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viernes, 29 de septiembre de 2017

Dios

Por un lado, la fe puede entenderse como una alternativa a la razón sin fundamento en argumentos o evidencia, por otro, la fe puede referirse a una suposición que sirve como guía a la razón. En términos bíblicos, “es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11.1),[1] entendiendo que podemos llegar a esta certeza y convicción en reacción, impulsos y tal vez instintos (Ferguson, 2016), al conocimiento, eventos y/o experiencias. En la inclinación natural del ser humano a cuestionar su existencia, y porque Dios no se esconde (Henriksen, 2016), el rey David reaccionó ante la vastedad del universo: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19.1), haciendo uso de modos verbales que demuestran intensidad, intención y causa, y ante la complejidad de la vida: “No fue encubierto de ti mi cuerpo, aunque en oculto fui formado y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar ni una de ellas. ¡Cuán preciosos, Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!” (Salmo 139.15-17).

Más allá de los esfuerzos intelectuales del ser humano para des fantasear o des mistificar la realidad de la vida, de una forma u otra todos nos sentimos impulsados a definir nuestra posición sobre la aceptación de la existencia, o no, de seres o un ser superior a nosotros responsable de la complejidad de la vida y la vastedad de lo que nos rodea, sin aún definir su naturaleza y listado de atributos. Pascal (1660) lo expresa: “Es incomprensible que Dios exista, y es incomprensible que él no exista.” Ante la misma evidencia cada ser humano debe suponer y definir su curso de vida basado en tal suposición.

Insertando conceptos abstractos entre el listado de ejemplos concretos de cómo toma forma la fe en la vida del ser humano, el autor del libro de Hebreos explica que “es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe” (Hebreos 11.6), como una dinámica constante: “el que continuamente se acerca”, y “cree constantemente que él existe”, o que es, y que concurre una dinámica de interacción mutua y retribución: “sin fe es imposible agradar a Dios… que recompensa a los que lo buscan,” pues “aunque tenemos poder en lo que creemos, lo que creemos tiene un poder real sobre nosotros – poder para curar y poder para destruir” (Jennings, 2013).

El texto en Hebreos 11.6 explica la dinámica con sus dilemas en la supuesta existencia y relación de Dios con el ser humano, y del ser humano con Dios. Y así como las Escrituras comienzan con una declaración absoluta: “En el principio creó Dios” (Génesis 1.1), sin sentir la necesidad de explicar o defender la existencia de Dios, el ser humano debe primero definir su plataforma, deberá definir su marco filosófico a través del cual observará, experimentará y evaluará la vida siendo la creencia en un ser superior el filtro primario. Esa creencia, sobre la cual tenemos poder, tiene también poder sobre nosotros pues nos lleva a una segunda suposición, como cada civilización, cultura y religión a través de la historia, que lo que hagamos o dejemos de hacer (agradar) tiene consecuencias palpables en nosotros (recompensa). Es decir, como un ciclo de alimentación mutua, la suposición de un ser superior, me lleva a acercarme a él; al suponer que ese ser recompensa, busco agradarle. Las suposiciones sobre las cuales tengo poder, tienen también poder sobre mí y mi comportamiento.


Bibliografía

Ferguson, M.  (2016, Octubre 7).  This is Your Brain on God [Video file].  Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=ocuqguH1OIw
Henriksen, J.  (2016).  God revealed through human agency - Divine agency and embodied practices of faith, hope, and love.  En Neue Zeitschrift für Systematische Theologie und Religionsphilosophie, 58(4), 453-472. doi:10.1515/nzsth-2016-0026
Jennings, T.  (2013).  The God shaped brain: How changing your view of God transforms your life.  Downers, Illinois: IVP Books.
Pascal, B.  (1660).  Pascal's Thoughts.  Hoboken, N.J. : Generic NL Freebook Publisher.




[1] Ésta y todas las referencias bíblicas serán tomados de la versión Reina Valera 1995, a menos que se indique lo contrario.

viernes, 28 de abril de 2017

Vivir como Dios - 1 Pedro 3:8-12

No recuerdo exactamente dónde lo escuché por primera vez, si en el radio o en una tienda, pero el título de la canción es, "Fix my eyes", que tal vez podríamos traducirlo como, Fijaría mis ojos.  Como el título del canto lo indica, la frase que se repite una y otra vez es: "Fijaría mis ojos en ti," sin embargo, es otra parte de la letra que quisiera citar para efectos de ésta reflexión, parte que se encuentra en una sección del canto que utiliza una tonada como de niños jugando que queda en frases como: "ya te ganamos," o, "yo quiero dulces" (espero haber ayudado a que identifiques la tonada).  Me llamó tanto la atención que llegando a casa busqué la letra del canto para saber qué decía.  En la canción, el autor se pregunta qué haría diferente si pudiera regresar el tiempo, a lo cual contesta (traducción):

Amaría sin miedo
Daría cuando no es justo
Viviría para otro
Tomaría tiempo para un hermano
Lucharía por los débiles
Abogaría por la libertad
Encontraría fe en la batalla
Me mantendría en pie.
Pero por sobre todo,
fijaría los ojos en ti, en ti.

La frase que capturó mi atención, y todavía lo hace, es: "daría cuando no es justo."  Jesús mismo hace referencia a este tipo de conducta cuando dice: "No resistan al que es malo, sino que a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, preséntale también la otra; al que quiera provocarte a pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.  Al que te pida, dale, y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen” (Mateo 5:39-42,44).

No es muy difícil dar, ayudar, amar cuando es justo, cuando la otra persona “lo merece."  ¿Cuántas veces no hemos intercedido por alguien, nuevamente, porque sentimos que lo merece?  ¡Pero ayudar a alguien que no lo merece!

A principio de semana leí la siguiente cita del apóstol Pedro: "Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos están atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está en contra de los que hacen el mal" (1 Pedro 3:12).  Mi primera reacción fue: "¡Ajá!", porque cuando leemos éste tipo de versículos, el justo siempre soy yo, y ya tenemos definida la lista de "los que hacen el mal," y el rostro de Dios está contra ellos.  Hace sentido, y es bíblico.  Merecen el desprecio de Dios, y el mío también, obviamente.

Al siguiente día, sin embargo, leí el contexto dónde se encontraba el versículo recién citado.  Los versículos previos dicen: "En fin, únanse todos en un mismo sentir; sean compasivos, misericordiosos y amigables; ámense fraternalmente y no devuelvan mal por mal, ni maldición por maldición. Al contrario, bendigan, pues ustedes fueron llamados para recibir bendición" (1 Pedro 3:8-9).

¿Por qué se nos habría de requerir ser compasivos, misericordiosos, amigables con quienes buscan nuestro mal y aún nos maldicen?  ¡No lo merecen!  ¿Por qué hacer el bien a los que nos odian, y orar por quienes nos persiguen?  ¡Es injusto!  ¿Dónde está entonces la lógica de que a los buenos les va bien y a los malos mal?

Obviamente ésta no es la primera vez que pienso al respecto, como tampoco lo es para ti, supongo.  Pero como ésta orden es tan contraria a nuestra naturaleza, siempre nos lleva a reflexionar y evaluarnos a la luz de las Escrituras, y a la luz de la vida de Jesucristo.

Tratando de resolverlo, cuando se nos hacen las recomendaciones o mandatos citados en ésta reflexión, el enfoque no es lo malo que hacen los demás o lo despreciables que puedan ser.  Nuestra naturaleza egoísta y rebelde nos lleva a concentrarnos en ellos y llegar a la conclusión de que ellos no merecen nuestras atenciones y que es injusto lo que se nos pide.  Sin embargo, el enfoque del mandato somos nosotros, Dios no está hablando de la salvación de los malos, sino de nuestra salvación, de nuestra asimilación en la cultura del cielo.  Podemos estar tan concentrados en el castigo que merecen los demás, que podemos descuidar nuestra propia salvación, como cuando los hijos confrontan a los padres porque no castigaron al hermano o hermana de forma más agresiva, como lo merece.  Yo he tenido que utilizar las mimas palabras que mis padres me dijeron a mi: “no te preocupes por tus hermanos, preocúpate por ti…”

Dios, que sigue trabajando realizando en nosotros “la buena obra” (Filipenses1:6), la quiere seguir perfeccionando hasta culminarla en la segunda venida de Jesucristo.  Por eso, como parte de nuestra educación, de nuestra preparación, del plan de estudios, Dios define el estándar de conducta, incluyendo situaciones extremas, cuando somos objeto del odio de otros.  Si la cultura del cielo es amor, “porque Dios es amor” (1 Juan 4:8), entonces nuestro estándar de conducta es el amor, aún cuando quien es el receptor de éste no lo merece.  ¿No hace lo mismo Dios cuando “hace llover sobre justos e injustos”? (Mateo 5:45).  Jesús continúa diciendo en el tan famoso Sermón del Monte: “Porque si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa tendrán? ¿Acaso no hacen lo mismo los cobradores de impuestos?  Y si ustedes saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de más? ¿Acaso no hacen lo mismo los paganos?” (Mateo 5:46-47).  Y termina diciendo: “sean ustedes perfectos, como su Padre que está en los cielos es perfecto” (v48).

El enfoque del amor a los enemigos, no son los enemigos, sino la asimilación de la cultura del cielo, como cuando Jesús mientras se burlaban, lo maltrataban y crucificaban: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”

viernes, 21 de abril de 2017

Relaciones sociales - 1 Pedro 4:8

He aprendido que para quienes nos gusta cocinar, pero no sabemos hacerlo, o estamos aprendiendo, muy seguido nos excedemos con algún ingrediente, desde agua, apio o comino, hasta la sal.  Esto sin contar las veces cuando hemos cocinado el platillo de más, o cuando dejamos la comida medio cruda.  En casos como esos, y con la ayuda de alguien experto o con más experiencia, acudimos a ciertos trucos para ayudarnos a eliminar o reducir el daño causado.  Algunos de estos trucos es el uso de productos lácteos cuando la comida es muy picante, o también azúcar o miel.  O cuando ha quedado muy condimentada, se le puede acompañar con almidones, como arroz o pasta, según me dicen.  Todo para eliminar o disimular las imperfecciones o falta de experiencia del cocinero.

El apóstol Pedro hace uso de la misma lógica cuando dice: "ámense intensamente los unos a los otros, porque el amor cubre infinidad de pecados" (1 Pedro 4:8), dentro de una serie de consejos para aliviar las tensiones interpersonales y promover la cordialidad entre los creyentes.  Para la frase "porque el amor cubre infinidad de pecados,” otras versiones un poco menos literales y más ajustadas a nuestro idioma actual dicen: "porque el amor perdona muchos pecados" (DHH), "porque el amor borra los pecados" (TLA), "porque el amor es capaz de perdonar muchas ofensas" (PDT).

Evidentemente para el Apóstol Pedro, sí hay un ingrediente que ayuda a eliminar, o minimizar los defectos de los individuos en su interacción ya sea a nivel matrimonial, familiar, académico y/o laboral.  Entonces el secreto para la unidad, o la cooperación no descansa en la ausencia de defectos de sus componentes, sino en la medida que el amor forme parte de tal interacción.  Somos humanos, por definición somos imperfectos; hemos recibido una herencia con tendencia al egoísmo y a la rebelión.  Además, cargamos con los genes de nuestros padres, como también lesiones físicas y emocionales que nos llevan a actuar en forma destructiva, eso sin incluir la influencia de nuestro entorno sociocultural, económico, político y religioso.  Es mucho lo que cargamos sobre nuestros hombros como para suponer que el secreto es dejar de ser humanos.  Antes bien, Pedro reconoce nuestras deficiencias naturales y, sin condenarlas, nos da un ingrediente que las neutraliza.

La Palabra que el apóstol Pedro utiliza es ágape, una de las cuantas palabras que en español hemos traducido como amor, pero la que encierra la mayor cantidad de altruismo, en contraposición del egoísmo.  El amor con el que Dios nos amó tanto, que envío a Jesucristo para que quienes creamos tengamos vida eterna (Juan 3:16).  El apóstol indica: "ámense intensamente los unos a los otros."  Cumplir con éste pedido es antinatural para nosotros, tal vez por eso Pedro indica "intensamente" (ekteíno), que también puede traducirse como fervientemente, constantemente, intencionalmente, sin cesar.  Evidentemente, requerimos tomar una decisión consciente, de adoptar una perspectiva que desafía nuestras tendencias, para amar a aquellos con quienes interactuamos y así, haciendo ellos lo mismo, soportarnos mutuamente nuestras imperfecciones.

Si ponemos atención, la dinámica es bastante clara: amo para disminuir mi percepción de las deficiencias de los demás, y los demás me aman para cubrir o soportar mis deficiencias.  Como cuando un joven y una joven se enamoran, indicando el uno que el otro es "perfecto"...  Obviamente no lo es, pero el amor le hace descartar o ignorar sus defectos y resaltar sus virtudes.  Situación contraria meses o años después, cuando el amor se acaba, y donde ahora se descartan e ignoran las virtudes para resaltar y acentuar los defectos.


Más allá, sin embargo, del beneficio temporal y terrenal en nuestras interacciones interpersonales, el adoptar éste consejo divinamente inspirado nos llevará a elevar nuestra existencia para ponernos a disposición y vulnerables a la intervención divina quien trabaja intensamente para transformarnos y ayudarnos a incorporar y asimilar en nuestras vidas la cultura del reino de Dios, la cultura celestial, pues "Dios es amor" (1 Juan 4:8), y el que comenzó en nosotros "la buena obra," la estará perfeccionado cada día, de acuerdo a nuestra disponibilidad, hasta culminarla definitivamente en "el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6).