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viernes, 13 de octubre de 2017

La naturaleza humana

De acuerdo a sus pretensiones, la educación adventista sugiere una dinámica de mayor ambición que cualquier otra definición o corriente filosófica.  Mientras el énfasis de algunos es la disciplina, otros se enfocan en el corazón, el pensamiento independiente, los valores, competencias, el conocimiento, la sociedad, la economía entre muchas otras opiniones.  Sin ignorar los elementos antes presentados, la educación adventista promete no solo preparar al individuo para desarrollar una vida de servicio desinteresado en favor de sus iguales sino además lo dispone a optar por el proceso de redención (White, 1971; White, 2009).  Sin embargo, y para que esto sea posible, es necesario primero definir y entender la condición del educando, su naturaleza, refiriéndonos a sus características prenatales, disposición interna o tendencias heredadas que comparte todo ser humano.
Aunque hay evidentes destellos que harían pensar que el núcleo de la naturaleza humana es bueno y sólo hay que generar las condiciones para su florecimiento, esto debido a su concepción divina (Gén. 1:26-28), son también evidentes los rasgos de auto corrupción y tensión interna entre autosatisfacción y moralidad mientras se somete, consciente o inconscientemente, a un proceso de autoevaluación (Rom. 7:14-20; Grigg, 2017, Martin, 2016; cf. Gurevich, 2013).
Siendo que nuestra existencia tiene su origen en la imagen de Dios, y es sostenida por una constante interacción entre ambos (White, 2007), ha sido el objetivo de Satanás no sólo ser el sustituto en esa interacción (1 Juan 3:8), sino además borrar por completo tal imagen en la moral de todo ser humano (White, 2001).  De esta forma, al ceder a las presiones de rebelión, el ser humano se expuso a pensamientos, prácticas y emociones, sin opción a des experimentarlas, y que lo han llevado a actitudes y prácticas de autodestrucción (Gén. 3; Rom. 5:15).
Reconociendo las precondiciones con las que llegamos a la vida, y como un gesto de abandono, David exclama: “En maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5), condición que se externa en acciones que Pablo denomina como “obras de la carne” (Gál. 5:19-21), que evidencias una naturaleza con tendencias completamente ajenas a las normas y leyes que rigen el gobierno de Dios (1 Juan 3:4; 4:8).
Para revertir la constante degradación del ser humano, Dios desarrolló un proceso para la devolución del ser humano a su estado original (Fil. 1:6), interviniendo primero en su alianza con el Satanás (Gén. 3:5) para entonces desencadenar una serie de dinámicas que le permiten ingresar sus leyes en las mentes y escribirlas en los corazones de los seres humanos (Jer. 31:33; Heb. 8:10; 10:16), dinámicas de las cuales la familia, la iglesia y la escuela son gestoras como agentes de equipamiento, regeneración y redención (White, 1978, 2009).
Se sugiere, sin embargo, que algunos casos estén fuera del alcance del proceso de redención ofrecido por Dios a través de sus agencias (Juan 3:18).  Como resultado del constante rechazo al Espíritu Santo (Mateo 12:31; cf. White, 2007) se produce una “profundidad de depravación en la naturaleza humana incrédula que nunca será sanada, porque la verdadera luz ha sido mal interpretada y mal aplicada” (White, 1981).

Referencias

Grigg, R.  (2017).  Evolution’s error: how human nature went awry.  Humanist, 77(3), 30-32.
Gurevich, P.  (2013).  New versions of the interpretation of human nature.  Russian Studies in Philosophy, 52(2).  doi: 10.2753/RSP1061-1967520201
Martin, M.  (2016).  Human Nature and Good Lives: Etzioni’s Elisions.  Society, 53, 258-263.  doi: 10.1007/s12115-016-0009-5
White, E.  (1971).  Consejos para los maestros.  Pacific Press.
White, E.  (1978).  Hijos e hijas de DiosPublicaciones Interamericanas.
White, E.  (1981).  Loma Linda messages.  Payson, AZ:  Leaves-Of-Autumn Books.
White, E.  (2001).  El ministerio médico.  APIA.
White, E.  (2007).  El conflicto de los siglos.  APIA.
White, E.  (2009).  La educación.  APIA.


domingo, 8 de octubre de 2017

La Biblia

Al dar evidencias de origen e intervención inteligente, la naturaleza se coloca como “intérprete de las cosas de Dios” (La educación cristiana, 203), aunque, y por la misteriosa e inexplicable intrusión del pecado (El conflicto de los siglos, 484), su versión del carácter y atributos divinos es condicionada y ambigua.  En la naturaleza la interdependencia se mezcla con sobrevivencia, y el altruismo con egoísmo.  Observamos leyes de donde se desprenden lecciones de amor y generosidad, y también leyes donde la crueldad y la explotación son protagonistas, que justifica el tono del pueblo judío cuando reclama: “Por demás es servir a Dios.  ¿Qué aprovecha que guardemos su Ley y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos?  Hemos visto que los soberbios son felices, que los que hacen impiedad no solo prosperan, sino que tientan a Dios, y no les pasa nada” (Mal. 3:14-15).
Tanto por la imposibilidad de la naturaleza de presentar una interpretación consistente y apropiada del carácter de Dios, aunado a la predisposición heredada del ser humano de cuestionarlo (Sal. 51:5; cf. Gén. 3 y Palabras de vida del Gran Maestro, 79), Dios, en forma unilateral y por iniciativa propia (Heb. 1:1), decidió comunicarse con los hombres en tonos más específicos a través de individuos elegidos por él como portavoces, los profetas (2 Ped. 1:19-21; Amos 3:7), para autodefinirse como Ser en relación a nosotros, definir su carácter y la cultura de su reino (Mat. 22.37-40).  Así, “el libro de la naturaleza y la Palabra escrita” forman una asociación de verificación e iluminación mutua (La educación, 115), donde “los escritores de la Biblia hacen uso de muchas ilustraciones que ofrece la naturaleza,” y observando las cosas del mundo natural comprendemos “más plenamente, bajo la mano guiadora del Espíritu Santo, las lecciones de la Palabra de Dios” (La educación, 106).  Si en la investigación al tenerlos como referencia se los “comprende bien, tanto el libro de la naturaleza como la Palabra escrita nos hacen conocer a Dios al enseñarnos algo de las leyes sabias y benéficas por medio de las cuales él obra” (Patriarcas y profetas, 586; cf. Job 38-39; Sal. 119:104-105; Jos. 1:8; 2 Tim. 3:16-17).
Pero con una cantidad impresionante de religiones en el mundo, hoy tenemos acceso a varios textos sagrados, algunos aún de una gran influencia y que también afirman un origen sobrenatural y divino.  Teniendo el Corán, los cuatro Vedas, el Canon Pali y otros más, ¿qué hace que la Biblia sea el libro inspirado por Dios, por encima de los demás?
Para apoyar nuestro supuesto podemos, con toda propiedad, citar a la arqueología, que con cada hallazgo corrobora la veracidad de su recuento histórico (Unger, 1954), o la extraordinaria unidad y coherencia de pensamiento, propósito y mensaje a pesar de sus múltiples escritores que sin conocerse y esparcidos en aproximadamente 1,500 años (Finley, 2012), escribieron inspirados por el Espíritu Santo (2 Tim. 3:16) un total de 66 libros que contienen profecía, historia, poesía, evangelios, biografías y cartas.  Además, podemos citar como referencia el exacto cumplimiento de profecías que, con suficiente anterioridad, han descrito al detalle, en el contexto revelado del reino de Dios, el desarrollo de los pueblos y los contextos político religiosos a través de la historia hasta nuestros días y proyectándose hasta el fin del tiempo.
Aceptamos, entonces, los parámetros de verdad que determina la Biblia al ser la Palabra de Dios escrita la cual nos llega a través de un proceso de inspiración y donde Dios nos comunica el conocimiento necesario para nuestra salvación, nos pone en condiciones de saber su voluntad, define la norma del carácter y el criterio para evaluar la experiencia, es la revelación autorizada de las doctrinas y, además, un registro fidedigno de los actos de Dios (Creencia de los adventistas del séptimo día, 2006).[1]

Referencias

Creencias de los Adventistas del Séptimo Día.  (2006).  Nampa, ID: Pacific Press.
Finley, M.  (2012).  What the Bible says about.  Nampa, ID:  Pacific Press.
Unger, M.  (1954).  Archeology and the Old Testament.  Grand Rapids, MI:  Zondervan.



[1] 2 Pedro 1:20-21; 2 Timoteo 3:16-17; Salmos 119:105; Proverbios 30:5-6; Isaías 8:20; Juan 17:17; 1 Tesalonicenses 2:13; Hebreos 4:12

lunes, 25 de julio de 2011

Un poco más del Espíritu Santo

Varios meses atrás compartimos la creencia fundamental de los Adventistas del Séptimo Día con respecto al Espíritu Santo. Personalmente no me había percatado de que se había hecho un comentario al documento compartido, pero alguien me hizo el favor de hacérmelo saber. Por tal motivo, comparto la siguiente información, no en forma de debate o controversia, sino para beneficiar a alguien que haya leído el comentario y haya quedado con dudas.

El comentario tiene básicamente cuatro puntos y fuentes que pretenden establecer la exclusión del Espíritu Santo de la Deidad:
  1. La Biblia
  2. El Espíritu de Profecía
  3. El uso del griego
  4. Los primeros adventistas no eran trinitarios.
A continuación, en forma breve, se comparten explicaciones que establecen la solidez en la que descansa esta, como todas las demás, doctrina adventista.
  1. La Biblia distingue en forma clara tres personas pertenecientes a la Deidad. En Mateo 28:19 se hace la mención directa a las tres personas, lo mismo que 1 Corintios 12:4; 2 Corintios 13:14; 1 Pedro 1:2. Las Escrituras acentúan tanto la unidad de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, como su individualidad y sus diferentes roles y labores en la salvación del hombre.
  2. En el libro El Evangelismo encontramos las siguientes declaraciones: "El Espíritu Santo es una persona, porque testifica en nuestros espíritus que somos hijos de Dios" {Ev 447}, y "El príncipe del poder del mal puede ser mantenido en jaque únicamente por el poder de Dios en la tercera persona de la Divinidad, el Espíritu Santo" {Ev 448}. Creo que no hay mucho que añadir aquí.
  3. El comentario hace referencia a Juan 14 donde Jesús habla del "otro Consolador". Se nos recuerda que la traducción del griego parakletos es también de un abogado, y siendo que Jesús es nuestro abogado, entonces el Consolador sería Jesús mismo y no una tercera persona. Lo interesante es que Jesús habla de ese Consolador en tercera persona e inclusive dice "otro", es decir, a parte de él mismo. nos debiera de llenar de esperanza y alegría como la Deidad, en conjunto, trabajan en nuestra salvación.
  4. El último argumento es que los primeros adventistas no eran "trinitarios", pero este es un argumento muy débil que no podría ser consistente, pues sabiendo que los primeros adventistas mascaban tabaco no significa que ahora lo podemos hacer...
Espero estos comentarios sean de ayuda. Si existiera alguna duda o comentario, no duden en compartirlo. Estaremos más que deseosos de, en conjunto, aprender más de la Biblia que, según 2 Timoteo 3:15, nos hacen sabios para la salvación.

Un saludo,

Ismael A. Castillo

jueves, 3 de febrero de 2011

Lo que creemos con respecto al Espíritu Santo

Siendo que en nuestro medio a surgido una inquietud con respecto a la existencia del Espíritu Santo como la tercera persona de la Trinidad, a continuación, y a manera de introducción a una discusión un tanto más profunda, comparto lo que como Adventistas del Séptimo Día creemos con respecto al tema: "Dios, el Espíritu Santo, desempeñó una parte activa con el Padre y el Hijo en la Creación, Encarnación y Redención. Inspiró a los escritores de las Escrituras. Llenó de poder la vida de Cristo. Atrae y convence a los seres humanos; y los que se muestran sensibles, son renovados y transformados por Él, a imagen de Dios. Concede dones espirituales a la Iglesia." Razones biblicas: Gén. 1:1 y 2; Lucas 1:35; II Pedro 1:21; Lucas 4:18; Hechos 10:38; II Cor. 3:18; Efes. 4:11 y 12; Atos 1:8; Juan 14:16-18 y 26; 15:26 y 27; 16:7-13; Rom. 1:1-4.

Un saludo.