jueves, 4 de diciembre de 2014

¡Llorad y aullad! - Santiago 5:1-6

Pocas cosas nos generan mayor molestia, frustración y rabia que sentir que hemos sido acusados o tratados en forma injusta. Y aunque hemos sido testigos de los grandes y costosos esfuerzos de individuos, organizaciones y gobiernos para disminuir y erradicar la injusticia de nuestra sociedad, al hacer una evaluación honesta del estado de actual de esta, encontramos que aún nos falta mucho para lograrlo, muchas más revoluciones, marchas, protestas, huelgas y legislaciones. Hierve la sangre cuando somos testigos de la opresión de compañías y aún gobiernos que haciendo uso de su influencia y poder para enriquecerse a costa de la desgracia e impotencia de otros. Sin temor a equivocarnos, bien podemos concluir que, tristemente, no seremos testigos de los ideales de equidad y prosperidad una vez predicados y difundidos por aquellos visionarios que dieron origen a nuestros países. La condición del ser humano debido a la intrusión del pecado, lo imposibilita para lograrlo. A los buenos les pasan cosas malas, y a los malos y corruptos parece que todo les va bien. Los extremos de la pobreza y el hambre, por un lado, y la riqueza y excesos por el otro, debido al ego, han probado ser irreconciliables. En labios de Israel: “Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon” (Malaquías 3:14-15).
Las buenas noticias es que llegará el día en que la lógica divina, de la que leemos en las Escrituras, cobrarán sentido. Santiago dice: “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán” (Santiago 5:1). Aunque hay mucha injusticia en el mundo hoy, Dios ha prometido que llegará el día en que encontraremos la “...diferencia que hay entre el bueno y el malo, entre el que adora a Dios y el que no lo adora. ” (Malaquías 3:18, DHH). Por lo pronto, la advertencia ha sido proclamada: “Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros” (Santiago 5:2-3). El prosperar a costa de la integridad física y financiera de otros es gravemente condenado por el cielo. Santiago 5:4 y 6 asegura que: “He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos... Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.
Es por momentos complejo conciliar las ideas de amor y misericordia con estos mensajes de juicio y castigo presentados por Santiago. Pero esto es cuando tratamos de entenderlas en forma independiente cuando esta discordia sucede, sin embargo estos mensajes forma parte de un solo paquete. El apóstol Juan cuestiona: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20). Por eso las palabras tan duras y punzantes de Santiago.

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