viernes, 14 de noviembre de 2014

Dominar la lengua - Santiago 3:1-12

El capítulo 3 de Santiago es una invitación, un llamado a entrar en un proceso personal de concientización del uso de nuestras palabras, “porque todos ofendemos muchas veces” (Santiago 1:2). Santiago lo identifica como un mal generalizado y apunta especialmente al efecto que puede producir en otros. Por tal motivo, y dentro de ésta dinámica de autoevaluación al que somos llamados, se nos indica la gran responsabilidad de los maestros, que tienen el privilegio de participar en la formación de opinión de otros. Se nos asegura que un mal uso de éste privilegio pesaría en contra nuestra ante el juicio, por lo que se le aconseja a muchos a mejor no ejercerlo, pues la condenación sería mayor (Santiago 3:1).
En un altercado con los fariseos, Jesús fue enfático en éste mismo punto. En Mateo 12:34-37, Jesús asegura, “¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca... toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” Es decir que lo que decimos, y cómo lo decimos tiene un origen y una intención que determina la condición real de nuestro corazón, con efectos en el resultado final en el día del juicio. Con razón Salomón dijo que “aun el necio, cuando calla, es contado por sabio” (Proverbios 17:28).
Haciendo alusión al poder del freno en los caballos y al timón en los barcos, Santiago indica que lo que decimos, el uso de nuestra lengua, tiene el poder de afirmar nuestros pensamientos y reafirmar los malos sentimientos, y por ende marcar el rumbo de nuestras conclusiones y opiniones, y así, el de nuestras vidas (Santiago 3:3-5). Es por esto que Santiago se maravilla del impacto que algo tan pequeño, como un timón, un freno y la lengua, tienen.
Al ver el panorama pintado por Santiago, y al hacer caso al llamado de autoevaluación y concientización, encontramos que la razón del mal uso que hacemos de nuestras palabras es nuestro corazón está contaminado. Sin embargo, las Escrituras aseguran que Dios ha puesto un plan, una dinámica que promete descontaminarnosNo podemos pretender estar bien con Dios porque le bendecimos, cuando haciendo uso del mismo recurso perjudicamos a nuestros hermanos (Santiago 3:9-12). Sin clarificar a qué se refería en forma específica, Pablo exclama: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” A lo que él mismo contesta: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:24-25).

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