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sábado, 13 de mayo de 2017

Liderazgo - 1 Pedro 5:1-11

Unas cuantas semanas atrás termine de leer un libro titulado "Como matar 11 millones de personas," de Andy Adrews.  En él, el autor trata de encontrar la lógica de tras de los grandes genocidios de la historia.  Cómo es que una sociedad determinada, educada, avanzada, civilizada, llega al punto de razonar y aceptar la exterminación de todo un grupo de personas por motivos raciales, politicos o religiosos.  Dentro de los muchos argumentos que presenta el autor, hay uno que me llamó fuertemente la atención.  Escribió, según recuerdo: "Para matar 11 millones de personas hay que mentirles..."

Los registros muestran como poco a poco éstas ideas nocivas fueron plantadas en las mentes de tales sociedades y de las víctimas hasta llegar al punto de que un grupo pequeño de individuos llega a dominar y manipular a un gran numero de personas hasta hacerles creer que aquello que en otro tiempo habrían supuesto como malévolo y horrendo, es en realidad correcto y necesario para el bienestar común, de la mayoría.  Obviamente podemos encontrar ejemplos de este proceder en muchos de los gobiernos en los diferentes países hoy en día, sin embargo el objetivo de este espacio no es entrar en terrenos de la política y de los gobiernos.  Sin embargo, la conclusión del autor nos da pie a hacer unas cuantas aplicaciones pertinentes a nuestra realidad, como seres humanos y como hijos de Dios.

¿Cómo es que el enemigo de Dios puede impedir la salvación de los hijos de Dios?  La respuesta sería la misma, ¿no crees?  Mintiéndoles...  Desde el Génesis, el capítulo tres, la serpiente, que de acuerdo a Apocalipsis 12 es "la serpiente Antigua que se llama Diablo y Satanás" (v9), responde a la indicación de Dios citada por Eva: "No morirán.  Dios bien sabe que el día que ustedes coman de él, se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal" (vv4-5).

El apóstol Pedro, en su primera carta, específicamente el capitulo 5 y los versículos 1-11, responde a la version distorsionada de Satanás en lo que tiene que ver con nuestras relaciones interpersonales y el ejercimiento del liderazgo y el servicio a otros.

En primera instancia, mientras es el egoísmo la propuesta primaria de Satanás, Pedro cita el altruismo.  Nos pide que procedamos “de manera voluntaria y con el deseo de servir, y no por obligación ni por el mero afán de lucro. No traten a la grey como si ustedes fueran sus amos. Al contrario, sírvanle de ejemplo” (v2-3).  El objetivo primario no es la recompensa sino el servicio en sí.  Somos responsables de cumplir nuestra parte sin desear recompensa.  Y es a través de la intervención divina que obtendremos satisfacción, pues continua diciendo: “cuando se manifieste el Príncipe de los pastores, ustedes recibirán la corona incorruptible de gloria” (v4).

Una segunda clarificación es la humildad por sobre la soberbia.  Pedro indica: “Dios resiste a los soberbios, pero se muestra favorable a los humildes” (v5).  En dos versículos {edro hace referencia a la humildad:

También ustedes, los jóvenes, muestren respeto ante los ancianos, y todos ustedes, practiquen el mutuo respeto. Revístanse de humildad, porque: «Dios resiste a los soberbios, pero se muestra favorable a los humildes  Por lo tanto, muestren humildad bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo.

Evidentemente Pedro insiste en la importancia de la humildad como ingrediente indispensable para el servicio desinteresado.  Debido a la ansiedad que esta lucha interna produce, Dios promete intervenir y generar en nosotros paz (v7).

Por ultimo, Pedro hace referencia a las acechanzas de Satanás, pero no hay que vivir con miedo, sino valientemente deberemos mantenernos firmes, haciéndole frente.  No somos los únicos que sufrimos (v9).  Además, a través de la intervención divina, obtendremos la victoria.

viernes, 14 de abril de 2017

Ser - 1 Pedro 2

Un viernes de tarde, del otoño de 1996, jugaba con mis compañeros de universidad un partido de fútbol.  Por lo que me cuentan, en ese partido de fútbol, que no recuerdo contra quién jugábamos, me tocó jugar de delantero.  Para serte sincero, de ese día, y de ese insistente en particular, sólo tengo pocas y breves escenas, por lo que la mayoría de lo que te voy a relatar es la recopilación de lo que otros me han contado.  Según me cuentan, un compañero hizo un centro al área y yo corrí a tratar de cabecear.  El portero del equipo contrario también fue por el balón lo que provocó que ambos chocáramos.  Por el choque, caí de espaldas y evidentemente golpeé la cabeza con el suelo.  Dicen mis compañeros que me levanté del suelo, me sacudí, e hice por seguir jugando.  Sin embargo, de tanto en tanto, me acercaba a uno de mis primos, que también estaba en mi equipo, para preguntarle datos básicos del juego, tales como: contra quién estábamos jugando y si estábamos ganando.  Cuenta mi primo que cada minuto o dos me acercaba a él para hacerle la misma pregunta, hasta que después de unas cuantas veces creyó mejor sacarme del juego y llevarme a casa, donde me metí a bañar, y como había perdido la memoria a corto plazo, como en la película de Buscando a Dory (Finding Dory), me lavé la cabeza una y otra vez hasta que me acabé el shampoo.  Una vez bañando, me llevaron a mi cuarto para que descansara y fuese atendido.

La razón por la que te relato esta experiencia es por el impacto que, según me cuentan, causó en mi cuando comencé a recuperar la memoria, de lo que sólo tengo breves destellos, como cuando mi abuela entró al cuarto para ponerme alcohol en la frente, o cuando entraron a mi cuarto algunos primos para visitarme.  Me cuenta mi hermana que cuando comencé a despertar, quienes estaban en el cuarto comenzaron a hacerme preguntas, mi hermano para reírse, y los demás, supongo, para ayudarme a recuperar la memoria.  Entre risillas comenzó a describir las diferentes reacciones cuando redescubrí quién era, mi nombre, que me encontraba en el cuarto año de teología, que tenía una novia, que estaba aprendiendo hebreo y que era el director del club de Guías Mayores Na'ar Shalem.  Ante cada descubrimiento hacía una exclamación de incredulidad, jocosa para quienes estaban presentes, para luego quedarme por un momento callado, como tratando de registrar la información, impresionado por quien era.

Cuando leemos el segundo capítulo de su primera carta, Pedro pareciera hacer mucho énfasis en que sus lectores recuperen la memoria y recuerden que “son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9).  La versión Dios Habla Hoy traduce el texto de la siguiente manera: “Pero ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios.”  Pedro quiere que su audiencia, que por designación divina ahora también nos incluye a nosotros, encuentre sentido a su existencia que les lleve a entender cuál es su misión, pues ¿cómo saber el propósito de nuestra vida cuando no sabemos quiénes somos?

Cuando leemos completo el versículo previamente citado, encontramos que “ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncien los hechos maravillosos de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable,” de donde personalmente rescato dos palabras: “son” y “para”, un verbo y una preposición.  Evidentemente no son las palabras ricas en significado y románticas en comparación con las demás que están en el versículo, sin embargo, son las que le dan sentido.  La primera nos introduce a nuestra identidad, la segunda a nuestra razón de ser, pues para hacer (“para”) debemos primero ser (“son”).

Sí, tenemos una misión, que solamente identificamos y comprendemos cuando entendemos quiénes somos.  Sin embargo, y de acuerdo a lo que extraigo de la carta de Pedro, para verdaderamente ser, debemos también dejar de ser.  Permíteme te explico.  Este capítulo comienza de la siguiente manera: “Por lo tanto, desechen toda clase de maldad, todo engaño e hipocresía, envidias y toda clase de calumnia” (v1), y añade más adelante: “Antes, ustedes no eran un pueblo; ¡pero ahora son el pueblo de Dios!” (v10), y después: “les ruego que se aparten de los deseos pecaminosos que batallan contra el alma.  Mantengan una buena conducta” (vv11-12), “muéstrense respetuosos de toda institución humana… Respeten a todos” (vv13,17).  Y termina diciendo: “Porque ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora se han vuelto al Pastor que cuida de sus vidas” (v25).  Una y otra vez Pedro insiste en redefinir quienes somos contrastándolo con lo que éramos y con lo que no debemos ser.

Obviamente, hay una lucha interna, pues no podemos negar nuestra naturaleza humana donde heredamos una constante tendencia al egoísmo y a la rebelión.  Por eso, para alimentar nuestro nuevo ser, para fortalecer nuestra nueva identidad, Pedro nos recomienda: “Busquen, como los niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por medio de ella crezcan y sean salvos” (v2), “Acérquense a él, a la piedra viva” (v4), pues Jesucristo “llevó en su cuerpo nuestros pecados al madero, para que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la justicia. Por sus heridas fueron ustedes sanados.”

Así, y con la ayuda de la deidad completa, para hacer, debemos primero ser.  Y para verdaderamente ser, debemos primero dejar de ser.

viernes, 5 de agosto de 2016

Jesús se mezclaba con las personas

El gran malentendido entre Jesucristo y los líderes religiosos de su tiempo fue la naturaleza de su misión. Más allá de su auto identificación como Mesías, ¿cómo es que se atrevía a interactuar con “publicanos y pecadores”?  ¿Qué no había mejores personas con las cuales asociarse?  ¿No dice el dicho, “dime con quién andas y te diré quién eres?

El libro Ministerio de curación, página 102 dice: “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces, les pedía: ‘Sígueme’.”  Un seguimiento cuidadoso de las declaraciones de Jesucristo explicando su misión claramente muestran ésta secuencia.  Juan 1:14 nos dice: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.”  El ángel le explica a José: “…y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados… y llamarán su nombre Emanuel, que traducido quiere decir: Dios con nosotros” (Mateo 1:21 y 23).  Jesús mismo se develó ante Nicodemo con las siguientes palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).  Una y otra vez se establece que a pesar de ser nosotros los ofensores, es Dios quien se acerca a nosotros para aclarar las cosas y establecer los parámetros de la reconciliación (Romanos 5:10).

Es Dios quien toma la iniciativa para acercarse al hombre, y no el hombre para acercarse a Dios.  Dios se nos acerca y entonces, de cerca nos invita a acercarnos…  Por eso, no debiera de sorprendernos que “todos los publicanos y pecadores” se acercasen para oírle (Lucas 15:1).  No es un ministerio de condenación, sino una oferta de esperanza (Juan 3:17).  Sin embargo, y por quienes no entienden la misión del cielo llevada a cabo por Jesucristo, se le cuestiona: “los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: -- Este recibe a los pecadores y come con ellos” (Lucas 15:2), situación que Jesús utiliza para relatar tres parábolas todas enfatizando la reacción del cielo “por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:7,10y32).  No son historias para resaltar la disciplina de las noventa y nueve ovejas que no se pierden, o la bendición de que, a pesar de perder una moneda, la dueña aún cuenta con nueve, ni para agrandar la estabilidad del hijo mayor que se autodisciplina para mantenerse fiel a su padre.  Por el contrario, y obrando injustamente en contra todos aquellos que no se perdieron, las tres historias enfatizan que es mayor motivo de fiesta rescatar una oveja perdida que no perder noventa y nueve…  Jesús explica que independientemente de las razones por las cuales un individuo se haya perdido, cada rescate es motivo para celebrar.  Y es que, contrario a lo que podamos sentir, ninguno de nosotros es parte de las noventa y nueve ovejas, ni de las nueve monedas, ni si quiera el hijo mayor.  La Biblia nos identifica, desde el Génesis, con la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo.  De esta forma, el llamado a los fariseos y escribas que murmuran es que se evalúen y dejen de suponerse sin necesidad de arrepentimiento (Lucas 15:7).


Un caso de estudio podría ser el llamado de Mateo.  En la oficina de tributos, un lugar de deshonestidad y extorsión, es de donde lo llama Jesús.  El relato indica que Mateo acepta la invitación de Jesucristo y realiza una fiesta en su casa, a donde asisten sus amigos, “publicanos y pecadores” (Mateo 9:10).  Como es de esperar, la misión de Jesucristo es nuevamente cuestionada: “Y cuando los fariseos le vieron, decían a sus discípulos: --¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?” (Mateo 9:11).  A lo que Jesús responde: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos… porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9:12-13).  Parece ser que Jesús no vino a felicitar a los buenos, ni a los que se sienten buenos

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viernes, 29 de julio de 2016

Jesús llega a la comunidad – Semana 5

Cuando hablamos del ministerio de Jesús, creo yo, obviamos u olvidamos un detalle.  En Mateo 4:23 encontramos la siguiente declaración: “Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.”  Hay tres verbos en éste texto que explican la dinámica del ministerio de Jesucristo cuando estuvo en la tierra: enseñar, predicar y sanar.  Cada uno de éstos verbos tiene una función complementaria a los otros dos, pues atiende las necesidades físicas (sanar), instruye y educa (enseñar) y motiva (predicar).  Sin embargo, y con toda la importancia que conllevan éstos tres verbos, su impacto penden de un cuarto verbo; recorrer.

Jesús no ejerce su ministerio en forma pasiva, sino que activamente se expone como persona para entonces exponer su ministerio, yendo a sus poblaciones, y entrando “en las sinagogas de ellos.”  Además, el ministerio no es unidimensional, donde sólo se presenta una esperanza a suceder en el futuro, pues aparte de anunciar esta verdad, el ministerio de Jesucristo también atendió las necesidades de ahora.  En su presentación oficial en la sinagoga de Nazaret, Jesús indicó que su misión era “anunciar buenas nuevas a los pobres”, y continúa explicando, “me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18).

Obviamente, como seguidores de Jesús, más bien, como una extensión del ministerio de Jesucristo, pues él mismo indicó “Toda autoridad me ha sido dada… id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos… y enseñándoles”, somos ahora responsable y privilegiados de continuar con la misión de Jesucristo, haciendo uso de su estrategia, pues “sólo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme.’” {MC 102}

No podemos pretender continuar con el cumplimiento de la misión encargada por Jesucristo ajenos a las necesidades de quienes nos rodean.  Al resumir Jesús el mensaje de la ley y los profetas dice: “Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo” (Lucas 10.27).  El amor a Dios no es un ejercicio filosófico o mental, sino un estilo de vida que objetivamente interactúa con los demás para elevar su existencia.  Jesús se refirió a nosotros como protagonistas en la sociedad comparándonos con la “sal de la tierra” y la “luz del mundo” (Mateo 5:13-14).  Es claro que nuestra presencia deberá ser notoria, responsablemente atendiendo aquellas necesidades inmediatas que pueden interponerse al deseo de satisfacer necesidades de mayor trascendencia.  Recuerda cómo Esaú perdió una bendición mayor con tal de satisfacer una necesidad inmediata (Génesis 25:32).


¿Qué es lo que ofrecemos a la sociedad, como iglesia, como movimiento y como individuos?  Obvio que tenemos el privilegio de anunciar el perdón y vida eterna que tenemos en Jesucristo, compartir la información que Dios nos ha revelado en las profecías, y llamar a la sociedad a arrepentirse y bautizarse, pero no es todo.  Tenemos también la responsabilidad de atender las necesidades de hoy, para que entonces haya interés en las necesidades de mañana, pues el anuncio del reino de los cielos, que “se ha acercado,” también vela por el bienestar del ser humano hoy, pues se nos manda a sanar, ¡resucitar!, limpiar e inclusive, echar fuera demonios (Mateo 10:7-8).

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