viernes, 17 de octubre de 2014

Soportar la tentación

Supongo que el objetivo primordial de Santiago es convencernos de que la consecuencia última de soportar, resistir y superar la tentación o prueba, es la vida eterna (Santiago 1:12). Como la vida de cada uno de nosotros corrobora, la experiencia de pasar por una prueba o tentación es tan real que no pode ser ignorada. Por tal motivo, Santiago nos lleva desnegar y reconocer la existencia de la prueba, para partir de allí y para transportarnos a la promesa divina de victoria (Romanos 8:37).

Una vez definida la promesa de nuestro destino, Santiago nos lleva a reflexionar y detectar la fuente y procedencia de la tentación o prueba que tan seguido nos toca sobrellevar, y oh sorpresa... Con razón Pablo exclamó: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:24). Santiago asevera que “cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1:13,14).  Es decir que en realidad, nuestras acciones vienen a ser la voz de nuestra naturaleza, pues ésta es la causante de nuestro constante impulso a considerar y ejecutar la acción de pecado. La experiencia de Eva ilustra esa secuencia de sucesos que desemboca en la acción. Satanás llevó a Eva a sentir una necesidad inexistente. Ella no estaba en necesidad de alimentación, y tenía un sin fin de opciones para satisfacer el gusto. Sin embargo, ignorando las miles de opciones, llegó a concentrar su atención en el único árbol que no era opción. El texto dice que bajo la falsa promesa de conservación de la inmortalidad y la adquisición de sabiduría igual y rival a la de Dios, Eva vio, deseó, “tomó de su fruto”, y finalmente comió (Génesis 3:1-6). Santiago indica que nosotros, habiendo heredado esa inclinación a la rebelión, por tendencia natural, el acto de pecado es concebido primero en nuestra mente (Santiago 1:14-15).

Santiago, como el resto de las Escrituras, nos recuerda que nuestro argumento de supervivencia terminará siempre en muerte. Pero es allí, al nivel de la concepción del pecado, y no al nivel de su ejecución, que debe ocurrir la transformación. Por eso se nos dice que recibamos “con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar” nuestras almas (Santiago 1:21), poniendo el orgullo y autosuficiencia por un lado, en palabras de Santiago: “toda inmundicia y abundancia de malicia.”

Las Escrituras nos ofrecen ciertas estrategias para internar los argumentos que prometen transformar nuestra naturaleza. En Salmo 119:11 leemos: “En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti.” En algunas versiones en lugar de guardado dice “escondido”, dando la idea de una completa asimilación. En Lucas 4:8 Jesús hace uso de las Escrituras como argumento definitivo e irrefutable en contra de Satanás, y en Efesios 6:17 la Palabra de Dios es al tiempo un arma de defensa como también de avanzada. Es decir, que nuestra primera acción para revertir los efectos de una naturaleza rebelde, es una exposición constante a la influencia divina a través de Su Palabra. “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Siendo que la eficiencia de la intervención divina está sujeta a nuestra actitud y sujeción, se nos advierte y recuerda de nuestras limitaciones y de esta forma desarrollar una actitud de constante aprendizaje (Santiago 1:19-20). En éste punto el secreto no está en lo que podamos decir, o la contundencia de nuestros argumentos pues en realidad, ¿quiénes somos? La Escrituras nos definen en términos, a parte de limitados, degradantes (Isaías 64:6). Pero ese es el mensaje de Santiago, que restablece las jerarquías y nos encamina en un proceso que asegura nuestra regeneración y vida eterna.

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