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sábado, 13 de mayo de 2017

Liderazgo - 1 Pedro 5:1-11

Unas cuantas semanas atrás termine de leer un libro titulado "Como matar 11 millones de personas," de Andy Adrews.  En él, el autor trata de encontrar la lógica de tras de los grandes genocidios de la historia.  Cómo es que una sociedad determinada, educada, avanzada, civilizada, llega al punto de razonar y aceptar la exterminación de todo un grupo de personas por motivos raciales, politicos o religiosos.  Dentro de los muchos argumentos que presenta el autor, hay uno que me llamó fuertemente la atención.  Escribió, según recuerdo: "Para matar 11 millones de personas hay que mentirles..."

Los registros muestran como poco a poco éstas ideas nocivas fueron plantadas en las mentes de tales sociedades y de las víctimas hasta llegar al punto de que un grupo pequeño de individuos llega a dominar y manipular a un gran numero de personas hasta hacerles creer que aquello que en otro tiempo habrían supuesto como malévolo y horrendo, es en realidad correcto y necesario para el bienestar común, de la mayoría.  Obviamente podemos encontrar ejemplos de este proceder en muchos de los gobiernos en los diferentes países hoy en día, sin embargo el objetivo de este espacio no es entrar en terrenos de la política y de los gobiernos.  Sin embargo, la conclusión del autor nos da pie a hacer unas cuantas aplicaciones pertinentes a nuestra realidad, como seres humanos y como hijos de Dios.

¿Cómo es que el enemigo de Dios puede impedir la salvación de los hijos de Dios?  La respuesta sería la misma, ¿no crees?  Mintiéndoles...  Desde el Génesis, el capítulo tres, la serpiente, que de acuerdo a Apocalipsis 12 es "la serpiente Antigua que se llama Diablo y Satanás" (v9), responde a la indicación de Dios citada por Eva: "No morirán.  Dios bien sabe que el día que ustedes coman de él, se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal" (vv4-5).

El apóstol Pedro, en su primera carta, específicamente el capitulo 5 y los versículos 1-11, responde a la version distorsionada de Satanás en lo que tiene que ver con nuestras relaciones interpersonales y el ejercimiento del liderazgo y el servicio a otros.

En primera instancia, mientras es el egoísmo la propuesta primaria de Satanás, Pedro cita el altruismo.  Nos pide que procedamos “de manera voluntaria y con el deseo de servir, y no por obligación ni por el mero afán de lucro. No traten a la grey como si ustedes fueran sus amos. Al contrario, sírvanle de ejemplo” (v2-3).  El objetivo primario no es la recompensa sino el servicio en sí.  Somos responsables de cumplir nuestra parte sin desear recompensa.  Y es a través de la intervención divina que obtendremos satisfacción, pues continua diciendo: “cuando se manifieste el Príncipe de los pastores, ustedes recibirán la corona incorruptible de gloria” (v4).

Una segunda clarificación es la humildad por sobre la soberbia.  Pedro indica: “Dios resiste a los soberbios, pero se muestra favorable a los humildes” (v5).  En dos versículos {edro hace referencia a la humildad:

También ustedes, los jóvenes, muestren respeto ante los ancianos, y todos ustedes, practiquen el mutuo respeto. Revístanse de humildad, porque: «Dios resiste a los soberbios, pero se muestra favorable a los humildes  Por lo tanto, muestren humildad bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo.

Evidentemente Pedro insiste en la importancia de la humildad como ingrediente indispensable para el servicio desinteresado.  Debido a la ansiedad que esta lucha interna produce, Dios promete intervenir y generar en nosotros paz (v7).

Por ultimo, Pedro hace referencia a las acechanzas de Satanás, pero no hay que vivir con miedo, sino valientemente deberemos mantenernos firmes, haciéndole frente.  No somos los únicos que sufrimos (v9).  Además, a través de la intervención divina, obtendremos la victoria.

viernes, 28 de abril de 2017

Vivir como Dios - 1 Pedro 3:8-12

No recuerdo exactamente dónde lo escuché por primera vez, si en el radio o en una tienda, pero el título de la canción es, "Fix my eyes", que tal vez podríamos traducirlo como, Fijaría mis ojos.  Como el título del canto lo indica, la frase que se repite una y otra vez es: "Fijaría mis ojos en ti," sin embargo, es otra parte de la letra que quisiera citar para efectos de ésta reflexión, parte que se encuentra en una sección del canto que utiliza una tonada como de niños jugando que queda en frases como: "ya te ganamos," o, "yo quiero dulces" (espero haber ayudado a que identifiques la tonada).  Me llamó tanto la atención que llegando a casa busqué la letra del canto para saber qué decía.  En la canción, el autor se pregunta qué haría diferente si pudiera regresar el tiempo, a lo cual contesta (traducción):

Amaría sin miedo
Daría cuando no es justo
Viviría para otro
Tomaría tiempo para un hermano
Lucharía por los débiles
Abogaría por la libertad
Encontraría fe en la batalla
Me mantendría en pie.
Pero por sobre todo,
fijaría los ojos en ti, en ti.

La frase que capturó mi atención, y todavía lo hace, es: "daría cuando no es justo."  Jesús mismo hace referencia a este tipo de conducta cuando dice: "No resistan al que es malo, sino que a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, preséntale también la otra; al que quiera provocarte a pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.  Al que te pida, dale, y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen” (Mateo 5:39-42,44).

No es muy difícil dar, ayudar, amar cuando es justo, cuando la otra persona “lo merece."  ¿Cuántas veces no hemos intercedido por alguien, nuevamente, porque sentimos que lo merece?  ¡Pero ayudar a alguien que no lo merece!

A principio de semana leí la siguiente cita del apóstol Pedro: "Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos están atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está en contra de los que hacen el mal" (1 Pedro 3:12).  Mi primera reacción fue: "¡Ajá!", porque cuando leemos éste tipo de versículos, el justo siempre soy yo, y ya tenemos definida la lista de "los que hacen el mal," y el rostro de Dios está contra ellos.  Hace sentido, y es bíblico.  Merecen el desprecio de Dios, y el mío también, obviamente.

Al siguiente día, sin embargo, leí el contexto dónde se encontraba el versículo recién citado.  Los versículos previos dicen: "En fin, únanse todos en un mismo sentir; sean compasivos, misericordiosos y amigables; ámense fraternalmente y no devuelvan mal por mal, ni maldición por maldición. Al contrario, bendigan, pues ustedes fueron llamados para recibir bendición" (1 Pedro 3:8-9).

¿Por qué se nos habría de requerir ser compasivos, misericordiosos, amigables con quienes buscan nuestro mal y aún nos maldicen?  ¡No lo merecen!  ¿Por qué hacer el bien a los que nos odian, y orar por quienes nos persiguen?  ¡Es injusto!  ¿Dónde está entonces la lógica de que a los buenos les va bien y a los malos mal?

Obviamente ésta no es la primera vez que pienso al respecto, como tampoco lo es para ti, supongo.  Pero como ésta orden es tan contraria a nuestra naturaleza, siempre nos lleva a reflexionar y evaluarnos a la luz de las Escrituras, y a la luz de la vida de Jesucristo.

Tratando de resolverlo, cuando se nos hacen las recomendaciones o mandatos citados en ésta reflexión, el enfoque no es lo malo que hacen los demás o lo despreciables que puedan ser.  Nuestra naturaleza egoísta y rebelde nos lleva a concentrarnos en ellos y llegar a la conclusión de que ellos no merecen nuestras atenciones y que es injusto lo que se nos pide.  Sin embargo, el enfoque del mandato somos nosotros, Dios no está hablando de la salvación de los malos, sino de nuestra salvación, de nuestra asimilación en la cultura del cielo.  Podemos estar tan concentrados en el castigo que merecen los demás, que podemos descuidar nuestra propia salvación, como cuando los hijos confrontan a los padres porque no castigaron al hermano o hermana de forma más agresiva, como lo merece.  Yo he tenido que utilizar las mimas palabras que mis padres me dijeron a mi: “no te preocupes por tus hermanos, preocúpate por ti…”

Dios, que sigue trabajando realizando en nosotros “la buena obra” (Filipenses1:6), la quiere seguir perfeccionando hasta culminarla en la segunda venida de Jesucristo.  Por eso, como parte de nuestra educación, de nuestra preparación, del plan de estudios, Dios define el estándar de conducta, incluyendo situaciones extremas, cuando somos objeto del odio de otros.  Si la cultura del cielo es amor, “porque Dios es amor” (1 Juan 4:8), entonces nuestro estándar de conducta es el amor, aún cuando quien es el receptor de éste no lo merece.  ¿No hace lo mismo Dios cuando “hace llover sobre justos e injustos”? (Mateo 5:45).  Jesús continúa diciendo en el tan famoso Sermón del Monte: “Porque si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa tendrán? ¿Acaso no hacen lo mismo los cobradores de impuestos?  Y si ustedes saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de más? ¿Acaso no hacen lo mismo los paganos?” (Mateo 5:46-47).  Y termina diciendo: “sean ustedes perfectos, como su Padre que está en los cielos es perfecto” (v48).

El enfoque del amor a los enemigos, no son los enemigos, sino la asimilación de la cultura del cielo, como cuando Jesús mientras se burlaban, lo maltrataban y crucificaban: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”

viernes, 21 de abril de 2017

Relaciones sociales - 1 Pedro 4:8

He aprendido que para quienes nos gusta cocinar, pero no sabemos hacerlo, o estamos aprendiendo, muy seguido nos excedemos con algún ingrediente, desde agua, apio o comino, hasta la sal.  Esto sin contar las veces cuando hemos cocinado el platillo de más, o cuando dejamos la comida medio cruda.  En casos como esos, y con la ayuda de alguien experto o con más experiencia, acudimos a ciertos trucos para ayudarnos a eliminar o reducir el daño causado.  Algunos de estos trucos es el uso de productos lácteos cuando la comida es muy picante, o también azúcar o miel.  O cuando ha quedado muy condimentada, se le puede acompañar con almidones, como arroz o pasta, según me dicen.  Todo para eliminar o disimular las imperfecciones o falta de experiencia del cocinero.

El apóstol Pedro hace uso de la misma lógica cuando dice: "ámense intensamente los unos a los otros, porque el amor cubre infinidad de pecados" (1 Pedro 4:8), dentro de una serie de consejos para aliviar las tensiones interpersonales y promover la cordialidad entre los creyentes.  Para la frase "porque el amor cubre infinidad de pecados,” otras versiones un poco menos literales y más ajustadas a nuestro idioma actual dicen: "porque el amor perdona muchos pecados" (DHH), "porque el amor borra los pecados" (TLA), "porque el amor es capaz de perdonar muchas ofensas" (PDT).

Evidentemente para el Apóstol Pedro, sí hay un ingrediente que ayuda a eliminar, o minimizar los defectos de los individuos en su interacción ya sea a nivel matrimonial, familiar, académico y/o laboral.  Entonces el secreto para la unidad, o la cooperación no descansa en la ausencia de defectos de sus componentes, sino en la medida que el amor forme parte de tal interacción.  Somos humanos, por definición somos imperfectos; hemos recibido una herencia con tendencia al egoísmo y a la rebelión.  Además, cargamos con los genes de nuestros padres, como también lesiones físicas y emocionales que nos llevan a actuar en forma destructiva, eso sin incluir la influencia de nuestro entorno sociocultural, económico, político y religioso.  Es mucho lo que cargamos sobre nuestros hombros como para suponer que el secreto es dejar de ser humanos.  Antes bien, Pedro reconoce nuestras deficiencias naturales y, sin condenarlas, nos da un ingrediente que las neutraliza.

La Palabra que el apóstol Pedro utiliza es ágape, una de las cuantas palabras que en español hemos traducido como amor, pero la que encierra la mayor cantidad de altruismo, en contraposición del egoísmo.  El amor con el que Dios nos amó tanto, que envío a Jesucristo para que quienes creamos tengamos vida eterna (Juan 3:16).  El apóstol indica: "ámense intensamente los unos a los otros."  Cumplir con éste pedido es antinatural para nosotros, tal vez por eso Pedro indica "intensamente" (ekteíno), que también puede traducirse como fervientemente, constantemente, intencionalmente, sin cesar.  Evidentemente, requerimos tomar una decisión consciente, de adoptar una perspectiva que desafía nuestras tendencias, para amar a aquellos con quienes interactuamos y así, haciendo ellos lo mismo, soportarnos mutuamente nuestras imperfecciones.

Si ponemos atención, la dinámica es bastante clara: amo para disminuir mi percepción de las deficiencias de los demás, y los demás me aman para cubrir o soportar mis deficiencias.  Como cuando un joven y una joven se enamoran, indicando el uno que el otro es "perfecto"...  Obviamente no lo es, pero el amor le hace descartar o ignorar sus defectos y resaltar sus virtudes.  Situación contraria meses o años después, cuando el amor se acaba, y donde ahora se descartan e ignoran las virtudes para resaltar y acentuar los defectos.


Más allá, sin embargo, del beneficio temporal y terrenal en nuestras interacciones interpersonales, el adoptar éste consejo divinamente inspirado nos llevará a elevar nuestra existencia para ponernos a disposición y vulnerables a la intervención divina quien trabaja intensamente para transformarnos y ayudarnos a incorporar y asimilar en nuestras vidas la cultura del reino de Dios, la cultura celestial, pues "Dios es amor" (1 Juan 4:8), y el que comenzó en nosotros "la buena obra," la estará perfeccionado cada día, de acuerdo a nuestra disponibilidad, hasta culminarla definitivamente en "el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6).

viernes, 5 de agosto de 2016

Jesús se mezclaba con las personas

El gran malentendido entre Jesucristo y los líderes religiosos de su tiempo fue la naturaleza de su misión. Más allá de su auto identificación como Mesías, ¿cómo es que se atrevía a interactuar con “publicanos y pecadores”?  ¿Qué no había mejores personas con las cuales asociarse?  ¿No dice el dicho, “dime con quién andas y te diré quién eres?

El libro Ministerio de curación, página 102 dice: “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces, les pedía: ‘Sígueme’.”  Un seguimiento cuidadoso de las declaraciones de Jesucristo explicando su misión claramente muestran ésta secuencia.  Juan 1:14 nos dice: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.”  El ángel le explica a José: “…y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados… y llamarán su nombre Emanuel, que traducido quiere decir: Dios con nosotros” (Mateo 1:21 y 23).  Jesús mismo se develó ante Nicodemo con las siguientes palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).  Una y otra vez se establece que a pesar de ser nosotros los ofensores, es Dios quien se acerca a nosotros para aclarar las cosas y establecer los parámetros de la reconciliación (Romanos 5:10).

Es Dios quien toma la iniciativa para acercarse al hombre, y no el hombre para acercarse a Dios.  Dios se nos acerca y entonces, de cerca nos invita a acercarnos…  Por eso, no debiera de sorprendernos que “todos los publicanos y pecadores” se acercasen para oírle (Lucas 15:1).  No es un ministerio de condenación, sino una oferta de esperanza (Juan 3:17).  Sin embargo, y por quienes no entienden la misión del cielo llevada a cabo por Jesucristo, se le cuestiona: “los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: -- Este recibe a los pecadores y come con ellos” (Lucas 15:2), situación que Jesús utiliza para relatar tres parábolas todas enfatizando la reacción del cielo “por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:7,10y32).  No son historias para resaltar la disciplina de las noventa y nueve ovejas que no se pierden, o la bendición de que, a pesar de perder una moneda, la dueña aún cuenta con nueve, ni para agrandar la estabilidad del hijo mayor que se autodisciplina para mantenerse fiel a su padre.  Por el contrario, y obrando injustamente en contra todos aquellos que no se perdieron, las tres historias enfatizan que es mayor motivo de fiesta rescatar una oveja perdida que no perder noventa y nueve…  Jesús explica que independientemente de las razones por las cuales un individuo se haya perdido, cada rescate es motivo para celebrar.  Y es que, contrario a lo que podamos sentir, ninguno de nosotros es parte de las noventa y nueve ovejas, ni de las nueve monedas, ni si quiera el hijo mayor.  La Biblia nos identifica, desde el Génesis, con la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo.  De esta forma, el llamado a los fariseos y escribas que murmuran es que se evalúen y dejen de suponerse sin necesidad de arrepentimiento (Lucas 15:7).


Un caso de estudio podría ser el llamado de Mateo.  En la oficina de tributos, un lugar de deshonestidad y extorsión, es de donde lo llama Jesús.  El relato indica que Mateo acepta la invitación de Jesucristo y realiza una fiesta en su casa, a donde asisten sus amigos, “publicanos y pecadores” (Mateo 9:10).  Como es de esperar, la misión de Jesucristo es nuevamente cuestionada: “Y cuando los fariseos le vieron, decían a sus discípulos: --¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?” (Mateo 9:11).  A lo que Jesús responde: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos… porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9:12-13).  Parece ser que Jesús no vino a felicitar a los buenos, ni a los que se sienten buenos

viernes, 18 de marzo de 2016

La iglesia militante

Recuerdo haber tenido una discusión en mis años de adolescentes acerca del poder de Dios.  Nos preguntábamos si era posible que Dios fuese tan poderosa para crear una piedra tan grande y tan pesada que él mismo no podía levantar.  Por supuesto, cualquier sea la respuesta estamos admitiendo que Dios no es tan poderoso después de todo.  Aunque se trata de una conversación inútil, después de varios años admito que en realidad sí hay un límite al poder de Dios.

En el libro de Apocalipsis, en el mensaje a la iglesia de Laodicea, Jesús asegura: " He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3:20).  Como podrás advertir, el texto muestra por lo menos dos cosas: 1) Dios ha tomado la iniciativa de invertirse a sí mismo en una acción o una serie de acciones unilaterales para colocarse en posición de involucrarse en nuestras vidas.  2) El límite del poder de Dios, de su iniciativa y su inversión es nuestra puerta.  Aún tenemos el poder de rechazar la invitación de Dios.   Así que sí, el poder de Dios tiene un límite; nuestra libertad de elección.

El mensaje a las siete iglesias en el Apocalipsis gira en torno a estas dos verdades, la acción de Dios, como la constante, y la reacción del hombre, como la variable.  Las siete iglesias presentan escenarios con particularidades que describen ésta dinámica.  En Éfeso, por ejemplo, dentro de sus muchas virtudes, Dios advierte del peligro de cuidar las motivaciones.  Aparentemente, al perder el primer amor, las razones para hacer lo bueno ha cambiado (Apocalipsis 2:1-7).  En Esmirna, se nos recuerda que la opresión no es para siempre y el llamado es a mantener la fidelidad (2:8-11).  En Pérgamo, se nos advierte del peligro mantener asociaciones que atentan contra nuestra integridad (2:12-17), mismo peligro que corre la iglesia de Tiatira, tolerando filosofías ofensivas al gobierno de Dios (2:18-29).  Sardis ilustra la realidad que aún dentro de un contexto negativo se puede ser fiel a Dios (3:1-6).  A Filadelfia se le recuerda que Dios soberanamente influye en las oportunidades, aunque somos nosotros quienes debemos aprovecharlas (3:7-13), y por último Laidocea, quien por creerse que es más, ha llegado a ser menos (3:14-22).

Siendo que proféticamente aplicamos el mensaje a la iglesia de Laodicea a nuestros tiempos, quisiera concentrarme en un último punto.  En su amonestación, se les indica: “Tú dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad.  Pero no sabes que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás desnudo” (Apocalipsis 3:17).  Como solución, se les indica: “Por tanto, yo te aconsejo que compres…” (3:18).  ¿Cómo poder comprar si se es “desventurado, miserable, pobre, ciego y […] desnudo”?

Para ilustrarlo, permíteme contarte una experiencia personal, que tal vez también tú la viviste.  De pequeño, recuerdo ser enviado a la tienda por mis padres a  traer a casa algún producto que necesitásemos para comer; tortillas, pan, miel, etc.  En muchas ocasiones fui enviado sin efectivo.  Así que entraba a la tienda, tomaba lo que se me había pedido, y al llegar con la cajera, simplemente les decía: “póngalo a nombre de mi papá, o de mi mamá.”  Obviamente, si hubiese dicho que lo pusieran a mi nombre, la cajera se habría reído e ignorado mi petición pidiéndome que regresara los productos que había tomado.


Cuando nos acercamos a Dios para comprar gracia y misericordia, las cuales permiten la posibilidad de nuestra salvación, no compramos a nuestro nombre, pues nuestro nombre no tiene peso.  Decimos “…en el nombre de Jesús.”  Jesucristo sí tiene crédito, y sobreabundantes recursos para respaldarlo (Romanos 5:20).

viernes, 11 de marzo de 2016

Pedro y el gran conflict - Artículo

Pablo mismo confesó: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19), y sin embargo “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10).  ¡Qué tragedia!  Pues el “que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).  El conflicto entre el bien y el mal, originado en el cielo por Satanás, entonces Lucifer, en contra de Dios, no es una hipótesis, una teoría que busca navegar en el mar de posibilidades para intentar explicar el comportamiento del ser humano, sino que se trata de una realidad de la cual todos nosotros somos testigos.  La semilla de rebelión germinó en Lucifer.  Éste la implantó en nuestros primeros padres, quienes, a su vez, la heredaron a todos nosotros.
En un mundo aparentemente ideal, el apóstol Pedro nos indica que tenemos el privilegio y responsabilidad de anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro2:9), pero ¿cómo hacer algo que va en contra de nuestra naturaleza?  El texto completo dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”  Si te das cuenta, la primera parte del texto indica lo que somos: “sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”, y la segunda lo que como consecuencia hacemos: anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”  El cumplimiento de nuestra misión, el implantarle propósito a nuestras vidas depende de que entendamos quienes somos.  Así como en cosas más comunes nuestra identidad, origen y pertenencia, afecta nuestros gustos, elecciones y comportamiento, nuestro entendimiento y aceptación de quienes somos permite elevar nuestra existencia de la sobrevivencia a la trascendencia.
Pero para abrazar nuestra nueva identidad, debemos abandonar nuestra antigua.  Así como un hombre soltero deja de serlo el día que se casa, así nosotros no podemos presumir nuestra nueva identidad cuando aún no abandonamos la antigua.  El apóstol Juan indica que “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4), y más adelante ahonda: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20).  Obviamente que no depende de nuestras fuerzas solamente el abandono de una identidad inferior previa, de serlo así los fariseos habrían tenido la razón, pero sí comienza con la consiente aceptación de la versión divina en cuanto a mi persona que, aunque en otro tiempo no éramos pueblo, “ahora sois pueblo de Dios” (1 Pedro 2:10).  Por eso se nos insta a “no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las pasiones humanas, sino conforme a la voluntad de Dios” (1 Pedro 4:2), que indefectiblemente debe afectar nuestra relación y responsabilidad para con nuestro prójimo (1 Pedro 4:10).
Los argumentos para el cambio de identidad y la proyección de nuestra vida de sobrevivencia a trascendencia se encuentran en “la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 Pedro 1:19).  Aunque Pedro fue un testigo presencial del ministerio y sacrificio de Jesucristo, nos indica que, aunque tú y yo no tuvimos ese privilegio, tenemos acceso a su testimonio, que no se sostiene de “fábulas artificiosas,” sino de haber visto con sus “propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16).  Entendiendo que las Escrituras no son un fin en sí mismas, sí son la guía que nos permite entender nuestra existencia, desde nuestro origen hasta nuestro rescate.  Así, ejerciendo una fe educada, llegamos a identificar y reconocer nuestra propia experiencia con Dios (2 Pedro 1:20-21).

Por la naturaleza propia del mundo y la sociedad en la que vivimos, que insisten en eliminar a Dios en la explicación de su existencia, nos vemos frecuentemente luchando en contra de la corriente.  Pedro mismo describe éstas incomodas situaciones cuando dice: “los últimos días vendrán burladores, andando según sus propias pasiones y diciendo: ‘¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación’” (2 Pedro 3:3-4).  Suenan a argumentos lógicos y con fuertes evidencias a su favor.  Pero voluntariamente ignoran toda la evidencia, sólo se concentran en lo que se acomoda a sus predisposiciones pues “ignoran voluntariamente que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos y también la tierra” (v5).  Es decir, también nuestros argumentos tienen lógica y descansan en evidencias, tal como David dijo: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).  Por eso, nos sometemos a la línea de tiempo de Dios, pues inclusive el deseo de su venida puede estar manchado de egoísmo, así, “el Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento… Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.  Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz.” (2 Pedro 3:9,13-14).

viernes, 12 de febrero de 2016

Las enseñanzas de Jesús y el gran conflicto

A pesar de que frecuentemente le ponemos límites a la iniciativa de Dios por salvarnos, él insiste en declararse ilimitado: “Venid a mí todos…”, declaró en Mateo 11:28.  ¿Qué es, entonces, todo?  Se nos aconseja a no utilizar absolutos, y sin embargo, Jesucristo dijo “todos”.  Es evidente, entonces que, en la fórmula de la salvación, la constante es la oferta de Jesucristo, y la variable es nuestra reacción a la oferta divina.  En ésta invitación en particular el perfil de los invitados es los “trabajados y cargados”, y la oferta es “yo os haré descansar,” no como una suspensión permanente de responsabilidades, sino como la adquisición de argumentos basados en la fe para obtener descanso en medio del cumplimiento de nuestras responsabilidades.  La salvación no se adquiere a través del sufrimiento y la angustia como un fin, sino en la aceptación del perdón divino y la esperanza en sus promesas.  Jesús ofrece a que llevemos su yugo (v29), que es sin culpa, a cambio de que él lleva el nuestro, con nuestros temores, ansiedades, remordimientos e inseguridades (Isaías 53).  La invitación a todos, entonces, abarca a los que reconocen su estado de trabajados y cargados, pues aunque todo ser humano vive ésta realidad, no todos lo reconocen, no todos aceptando su necesidad.

En sus parábolas, Jesucristo sigue haciendo distinción entre la constante, su oferta, y la variable, la respuesta del ser humano.  En la parábola del sembrador, el sembrador es el mismo, la semilla es la misma, el día es el mismo, las condiciones ambientales son las mismas, la zona geográfica es la misma.  La variable es el tipo de terreno (Mateo 13:3-23).  Aunque podemos responsabilizar a un sinfín de individuos y circunstancias de nuestra falta de respuesta honesta a la oferta divina, al final Jesús instruye que la responsabilidad cae sobre el ser humano.  ¿Quién soy?  ¿El terreno junto al camino, entre piedras, entre espinos o la tierra fértil?  Aunque requiero de la intervención del Espíritu Santo para que me guíe “a toda la verdad” (Juan 16:13), al final soy yo quien debe decidir el nivel de entrega a la invitación divina.  Aclaremos que no estamos hablando de autodisciplina y dominio propio en éste instante, pues estaríamos suponiendo que la salvación depende de nuestras fuerzas.  En la parábola del sembrador, ser terreno fértil es creer vulnerablemente la oferta de Dios y ser consistentes en esa fe.

La misma distinción hace Jesús en la conclusión y llamado del Sermón del Monte.  Después de ser instruida, la audiencia es desafiada: “oye estas palabras, y las hace,” vs “oye estas palabras y no las hace” (Mateo 7:24-27).  Nuevamente se presenta una sola diferencia entre ambos casos, diferencia que descansa en la actitud del ser humano para con la invitación divina.  Cuando Jesús hace éste llamado, todos ya han oído, esa es la constante, pero no todos harán de acuerdo a lo oído, es decir, la variable.  Jesús toma cuidado en presentar dos situaciones aparentemente iguales: ambos personajes en la parábola son hombres, ambos construyen una casa, ambos reciben la misma cantidad y secuencia de vientos y agua: “Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa,” vs “y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa” (v25y27).  Sin embargo, una cae y la otra no.  De acuerdo a la versión de Lucas de la misma historia, quien construyó su casa sobre la roca “cavó y ahondó” (Lucas 6:48) hasta encontrar la roca, resaltando que no fue un accidente.  Así, nuestra confianza en Dios no pende de la suerte, sino de la consiente y sincera aceptación de las promesas y oferta divinas.

Siendo que todos fuimos “destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), no se trata de ver quién es mejor que quién.  Aunque esto funciona en un partido de fútbol, en la salvación así no es, pues “porque la paga del pecado es muerte,” es lo que merecemos por más buenos que seamos, “pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23).  Por eso Jesús nos advierte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados” (Mateo 7:1-2).  Aunque nos inclinamos por pedir la misericordia de Dios para con nuestros pecados, y su juicio para con los de los demás, el texto indica, y no es el único lugar en las Escrituras, que Dios utiliza nuestra conducta para con los demás como patrón en su trato hacia nosotros: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12), “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12), “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (Mateo 18:33).  Ya tenemos mucho que trabajar en nosotros mismos como prioridad: “primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5).


En ésta travesía, con tantas opciones para desviarnos del camino a la salvación, Jesucristo promete: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo28:20).  Sus enseñanzas nos quedan como brújula, y el Espíritu Santo como guía.

viernes, 5 de febrero de 2016

Victoria en el desierto; Jesús es tentado

En nuestro contexto, parecieran ser frases tuiteras...  Con el siempre aumentante uso de las redes sociales, no es muy complicado encontrar dichos o pensamientos cortos que captan la atención, tales como: “No te preocupes, ocúpate, No te limites, desátate, No grites, canta y No hables, baila...”  No pasa mucho tiempo en que alguien contesto: “muy cierto”, o, “la humildad se acaba, cuando se presume,” para entonces alguien comentar: “por eso estamos como estamos…”  No pretendo restarle importancia a tales pensamientos, pues estaría también quitándole importancia a los libros de Proverbios y Eclesiastés, que abundan en frases tuiteras.  Lo que sí pareciera ser una tendencia cada vez más marcada es que elegimos con quedarnos un par de segundos con el sentimiento bonito del pensamiento que acabamos de leer, para entonces desplazarnos en nuestro muro para ver otras fotos y/o pensamientos.  No es que el dicho, frase o pensamiento sea superficial, sino nuestro limitado tiempo dedicado a la reflexión es lo que nos hace superficiales.

Lo mismo podría pasar con la declaración de Jesucristo cuando dijo: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10), con 76 caracteres (90 con la cita), hasta nos queda espacio para etiquetar palabras o añadir etiquetas (#hastag).  Podría quedarse como una frase tuitera, sin embargo, las Escrituras nos aseguran que tal declaración incluye mucho más que dejar un buen sentimiento en los lectores.  Si te das cuenta, ésta declaración de Jesucristo enfatiza lo abarcante de la iniciativa divina, pues no sólo vino a salvar, sino también a buscar, evidenciando nuestra incapacidad para retomar el camino de regreso a Dios.  Con razón de las parábolas de Jesucristo de la moneda y la oveja ambas perdidas (Lucas 15).  El apóstol Pablo lo resume así: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos...  Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros…  Porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:6-10).  En las tres instancias citadas por Pablo, en todas se presenta la iniciativa unilateral de Jesucristo por socorrer al indefenso e imposibilitado ser humano.

Esa combinación de verbos, “buscar y salvar”, se hace efectivo en la explicación que el ángel le hace a José que, suponiendo la infidelidad de María, pero “como era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente” (Mateo 1:19), le explica: “no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.  Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (vv20-21).  Y más adelante añade el relato y explicación: “Una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emanuel (que significa: ‘Dios con nosotros’)” (v23).  Previendo la importancia de su misión, Juan el Bautista, precursor al ministerio de Jesucristo, insistió en anunciar la importancia de producir “frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8), pues aunque él bautizaba con agua, quien vendría después de él y que había venido a buscar, primero, para luego salvar a quienes nos habíamos perdido, nos bautizaría “en Espíritu Santo y fuego” (v11), y preparar las condiciones para entonces pagar “a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 16:27).  Es decir, ante la magnificente manifestación de misericordia por parte de Dios por sus criaturas rebeldes, débiles y perdidas, se nos indica que ya es tiempo para dejar de pretender, que somos autosuficientes, que podemos, o que estamos bien.

En su travesía para conectar con la humanidad y tener la capacidad de compadrearse por nosotros, fue blanco de los ataques del enemigo, Satanás.  Y aunque Jesucristo supo de nuestras debilidades, y aunque fue tentado en todo, se mantuvo sin pecado (Hebreos 4:15).  Como tú y como yo, Jesucristo “sintió hambre”, y tomando eso como escusa vino la primera tentación: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mateo 4:3).  La intención de Satanás iba más allá de simplemente aliviar una necesidad inmediata de Jesucristo.  En la invitación está sembrada la duda: “Si eres…”  ¿Entraría Jesús en el juego de Satanás?  Claro que no, ambos saben quién es cada quien, y Jesucristo no permitirá ser manipulado y cuestionado por quien ha generado el sufrimiento del cual todos participamos.  Con un escrito está contesta: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios,” citando a Deuteronomio 8:3.  En seguida, Satanás supone que, si utiliza las Escrituras, que al fin y al cabo fueron inspiradas por Dios mismo (2 Timoteo 3:16), podrá distraer a Jesucristo de su misión, y así evitar su derrota.  Pero Jesús entiende que un texto fuera de su contexto es un pretexto y en su respuesta añade: “Escrito está también…” (Mateo 4:7), acentuando la importancia de tener un conocimiento del total de la revelación divina en las Escrituras.  Por último, Satanás se desenmascara y sugiere a Jesucristo que tiene la capacidad de darle lo que vino a buscar sin necesidad de pasar por tantas penas y sufrimientos si postrado la adora (Mateo 4:11).  Pero Jesús no reconoce la supuesta soberanía de Satanás sobre éste mundo ni sobre nosotros y le indicó: “Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás’” (Mateo 4:10).


¿Cuántas palabras se necesitan para describir la acción divina para “buscar y salvar” a cada uno de nosotros?  Habiendo padecido “siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18, cf. 1Corintios 15:21).  “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 4:16) de quien nos busca para salvarnos.

viernes, 29 de enero de 2016

La controversia continúa (David, Elías, Ezequías, Ester y Nehemías)

Las tensiones observables en el universo, en la naturaleza y en la sociedad, también se experimentan en el interior de cada uno de nosotros.  Con razón el apóstol Pablo dijo: “Sabemos que la Ley es espiritual; pero yo soy carnal...  Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago,” para más adelante añadir, “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:14-24).  Es la herencia que hemos recibido por experimentar la rebelión.  Pero no es un mensaje de desánimo que ofrecen las Escrituras.  Es más bien honesto, y tal vez por momentos ofensivo.  Sin embargo, al contemplar la interacción de Dios con los seres humanos a la luz de la Biblia, encontramos que ésta nos ofrece un mensaje de esperanza.

Dentro del mensaje honesto de las Escrituras, encontramos que los personajes allí tratados no son disculpados.  Tanto sus aciertos como sus faltas quedaron registradas, pues “para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).  Tale s el caso de David, que tuvo la valentía de enfrentar a Goliat, pero que cedió a los encantos de una mujer casada (1 Samuel 17 y 2 Samuel 11).  No podemos negar el impacto a terceros de las decisiones y acciones de David.  Mientras que al enfrentar y vencer a Goliat trajo la victoria al pueblo al que pertenecía, aprovecharse de su posición y de la soledad de Betsabé trajo injusticia, sufrimiento y muerte a terceros; ¿qué culpa tenía Urías de haberse casado con una mujer atractiva?  Queda, pues, para nosotros la lección de que, querámoslo o no, deseémoslo o no, lo que hacemos o dejamos de hacer tiene su efecto en terceros.  Eso de que “es mi vida” encaja en conversaciones donde la madurez no es necesariamente la moderadora.  La versión del conflicto entre el bien y el mal que nos toca lidiar nos indica que tenemos influencia y una responsabilidad para con quienes nos rodean, desde el núcleo más íntimo que es el matrimonio y la familia, hasta niveles más amplios como lo es la sociedad.

Si algo es constante en estas reflexiones es que, en cuestión de lealtad a Dios, no existe zona gris.  Es cierto, no es nuestra guerra, pero por herencia, participamos de ella.  Como el rey Ezequías, tenemos el siempre poderoso argumento de la oración (2 Reyes 19:15), pero para que éste tenga sentido, debemos definir nuestra postura.  Elías le dijo al pueblo de Israel en el monte Carmelo, “¿Hasta cuándo vacilaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; si Baal, id en pos de él” (1 Reyes 18:21), muy parecido a lo que Jesucristo mandó decir a la iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:15-16, “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!  Pero por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”  Es porque en materia de lealtad a Dios y sus consecuencias la indecisión es igual a decidir mal.


No es fácil definir consolidar nuestra lealtad para con Dios en un contexto sociocultural que pondera los antivalores.  La presión social generalmente nos lleva a concentrar nuestra atención en cuestiones menos elevadas y trascendentes, tal vez como la moda, los deportes y la televisión, e inclusive nos lleva a suponer como cosa inofensiva prácticas y hábitos que Dios claramente a cuestionado y prohibido.  ¿Cuántas canciones de antimorales debemos escuchar para comprenderlo?  ¿Cuántas novelas, series o películas hay que ver para saber que la violencia, el adulterio o las drogas confligen con los parámetros del gobierno de Dios?  Aclaro que éste no es un llamado a abandonar los deportes o la televisión, sino hacer conciencia del bombardeo constante de satanás para cuestionar lo que, a la luz de las Escrituras es bueno o es malo.  Salta a la mente el caso de Ester, que tuvo que ser valiente dadas las circunstancias (Ester 3).  Es decir, que fue valiente con causa.  Digo esto porque podemos confundir la valentía o el ser diferentes como un fin, por eso es que constantemente surgen grupos y pequeños movimientos liderados por caudillos bajo el lema claramente sacado de su contexto: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34).  Ester en su momento, como también Nehemías, ejercieron valentía no como un fin, sino como un medio dejándose utilizar por Dios para la protección y avance de su obra.  Por eso, “levantémonos y edifiquemos,” esforzando nuestras manos para hacer el bien (Nehemías 2:18).

viernes, 22 de enero de 2016

Los jueces: héroes improbables

Cada nueva generación debe superar la noción de que las cosas que valen la pena en la vida requieren esfuerzo.  Los consejos de Salomón en el libro de proverbios y Eclesiastés indican que tres mil años atrás tenían éste problema, sino, no habría tenido la necesidad de insistir: “El perezoso desea y nada alcanza” (Proverbios 13:4).  Podemos leer una biografía en unas cuantas horas, e ignorar que los logros allí registrados tomaron toda una vida.  Una película presenta en un par de horas historias que requirieron años, esfuerzos, lágrimas, y en muchas ocasiones, no ser reconocidos hasta después de fallecidos.  Entendiendo que hay quienes han tenido que superar más obstáculos que otros, pero como un común denominador, todos debieron sobreponerse a adversidades y desánimos, que con frecuencia surgieron de sus propias inseguridades.

El período de los jueces, en la Biblia, habla de un listado de personajes que, de acuerdo a la sabiduría convencional, no debieron de haber sobresalido en la historia.  Previo a sus hazañas, ¿quién habría apostado por ellos?  Como el caso de Débora, jueza y profetiza de Israel que, simplemente por el hecho de ser mujer, en el contexto sociocultural en que vivió, debió de haber quedado descalificada como tal.  O el caso de Jael, esposa de Heber, que se declaró en favor de Israel y, supongo, no le tembló la mano para terminar con la vida de Sísara, jefe del ejército enemigo del pueblo de Dios (Jueces 4).

Dios elige a un Gedeón, escondido y con escusas válida, diciendo ser “de la familia más pobre que hay en Manasés, y en la casa de mi padre soy el más pequeño,” para liberar a su pueblo de los madianitas (Jueces 6).  De ser un quejoso, pues reclamó: “Señor mío, si el Señor está con nosotros, ¿cómo es que nos ha sobrevenido todo este mal? ¿Dónde están las maravillas que nuestros padres nos contaron, cuando nos decían que el Señor los había sacado de Egipto? ¡Pero ahora resulta que el Señor nos ha desamparado, y que nos ha entregado en manos de los madianitas!,” a ser un solucionador.  Trabajó Dios a través del egoísmo e inmadurez de Sansón: “¿Y acaso ya no hay mujeres entre las hijas de tus parientes, ni en todo nuestro pueblo, para que vayas y tomes por mujer una filistea, hija de incircuncisos?”, insistió su padre, como muchos aún hoy lo hacen, a lo que Sansón contestó: “Pidan por mí a esa mujer [filistea], porque es la que me gusta” (Jueces 14:3).  Sí, así es…  En la versión del gran conflicto entre el bien y el mal que se desarrolla en nuestro mundo, Dios hace uso de héroes improbables.  Y es que, en el momento de ejercer su llamado, y a pesar de sus defectos, avanzaron con fe y determinación.  ¿Derrotar a un ejército numeroso con sólo trecientos hombres armados con cántaros antorchas y trompetas?  ¡O hacer uso de una quijada de asno para matar mil hombres!

¿Qué podemos de ser de Rut?  Antes de saber cómo se desenlaza la historia, por supuesto.  Nacida y criada en un hogar pagano, proveniente de un pueblo enemigo y tóxico a Israel, pero que ante la insistencia de su suegra cuya alma había sido amargada por la vida (Rut 1:20), responde con palabras que aún hoy impactan a quien las lee: “¡No me pidas que te deje y me aparte de ti!  A dondequiera que tú vayas, iré yo; dondequiera que tú vivas, viviré.  Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios.  Donde tú mueras, moriré yo, y allí quiero que me sepulten.  Que el Señor me castigue, y más aún, si acaso llego a dejarte sola.  ¡Sólo la muerte nos podrá separar!” (Rut 1:16-17).  Sí, en el momento de tomar decisiones tuvo el estómago para reafirmar su alianza con Dios y con su pueblo.  La historia termina en un final feliz, y de mucha trascendencia, pero la palabra clave es final, pues previo a ese final tuvo que pasar varias incertidumbres enfrentadas sólo con la idea de la promesa de Dios.


Concluimos con un niño de tres años, llevado por su madre al templo para que allí sirva.  Su ahora tutor, no ha sabido implementar la ética y el respeto a Dios en sus hijos.  Claro, nos referimos a Samuel, el niño profeta cuya vida impactaría a Israel.  Sin embargo, aún éste profeta tuvo que sufrir las consecuencias de la entrada del pecado a nuestro mundo.  Siendo el profeta que fue, sus hijos “se dejaron llevar por la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho” (1 Samuel 8:3).  ¡Qué dolor!  Sin embargo, es la realidad.  La lealtad a Dios es un asunto de decisión y acción personal.  Estamos en medio de un conflicto, donde nadie puede decidir por ti.  Eres tú, soy yo que día a día debemos definir a qué bando pertenecemos.  Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23).

viernes, 15 de enero de 2016

Rebelión global

Ya a éste punto la desobediencia, vergüenza y miedo de Adán y Eva parecen hasta inocentes.  La promesa de ser “como Dios, conocedores del bien y del mal” (Génesis 3:4), traído a la vida de nuestros primeros padres dolor más allá del que hubiesen imaginado.  Ya fuera del Edén (Génesis 3:23-24), Eva da a luz lo que supone será el hijo de la promesa que heriría a la serpiente en la cabeza (Génesis 3:15), por lo que, llena de esperanza, le pone por nombre Caín, pues ¿no sería éste quien como lanza golpearía a la serpiente, el “Diablo y Satanás” (Apocalipsis 12:9)?  Como si lo ya vivido fuese poco Adán y Eva se enfrentaron a nuevos niveles de degradación humana.

Génesis 4 narra la historia del primer asesinato.  Antes, el pecado se había manifestado en la forma de rebelión, vergüenza y miedo, ahora el celo y envidia se añaden a la lista.  Caín había traído su mejor ofrenda a Dios, pero no había traído lo que Dios pedía, como si un profesor pide a sus alumnos traer de tarea las tablas de multiplicar escritas en un cuaderno, y yo me presento con una hermosa poesía.  Por más inspiradora que ésta sea, de nada sirve para los motivos de la clase, y obviamente afectará mi calificación.  Dios trató de dialogar con Caín, “Si hicieras lo bueno, ¿no serías enaltecido?; pero si no lo haces, el pecado está a la puerta, acechando” (Génesis 4:7).  Se dejó llevar por su enojo e incluyó la violencia y la muerte a la lista de síntomas de pecado.

De generaciones subsecuentes las Escrituras indican “que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos de su corazón solo era de continuo el mal” (Génesis 6:5), e insiste que “la tierra se corrompió delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia” (Génesis 6:11).  Dos veces se hace referencia a la violencia de la tierra, como la evidencia más contundente de la bajeza del hombre.  Pareciera que todos los sentimientos ajenos a la cultura del cielo desembocan en violencia; la rebelión, la vergüenza, el miedo, el celo, la envidia, el enojo.  No se requiere mucho para enseñarle a un bebé o un niño pequeño a golpear a otro niño, y sin embargo se requiere, para algunos, de casi una vida entera para aprender a contenernos, pues aunque llega un punto en el que no agredimos físicamente, aún continuamos haciéndolo verbal y emocionalmente.

Con razón Dios se vio en la necesidad de acortar la vida del ser humano, primero impidiéndole que tuviese acceso al árbol de la vida (Génesis 3:22), y luego acortando sus años, de vivir siglos a, en ese entonces, ciento veinte años (Génesis 6:3; más adelante la Escritura dice: “Los días de nuestra edad son setenta años. Si en los más robustos son ochenta años,” Salmo 90:10).  ¿Te imaginas cuál sería la condición de nuestro mundo si personas como Nerón, Adolfo Hitler, Osama Bin Laden viviesen seiscientos u ochocientos años, o que quienes han vivido bajo sistemas opresores tengan que sufrirlos por tanto tiempo?  Aún aquí se puede percibir la misericordia de Dios.

A pesar de nosotros mismo, Dios insiste en salvarnos.  Siguiendo el dolor del asesinato de Abel y la huida de Caín, Set y sus descendientes toman la batuta de quienes deciden ser fieles a Dios.  A pesar de la degradación moral del ser humano, Dios escoge a Noé para ser el portador de su promesa.  Después del diluvio, es Abrahán quien se convierte en el depositario de los planes que Dios ha establecido para la salvación del ser humano.  En medio del caos que el ser humano produce sobre sí mismo, Dios mantiene un rayo de luz que infunde esperanza.  En la escena donde Dios le pide a Abrahán sacrificar a su hijo, el de la promesa, Abrahán confiesa: “Dios proveerá el cordero para el holocausto” (Génesis 22:8), lo cual así hizo al “dar su vida en rescate por todos” (Mateo 20:28).  Sin merecerlo Dios, en una acción unilateral, de iniciativa únicamente propia, “llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, […] fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, […] Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros(Isaías 53:4-6).


Con obvia resistencia, pues la historia así lo declara, Dios hace uso de personas indignas, pero dispuestas, para mantener encendida la llama de la esperanza para el hombre.  A Jacob, después del terrible engaño en contra de su padre y su hermano Esaú, y después de haberse arrepentido Dios le confirma, “todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente, pues yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que vayas” (Génesis 28:14-15).  Claro, debió enfrentar las consecuencias a sus acciones, pero aún allí, la misericordia de Dios se hace presente.  Misericordia que, aunque a veces velada, como en el caso de José que fue vendido como esclavo por sus hermanos, a su tiempo se revela y demuestra que, aunque por momentos dudamos de Su presencia, Dios está al control.  José dijo: “no me enviasteis acá vosotros, sino Dios” (Génesis 45:8).