamos llamar hoy como el primer manual de iglesia.  Han pasado diez años desde la inclusión intencionada de los gentiles al movimiento cristiano, lo cual seguramente presenta varios desafíos que atentan contra la unidad del movimiento.  Además, aún no se escriben ninguno de los libros de lo que hoy llamamos el Nuevo Testamento, por lo que las conclusiones son simples y básicas.  El requerimiento es desasociarse del paganismo, y asociarse con las Escrituras (Hechos 15:20,21).

El estudio del ministerio y aporte de Santiago nos permite hoy tener una visión más amplia, aunada a los escritos de los demás apóstoles, de los privilegios y responsabilidades del cristiano en el contexto de la vida práctica y diaria de mi iglesia.