jueves, 9 de octubre de 2014

La perfección de nuestra fe

Jesucristo encarnó los sacrificios legales requerido para ofrecernos la inocencia y vida eterna (Hebreos 9:12-14), pues "sufrió la cruz, menospreciando el oprobio," como "autor y consumador" de nuestra fe (Hebreos 12:2).  Así nosotros, que vivimos dentro del contexto y dinámica del gran conflicto, somos víctimas del constante acoso de las fuerzas contrarias al gobierno de Dios expuestos a pruebas y penurias, tengamos o no esperanza en las promesas divinas.  Desde la perspectiva divina, sin embargo, y aunque el sufrimiento es parte natural de la experiencia de todo ser humano, Santiago nos invita a reconsiderar ésta inevitable realidad, ¿como un acontecimiento positivo?  Nos invita a tener "por sumo gozo" cuando estemos en medio de diversas pruebas (Santiago 1:2), pensamiento que también comparte Pedro, recordándonos que no debiéramos extrañarnos el vernos envueltos en el "fuego de prueba," sino que lo utilicemos como motivo para el gozo (1 Pedro 4:12).  No es que las pruebas sean parte de una carrera de obstáculos, un generador de sufrimiento para recibir la compasión de Dios, o un examen para ganar el cielo, sino que son un indicador de lo obvio, que estamos en guerra (Apocalipsis 12:17) y que nos encontramos en un proceso de rehabilitación en nuestro camino a la vida eterna (1 Pedro 1:6).

Por la opción que nos ofrece el cielo, tenemos la oportunidad de concentrarnos en la oferta divina por encima del sufrimiento, encontrando que por la promesa bien vale la pena el sacrificio, ¿Por qué sacrificio?  Porque el hacer efectiva esa promesa requiere la intención del ser humano de actuar pacientemente en contra de su propia naturaleza (Santiago 2:4) en compromiso mutuo con otros creyentes "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios", que se identifica como un estado de perfección a los parámetros establecidos por el ministerio y persona de Jesucristo (Efesios 4:13).  Pablo nos dice que las motivaciones para ese estado de perfección, o madurez, no descansan en los logros o fracasos personales o espirituales del pasado, sino en la constante búsqueda de alcanzar la meta que Dios ha tenido a bien describirnos en Su Palabra (Filipenses 3:12-14).

Uno de ingrediente esencial para hacer de la dinámica recién descrita una posibilidad, es la sabiduría, o capacidad de discernir la voluntad divina que, según Santiago, está al alcance de nosotros en respuesta a la petición en fe a Dios (Santiago 1:5).  Esa sabiduría se adquiere a través del sometimiento incuestionado, indefenso a la autoridad, instrucción y voluntad divinas (Santiago 1:6-8 y 19-21), y se manifiesta por medio de nuestra conducta (Santiago 3:13).

La religión es la maquinaria que Dios ha implementado para encauzarnos en ésta dinámica de salvación, que inevitablemente nos lleva al desprendimiento (Santiago 1:27 y 2:15,6).  Cualquier otro camino que tomemos, es una clara indicación que la implementación de la religión no ha sido de acuerdo a la versión divina.

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