jueves, 2 de octubre de 2014

Santiago, el hermano del Señor

Con cierta frecuencia reflexiono en lo que habrá conllevado vivir y experimentar el ministerio de Jesucristo.  No cuesta mucho romantizar la idea e imaginar las múltiples horas de deleite escuchando sus enseñanzas y participando en sus milagros, lo cual seguramente nos llevarían a un constante éxtasis espiritual, “como Dios seguramente espera que sea."  Sin embargo, las Escrituras desvelan una dinámica diferente, que se acerca más, tal vez, a nuestra realidad presente, pues las falencias del espíritu humano no han cambiado en éstos últimos dos mil años.  Así, los evangelios dan testimonio del constante rechazo del ministerio de Jesucristo por parte de los fariseos pero, cómo culparlos, si muy probablemente yo mismo habría cuestionado sus intenciones buscando limitar su influencia en mi iglesia para evitar así que la desestabilice.  ¿Qué no es ése mi labor de pastor?  Es decir, ¡hasta sus hermanos dudaban de él! (Juan 7:2-5).

Bien podemos deducir, entonces, que Santiago, uno de sus medios hermanos, y personaje con quien estaremos asociándonos los próximos tres meses, es incluido en la declaración, "...ni aun sus hermanos creían en él."  Sin embargo, las Escrituras indican el proceso al cual fue sometido fue lo que lo llevó a ser, no sólo testigo de sus milagros y enseñanzas, sino además de su resurrección y comisión (1 Corintios 15:7), convirtiéndolo en un elemento activo en la vida del creciente movimiento (Hechos 1:14), creciendo hasta constituirse en un referente y columna (Gálatas 2:9) y hacer de sus escritos una continuación y proyección de las enseñanzas de Jesucristo (Santiago 1:22 y Mateo 7:24; Santiago 3:12 y Mateo 7:16; Santiago 4:12 y Mateo 7:1).

Para enfado de Martín Lutero, el aporte de Santiago, ya como líder y autoridad reconocido, espera reafinar y reencausar el entendimiento y dinámica de la fe.  Es evidente que atiende tendencias que amenazan con desvirtuar la función de la misma.  De ésta forma, entiende que su mayor aporte es comunicar que la fe, para sea fe, debe estar ligada y asociada con la acción acorde (Santiago 1:22), idea afín con la declaración de Jesucristo: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando" (Juan 15:14).

Llegando a ser identificado, además, como una de las columnas del naciente movimiento, Santiago forma parte de la confección de lo que podríamos llamar hoy como el primer manual de iglesia.  Han pasado diez años desde la inclusión intencionada de los gentiles al movimiento cristiano, lo cual seguramente presenta varios desafíos que atentan contra la unidad del movimiento.  Además, aún no se escriben ninguno de los libros de lo que hoy llamamos el Nuevo Testamento, por lo que las conclusiones son simples y básicas.  El requerimiento es desasociarse del paganismo, y asociarse con las Escrituras (Hechos 15:20,21).

El estudio del ministerio y aporte de Santiago nos permite hoy tener una visión más amplia, aunada a los escritos de los demás apóstoles, de los privilegios y responsabilidades del cristiano en el contexto de la vida práctica y diaria de mi iglesia.

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