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viernes, 8 de enero de 2016

Castigo y consecuencias

Crisis en el Edén

Aunque nuestro libre albedrío es nuestro punto más débil, es nuestra libertad nuestro argumento más fuerte. Es el punto más débil porque es el aspecto de nuestra vida donde Dios no interviene y, como demostraron Adán y Eva, estamos en liberta de elegir mal.  Por otro lado, es también es nuestro argumento más fuerte pues no tenemos la obligación de someternos servilmente al liderazgo y dominio de Satanás.

Al final de la creación, Dios le entregó y encomendó al ser humano lo que había hecho, que era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31), “para que lo labrara y lo cuidara” (Génesis 2:15).  En un contexto tal, el ser humano estaba destinado a vivir vidas felices y productivas en comunión con Dios (Génesis 2:2-3)  y con ellos mismos, ausentes de toda consecuencia producida por el pecado ya existente y confinado a un árbol, en el centro del huerto (Génesis 2:9).  A parte de tener la responsabilidad de llenar la tierra, tendrían también la responsabilidad y el privilegio de someterla y ejercer su dominio sobre ella y su contenido, como, tal vez, representantes de Dios y corregentes de su propiedad.  Así, “el informe bíblico de la Creación brinda [hoy] a la humanidad, y a cada individuo, la dignidad que el evolucionismo no puede otorgar.”

En realidad, no había escusa.  Sin ambigüedades, los límites estaban clara e incuestionablemente establecidos.  “Mirad, os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer,” había dicho Dios (Génesis 1:29), “De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).  Adán y Eva tenían toda una gama de opciones para comer, con sólo una prohibición.  Siendo seres morales, tendrían la oportunidad de, en completo control de su libertad, ser obedientes a Dios.

El registro bíblico describe ese encuentro que cambió las condiciones e historia de la humanidad en forma dramática.  “¿Conque Dios os ha dicho: ‘No comáis de ningún árbol del huerto’?” Preguntó malévolamente Satanás (Génesis 3:1), “la serpiente antigua” (Apocalipsis 12:9).  Obviamente, Dios no había dicho eso, pero la pregunta logró atraer la atención de Eva y permitió comenzar el diálogo.  Hasta entonces, Eva estaba clara de los requerimientos de Dios.  Ahora, se presentaba un desafío: “No moriréis.  Pero Dios sabe que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal” (Génesis 3:4-5).  En ese momento, las múltiples opciones que Eva tenía para alimentarse perdieron relevancia y se obsesionó con la única opción que le era prohibida.  La integridad y autoridad de Dios son cuestionadas.  Parece ser que Dios hace uso de restricciones para obstaculizar el desarrollo pleno y superior del ser humano.

Sí, Satanás tuvo razón, sus ojos fueron abiertos (Génesis 3:7), y se convirtieron en conocedores del bien y el mal (Génesis 3:22), ¡pero a qué precio!  En realidad, lo que Satanás ofrecía era algo que, hasta cierto punto, Adán y Eva ya tenían.  Al momento de su creación Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).  Entonces lo que Satanás estaba ofreciendo no era ser “como Dios” (Génesis 3:5), sino rebelarse contra Dios.  Como consecuencia, el ser humano desarrolló sentimientos para con ellos mismos y para contra Dios que nunca antes habían sentido.  Por primera vez sintieron vergüenza de ellos mismos, y sintieron miedo de Dios al punto que se escondieron de su presencia (Génesis 3:7 y 10).


Más que castigo, fue una consecuencia.  Así Jesús lo explicó en su famosa parábola de la vid verdadera: “el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:1-5).  Una rama que se desprende del árbol, deja de dar fruto, se seca y se muere, no como castigo, sino como consecuencia.  Así, en el Edén, Dios bosquejó las consecuencias del acto de rebelión perpetuado por el ser humano.  Habían roto su alianza con Dios, que claramente identifican las Escrituras como el dador de la vida, para establecerla con el enemigo de Dios, Satanás.  Así, “la serpiente, que comería polvo” (Génesis 3:14), la mujer “tendría grandes dolores al dar a luz” (Génesis 3:16), el hombre debería “trabajar y transpirar para obtener su comida” (Génesis 3:17-19), entre otros.  Pero es en medio de toda esa lista de consecuencias y castigos que se proyecta una luz de esperanza: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Génesis 3:15).  Así es, Dios se está comprometiendo con el ser humano deshacer reciente alianza con Satanás para que puedan reestablecerla con Dios, además de prometer la destrucción definitiva de quien los indujo a tanto sufrimiento.  Sí, aún allí, Dios estaba en control.

viernes, 1 de enero de 2016

Crisis en el cielo

¿Por qué...? Es como comienza una de las cuantas preguntas que buscan desacreditar el argumento y la fe en la existencia de un Dios, especialmente si defendemos que éste es un Dios amoroso. Y la pregunta es en realidad válida. ¿Por qué, si es que Dios es amor, existe el sufrimiento y dolor? ¿Por qué habría de crear un mundo para luego dejarlo abandonado a la supervivencia del más fuerte? Y si no lo ha abandonado, ¿por qué entonces le pasan cosas malas a la gente buena? Supongo que, en más de una ocasión, como también lo he hecho yo, te habrás preguntado también “¿por qué…?”

Un mal entendimiento del origen y existencia del mal pueden llevarnos a conclusiones no saludables que afectan directamente nuestra relación con el Creador.  Puede llevarnos a desarrollar miedos o amarguras y rencores contra Dios mal fundamentados
.  Somos seres inteligentes creados para tomar decisiones, aceptar o rechazar la soberanía de Dios y los parámetros de su gobierno en completa libertad.  pero las Escrituras nos aseguran que hay fuerzas y voluntades que intencionalmente interfieren en nuestro entendimiento de Dios para llevarnos a conclusiones que atenten en contra de nuestra integridad y aún nuestra vida eterna.  Pablo escribió: “porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.  Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes” (Efesios 6:12-13).

Las Escrituras nos enseñan que fuimos creados por Dios y puestos en un mundo perfecto, libres de pecado (Génesis 1 y 2).  Sólo un árbol de miles era prohibido para el hombre.  En su diálogo con la serpiente, que Apocalipsis identifica como “diablo y Satanás” (Apocalipsis 12:9), Eva se obsesionó con la única restricción que Dios había indicado.  Podían comer de cualquier otro árbol, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal, no (Génesis 2:9).  Pero ese uno tomó más fuerza que las miles de opciones que tenía, tal como nosotros que, obsesionados por lo que no podemos hacer, perdemos de vista lo mucho que sí podemos hacer y disfrutar.  Así entró el pecado en nuestro mundo, pero el mal ya existía en el universo desde antes.  Isaías 1412-15 y Ezequiel 28 12-19 nos instruyen de que fue en el mismo cielo, en la mente de un ser privilegiadamente creado, que comenzó a desarrollarse la idea de suponer ser más de lo que en realidad era.  Creado en perfección, Lucifer se corrompió a causa de su “hermosura”.  ¿Cómo puede ser eso posible?  No podemos explicarlo.  Sin embargo, sus consecuencias son claramente visibles en nuestro mundo y en nuestras vidas.

Éste Lucifer, que se “disfrazó” de serpiente en Edén, se rebeló abiertamente en contra del gobierno de Dios y lo desafió.  Pero, aunque desafiado, Dios no fue sometido y expulsó a Satanás del cielo (Apocalipsis 12:7-16) y fue arrojado a nuestro mundo para convertirse en su príncipe (Juan 12:31; 14:30; y 16:11), aunque nunca rey.  Adán y Eva le cedieron ese título al someterse a su liderazgo.  En Job 1 y 2 se abre una ventana que muestra a un Satanás fanfarroneando su dominio en la tierra, y las evidencias de dolor e injusticias claramente lo confirman.

Pero las Escrituras también hacen referencia al cómo de nuestra victoria.  Mientras la omnipotencia de Dios lo libera de la influencia y desafío de Satanás, es su humildad y sacrificio la que nos libera a nosotros, tema que en su momento trataremos.  Por lo pronto, somos reclutados por el gran general, Jesucristo, que en Lucas 10:1-21 establece los fundamentos de estrategia de avanzada para tener en claro cuál es el mensaje, quién es el enemigo y cuál es el objetivo: 1) El reino de Dios, 2) Satanás, 3) La salvación.


El apóstol Juan cita a Jesús diciendo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).  Aunque en medio de ésta guerra cósmica entre Dios y Satanás, podemos tener paz.  No porque nosotros la producimos, sino porque descansamos en uno mayor a nosotros.  Las Escrituras indican que Dios ha vencido, pero aún no se han finiquitado todas las cláusulas de su victoria.  Aún estamos expuestos a las pólizas del gobierno de Satanás, y a sus dolorosos efectos, pero como dijo Pablo: “nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:1-2).  Para avanzar, nos quedan entonces tres argumentos: 1) Tenemos testigos que nos alientan (que es el registro de los héroes de la fe en las Escrituras y que Hebreos 11 resume), 2) Despojo de lo que nos detiene o nos hace más lentos, 3) Los ojos fijos en Jesucristo.

viernes, 3 de julio de 2015

La naturaleza misionera de Dios

El ser humano está consistentemente buscando justificar su lugar en la sociedad, su existencia.  Lastimosamente algunos, en esa búsqueda, incurrimos en actividades y hábitos que atentan contra nuestra integridad y la de quienes nos rodean.  ¿Cuál es nuestra función en la vida?

En una de sus últimas conversaciones de Jesucristo con sus discípulos, les recordó: “vosotros sois testigos de estas cosas” (Lucas 24:48; cf. Hechos 1:8), no como algo nuevo, sino como una reafirmación de la función que el ser humano cumple dentro del plan de Dios de rescate de la humanidad (Isaías 55:4).  En su sentido más amplio, un testigo es una persona que es capaz de dar fe de un acontecimiento por tener conocimiento del mismo.  En el caso nuestro, tenemos el privilegio y la responsabilidad de dar fe ante el mundo de que en realidad sí hay esperanza.  Pero para poder entender la esperanza, debemos tener pleno entendimiento de nuestro presente, y para poder entender éste, debemos entonces de conocer nuestro origen.

Ante la vieja pregunta ¿de dónde vengo?  Las Escrituras afirman: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree…  Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad… llenad la tierra, y sojuzgadla...” (Génesis 1:26-28).  Es claro que las Escrituras entienden que nuestra existencia responde única y exclusivamente a la iniciativa de Dios.  No somos el resultado de un proceso de accidentes y de la suerte, sino un acto consiente y con propósito de Dios, que no sólo es el responsable de nuestra existencia, sino además el indicador de cómo administrarla.

Pero las condiciones no son las ideales.  Lastimosamente ya se ha hecho presente el pecado en el universo (Apocalipsis 12:7-9) y su originador se encuentra en el Edén.  Para justificar su destrucción eterna, deben existir las pruebas, por lo que la lealtad de la primera pareja, Adán y Eva, deberá ser expuesta.  Pero las condiciones son favorables pues pueden comer de todo árbol, ¿cuántos habría?, “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).  Pueden comer de 1,000+ árboles y sólo de uno no podrán hacerlo.  Podrán ejercer su libertad de elección con muchísimo margen de error.  No debiera de haber ningún problema.  “Pero la serpiente era astuta” (Génesis 3:1).

Sabemos la historia, Eva le creyó a la serpiente y convirtió el único fruto que no debía comer como el único que quería comer.  Génesis nos cuenta que también Adán comió.  Probaron la rebelión, e inmediatamente cambió la dinámica del fundamento de la ley de Dios: Amor a Dios y amor al prójimo (Mateo 22:37-40), pues se esconden de Dios, y se echan la culpa entre ellos.  Una vez probados éstos sentimientos, de vergüenza, miedo y auto justificación (Génesis 3:7-14).

Aunque el ser humano es el ofensor, es Dios quien toma la iniciativa para restituirnos al plan original: “pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).  Creo que Romanos lo expresa en términos aún más claros: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos…  Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros…  siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…”  Aunque nuestra condición se expresa en términos más fuertes a medida que avanza el texto (débiles, pecadores, enemigos), la solución es siempre la misma, ajena a todo esfuerzo y toda iniciativa humana: “Cristo murió por nosotros.”


Sí tenemos un mensaje que proclamar.  Fuimos alcanzados por el amor y sacrificio de Dios (Juan 3:16), y es ahora nuestro turno divulgarlo con la pasión, entrega y compromiso de Jesucristo.  En labios de Jesús, somos la sal de la tierra y la luz del mundo (Mateo 5:13-14).  Tanto la sal como la luz son evidentes cuando están presentes.  No necesitan justificar su presencia con explicaciones e intenciones.  Así nosotros, encontraremos sentido a nuestras vidas, justificaremos satisfactoriamente nuestra existencia cuando nos entreguemos palpablemente a la misión definida por Dios al ser humano.  1 Corintios 12 aclara que cada quien tiene una función, y que en el esfuerzo individual es que el cuerpo adquiere su efectividad en el servicio.

viernes, 29 de marzo de 2013

La creación, otra vez

Unos días atrás, mientras viajaba en el carro de un amigo, por descuido dejé mi teléfono en el techo del carro mientras parábamos a poner gasolina.  Habiendo avanzado unos cuantos minutos, pasando debajo de una sección de la carretera cubierta de árboles, escuchamos un golpe en el techo  que supusimos había sido una rama.  Al llegar a la casa y darme cuenta que no traía el teléfono celular conmigo, deduje que el sonido en el techo había sido mi celular, y salí en mi carro a buscarlo.  Justamente en la sección de la carretera donde habíamos escuchado el sonido vi mi celular, y aprovechando que había muy poco tráfico, paré a recogerlo con la esperanza de que aún se encontrara funcionando siendo que de lejos parecía estar bien.  Sin embargo, al acercarme, me percaté de lo contrario.  Lo encontré totalmente inservible.  En ese momento reproché mi descuido y, aunque hubiese deseado regresar el tiempo y tomar una mejor decisión, me vi en la obligación de, fuera de contrato, hacerme de un teléfono celular a precio regular, sin las condiciones y garantías de un teléfono nuevo.

A pesar de las muchas oportunidades que tiene la vida, todos llegamos, o llegaremos, a un punto en el cual reconoceremos que esas oportunidades se irán agotando conforme pase el tiempo, realidad de la que Salomón dice con aparente resignación: "Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo" (Eclesiastés 3:19-21).  Día a día, durante milenios, la humanidad es testigo de este suceso y, sin embargo, no nos podemos acostumbrar a tal idea.  Entendemos que debe haber algo más, que en la muerte no se acaba todo, y que las injusticias de la vida no justifican nuestra existencia.

La Biblia nos garantiza una restitución a nuestro estado original, y es que Pedro no se equivoca cuando dice: "pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia" (2 Pedro 3:13).  Sabemos que debe existir un mundo donde no haya muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor (Apocalipsis 21.4). Tal espera tiene su fundamento único, pero sólido, en la promesa "vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Juan 14:3).

El evangelio que predicamos no es una mejora de lo que hoy vivimos, sino una completa restitución a nuestro estado original (Apocalipsis 21:1-5) recreando para siempre.  Es por tal motivo que, independientemente de nuestra realidad hoy, nos negamos ante la idea de vivir vidas intrascendentes, como dice el himno, "si sufrimos aquí, reinaremos allá", o el siguiente "aunque en esta vida fáltenme riquezas, sé que allá en la gloria tengo mi mansión."

La Biblia describe una renovación no sólo de nuestra naturaleza física (Génesis 2:7; Daniel 12:2; 1 Corintios 15:52-58) proyectándonos de lo mortal a lo inmortal, sino también la restitución de nuestro lugar en la creación, de haber cedido del dominio al enemigo (Génesis 1:28; Juan 12:31), a ser restablecidos como reyes y sacerdotes (2 Timoteo 2:10,12; Apocalipsis 5:10).

La renovación también alcanza al mundo natural que, de haber perdido su calificativo de "bueno" (Génesis 6:11-13 y 9:2-4), y es restablecido a su estado original.

Sobre todo, la renovación nos lleva de enemigos (Génesis 3:24; Éxodo 33:20; Deuteronomio 5:24-26) a reconciliados con Dios (Romanos 5:6-10), donde seremos nuevamente y completamente su pueblo y el será nuestro único Dios.

sábado, 23 de marzo de 2013

La creación y el evangelio

Pablo, en 1 Corintios 15:22, explica los efectos drásticamente determinantes por la acción de "uno": por la acción de Adán morimos, y por la acción de Cristo somos vueltos a la vida.  Si pones atención, la muerte está citada como una acción activa, mientras que la acción de vivificar está expresada en forma pasiva.  Concepto que está claramente corroborado en Romanos 6:23, donde se hace el contraste entre lo que recibimos justamente y lo que recibimos como regalo.

La muerte es una consecuencia natural de nuestra separación de Dios y no un castigo (Isaías 59:2; Juan 15; 1 Juan 3).  Cuando Dios advierte a Adán y Eva en la historia de la creación (Génesis 2:17) de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, la muerte no es un castigo originado del desprecio, enojo, frustración o tristeza de Dios, sino el resultado natural de la separación de La Vida.  Es decir, cuando la rama se desprende del árbol, no muere por castigo del árbol, sino como consecuencia natural de su separación del medio que tenía para recibir vida.

En el caso de Adán, él, en su libertad de elección, optó por la rebelión.  Dios, por otro lado, en una decisión unilateral (Romanos 5:6-10), restablece el orden y condiciones originales sólo posibles a través del sacrificio de Cristo quien se echó nuestras culpas para recibir nuestras consecuencias (Isaías 53).

Adán y Eva, en su libertad, aún no conocían, no habían experimentado la rebelión.  Si devoción a Dios era natural y genuina.  Al momento de participar del fruto prohibido (Génesis 3:6), cuando sus ojos son abiertos, experimentan por primera vez los sentimientos que llevaron a Satanás a revelarse contra Dios.  Ya no son inocentes y ellos mismos lo saben.  Ya la presencia de Dios no les causa los mismos sentimientos; la semilla del pecado ha sido sembrada.  Dios no se separa de ellos, inclusive los llama (Génesis 3:9), pero el hombre sí se separa de Dios, no por él mismo, sino por haber experimentado la rebelión (Génesis 3:8,10).  Sin embargo, y a pesar de su nueva condición, la gracia de Dios sobreabunda (Romanos 5:20), y cubre la vergüenza de sus hijos (Génesis 3:21), se rehúsa a abandonarlos.

En la cruz, cuando Cristo exclama, "...¿por qué me has desamparado?", es una exclamación que eligió hacer él para que nosotros no tengamos que exclamarla.  Dios está sufriendo las consecuencias que nos correspondían a nosotros.  Cristo, en ese momento, se está adjudicando la acción de rebelión de Adán.  Está exclamando que fue él quien "comió del árbol", por lo tanto él tiene que morir y no Adán.  Él ahora es el pecador (Gálatas 3:13), aunque no cometió pecado (Hebreos 4:15).  Cristo dejó las condiciones infinitamente favorables para revertir la acción de Satanás y llevarnos devuelta a la vida, al estado original en Edén.


viernes, 22 de febrero de 2013

Jesús, el proveedor y sustentador

Al comunicarnos dentro de nuestras relaciones interpersonales, se recomienda que nunca utilicemos absolutos tales como: "es que tú siempre...", o "es que tú nunca...", ya que son declaraciones que generalmente son desleales a la realidad.  Por eso se recomienda que siempre hagamos uso de palabras o expresiones que puedan reflejar en forma más honesta la realidad como: "a veces tú..."

La Biblia nos recuerda, sin embargo, que sí hay un lugar donde podemos confiadamente utilizar absolutos: "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús" (Filipenses 4:19).  ¿Te diste cuenta?, dice "todo", y no sólo eso, sino que el texto además presenta los argumentos que sostienen la palabra "todo"; "conforme a sus riquezas".  No sólo aquí, sino que la Biblia, a través de sus páginas, asegura una y otra vez el cuidado de Dios para con sus hijos proveyéndolos de cuanto necesiten.  ¿Por qué tanta seguridad en que Dios tenga tal capacidad?

Como argumento fundamental, la Biblia asegura que en Jesucristo es antes de la creación, que en él halla su origen y que es para él (Colosenses 1:16,17).  Es decir, Dios es dueño absoluto no sólo de nuestras vidas, sino además, de los elementos que la hacen posible.  Nuestro sustento, aunque trabajamos duro para ello, no está en nosotros pues ni somos dueños ni originadores mucho menos proveedores o rescatadores de la creación, atributos únicamente divinos.  Simplemente hacemos uso de los recursos que Dios pone a nuestra disposición para subsistir.  Desde Génesis, donde Jesucristo cita al Padre y al Espíritu Santo (Génesis 1:26 y Juan 1:3) en la planificación del origen del hombre, hasta el Apocalipsis, donde Jesucristo garantiza el rescate definitivo de sus hijos (Apocalipsis 22:20), la Biblia entera centra en Jesucristo el origen como el sostenimiento del universo, y el rescate de los seres humanos.

Si te das cuenta, la Biblia no pretende convencernos de ello, simplemente nos lo dice.  La existencia de Dios no está sujeta a mi reconocimiento como tampoco lo está su provisión para la vida.  Dios no condiciona los elementos para la vida.  Él los provee ajeno a nuestro reconocimiento (Mateo 5:45).  Condicionar tales provisiones confirmaría la acusación de Satanás que Dios "compra" nuestra lealtad (Job 1:9-10).  El carácter de Dios no le permite actuar de tal forma.  Por el contrario, antes de que respondamos a su amor, el nos lo da incondicional.

Desde el comienzo, el ser humano fue puesto en condiciones ideadas preestablecidas para su sustento y desarrollo.  Una vez que esas condiciones pasaron la inspección de Dios (Génesis 1:25), el hombre fue depositado en medio de ellas.  De esta forma, al evaluar nuestra experiencia en este mundo, debemos reconocer que nuestra comprensión de las cosas es dramáticamente limitada en comparación con la vastedad de la existencia de Dios.

La Biblia además nos muestra la razón de las condiciones que reinan hoy en día que, a pesar de que el universo da testimonio de la grandeza de Dios, reflejan la intrusión del pecado.  El dolor que observamos y experimentamos son consecuencias de un conflicto mayor.  Sin embargo, aún allí, dentro del dolor, Dios provee, Dios sigue en control del mundo natural, Dios todavía tiene las condiciones de atender las necesidades de sus hijos.

miércoles, 13 de febrero de 2013

La creación y la caída

VIH
Uno días atrás me encontré con un artículo que presentaba las obras del artista Luke Jerram quien se había dado el trabajo de hacer esculturas de vidrio, siendo una de ellas la que se encuentra en esta reflexión.

Malaria
Al ver las diferentes obras de vidrio, quedé impresionado con la belleza, a mi parecer, de cada una de las obras que dan una sensación de delicadeza y un gusto fino, hasta que comencé a leer el artículo cuyo título es: "La belleza inquietante de virus letales".  Sí, el artista se dio el tiempo de recrear en vidrio virus letales como el VIH y Malaria.  El artista cuenta la reacción de las diferentes personas que al observar la belleza de las obras se acercaban para apreciarlas mejor, pero al saber qué representaban daban un paso atrás con cierto nivel de temor o respeto.

El registro bíblico asegura que el pecado, y sus trágicas consecuencias, no fue presentado a Eva como algo letal, sino como algo bueno, agradable y deseable (Génesis 3:6). Bajo la idea de lograr lo que Satanás mismo estaba buscando, ser igual a Dios (Génesis 3:5; Isaías 14:14), Eva sacrificó su propia libertad. Si ponemos atención, las prohibiciones de Dios, protegen nuestra libertad. En Génesis 2:16 Dios le dijo: "De todo árbol del huerto podrás comer," sólo había un sólo árbol del que no podrían comer (v17), y la serpiente tuvo la astucia de concertar la atención de Eva en lo poco que no podía hacer y olvidar en lo mucho que sí podía hacer, se sintió "reprimida".  ¿Te das cuenta?  El NO de Dios identifica las pocas cosas que no podemos hacer para que podamos disfrutar las muchas cosas que sí podemos hacer.  Por ejemplo, cuando nos dice: "no cometerás adulterio" (Éxodo 20:14), está identificando un elemento que nos traerá infelicidad y amenazará nuestra libertad.  Ese NO, en realidad, nos libera para disfrutar plenamente de las muchas bendiciones del matrimonio.  Sin embargo, como en antaño, Satanás muchas veces logra que nuestra concentración se enfoque en el único NO, olvidándonos de los muchos SÍ, y por ende llevándonos a sentir aprisionados por la Ley de la Libertad que Dios nos dio (Santiago 2:10-12).  De la misma forma con el resto de los Mandamientos.

En este encuentro entre Eva y la serpiente, se despertó un sentimiento dañino y letal en el ser humano, el YO.  Satanás quería ser como Dios, atraer la atención a él mismo, ignorando que Dios no vive para sí.  La serpiente logró introducir en Eva un espíritu ajeno al reino que dirige Dios.  Ahora Eva, que hasta entonces vivía para Dios y para Adán (como Adán para Dios y para Eva), comenzó a concentrarse en ella misma.  Comenzó a codiciar todos los beneficios que comer del árbol prohibido le traería a ella sola.  Se olvidó de Dios, de Adán y se concentró en ella.  ¿Te das cuenta?  El enemigo número uno de las relaciones interpersonales, que incluye al matrimonio, es el YO.  Los matrimonios donde sus integrantes viven para sí mismos, están destinados a fracasar, pues están yendo en contra de los principios eternos del reino de Dios y siendo engañados por Satanás y su reino en ruinas.  Es escalofriante reflexionar en los alcances de nuestro egocentrismo, que ha perpetuado, a través de la historia, en sufrimiento: guerras, injusticias, avaricia, abusos, homicidios, y la lista es larga.

Sin embargo, el registro bíblico no está tan interesado en recalcar nuestras deficiencias como en exaltar el amor de Dios.  En matemáticas encontramos la ley que, en la suma y multiplicación "el orden de los factores no altera el producto," pues así como 2 + 3 = 5, 3 + 2 = 5 también.  Sin embargo, en el plan de la salvación no es así.  En el plan de salvación sí importa el orden de los factores, pues estos sí afectan el producto.  En la fórmula divina Gracia + juicio = Evangelio.  Es que Dios no está interesado en castigarnos por nuestros pecados, sino rescatarnos de ellos.  El acusador es Satanás (Apocalipsis 12:10; Zacarías 3:1) que trata de instalar ese mismo espíritu en nosotros.

Sí, la Biblia habla de un juicio, y de la destrucción de los impíos.  Sin embargo, su prioridad es hacernos saber del amor y gracia de Dios que "ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).  Esa es el deseo de Dios, la promesa, para que cuando haya juicio, ninguna condenación haya para nosotros (Romanos 8:1), sino vida eterna (Mateo 25:34).

jueves, 31 de enero de 2013

La creación y la moralidad

¿Te acuerdas de los mineros que quedaron atrapados en la mina de San José, en Chile?  Recuerdo seguir la historia, junto con mi esposa, desde que se dio la noticia del derrumbe de la mina hasta que el último de los mineros fue rescatado.  Fue impresionante seguir el desarrollo de las acciones al pasar de los días con las emociones, no sólo de nosotros sino de la sociedad en general, en altibajos al ir participando de los avances alcanzados, siempre con gozo, pero también con la ansiedad al ignorar qué sucedería después.  Para el final del operativo de rescate, se calcula una audiencia de más de mil millones de personas en todo el mundo, esperando un final feliz.

Como seres humanos, ¿qué nos hace diferenciar entre lo bueno y lo malo?  En lo que respecta a la historia citada en este comentario, ¿de dónde salieron los sentimientos de compasión, esperanza y alegría al ver el rescate exitoso de cada uno de los mineros?  ¿Por qué deseábamos, a pesar de pertenecer a diferentes países, y en muchos casos a diferentes culturas, la preservación de la vida de los mineros?

Como sociedad hemos identificado ciertos derechos pertenecientes a todos y cada uno de los seres humanos.  ¿Quién los decidió?  ¿O será que ya vienen "instalados en nuestro sistema" de fábrica?  La Biblia enseña que el ser humano, desde su creación, fue provisto de ciertos privilegios identificados y definidos, en Génesis, por lo menos, de gobernar el resto de las especies creadas por Dios, administrar y hacer uso de los recursos de la tierra, la capacidad de formar una sola carne entre un hombre y una mujer, la capacidad de procreación y la capacidad de decidir.

Con el libre albedrío, el hombre fue expuesto, como consecuencia del conflicto a nivel universal generado por la demanda de Satanás en contra del gobierno de Dios, a saber y elegir el bien, es decir, el ser humano fue creado moralmente inteligente y libre.  Habiendo dicho esto, el hecho de que haya sido moralmente inteligente y libre signifique que fue creado ajeno a las consecuencias de sus decisiones; somos libres para elegir, pero sujetos a las consecuencias de nuestras decisiones (Eclesiastés 11:9).

Aunque individuos libres, la Biblia nos recuerda que en realidad no somos nuestros.  Fuimos creados por lo que hemos adquirido una responsabilidad en relación a la función por la que fuimos creados, como individuos y en nuestra relación con los demás. Cristo lo resumió de la siguiente manera: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas" (Mateo 22:37-40).

Somos consientes de lo que es bueno y de lo que es malo.  No lo dedujimos nosotros mismos dentro de un proceso evolutivo al cual no fueron expuestas las demás especias.  Fuimos creados con esa capacidad.  Sabemos de nuestra responsabilidad para con Dios en función de nuestra creación, y nuestra responsabilidad para con el bienestar de los demás.  Maltratarnos física, mental social o espiritualmente es estar maltratando la creación de Dios.  De la misma forma, maltratar física, mental social o espiritualmente a otros, inclusive a nuestros enemigos, es estar maltratando la creación de Dios.  Al entender mis orígenes y mi libertad, junto con la de todos los seres humanos, implica, entonces haber reconocido la adquisición de la responsabilidad del bienestar de mis semejantes.

La famosa declaración de Jesús en Mateo 5:44-48 de ser perfectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto está dado en el contexto de el amor a nuestros semejantes incluyendo a nuestros enemigos, tal y como Cristo lo hizo (Romanos 5:10).  Cristo no respondió a una iniciativa humana para rescatarnos sino que "siendo aún pecadores" generó las avenidas para nuestra salvación.  De la misma forma, Dios no nos creó para vivir para nosotros mismos, tanto así, que bien documentado está en Su Palabra el tremendo impacto en nuestra vida eterna que tendrá nuestro trato para con los demás.

Como seres humanos podemos diferenciar el mal del bien.  Al reconocer nuestra procedencia entendemos el origen de esos sentimientos hacia lo bueno, y entendemos por qué, a pesar de saber lo bueno, tendemos hacia lo malo. La Biblia es clara, el bien no es producto humano, es un don divino. Desde esta perspectiva y consientes del proceso de salvación, por medio de la fe dentro del contexto de la gracia, resalta nuestro trato para con el total de la creación de Dios que evidencia en forma externa de nuestra libre elección y desarrollo interno a semejanza de Dios.

Leer:
  • Génesis 2:16, 17
  • Génesis 1:26-28
  • Santiago 3:9
  • Hechos 17:26
  • Proverbios 14:31
  • Mateo 5:44-48
  • Apocalipsis 20:11-13