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viernes, 12 de junio de 2015

El Reino de Dios

Son muy pocos quienes pueden alardear de nunca haberse enfermado o haber tenido la necesidad de ingerir alguna medicina o ir al hospital.  Quienes no hemos tenido tal privilegio, entendemos el proceso de recuperación.  Tal vez a grandes rasgos, primero reconocemos sentirnos mal para luego aceptar la intervención de un médico o especialista en la salud, quien al diagnosticarnos, receta una medicina o tratamiento.  A pesar de someternos al tratamiento, sus efectos no necesariamente se sienten desde el principio, sino que poco a poco vemos pequeñas evidencias de mejoría hasta llegar al momento de sentirnos definitivamente recuperados.  Pues más o menos así es como Jesucristo describió el reino de Dios, como, tal vez, una medicina que ya evidencia estar haciendo efecto tratando los síntomas y raíz de nuestra enfermedad, el pecado, pero que aún está a futuro nuestra recuperación total y definitiva (Lucas 17:20-24).

Al hacer referencia a éste reino, Jesucristo lo describió como universal (Lucas 13:29), ajeno a las divisiones étnicas, culturales, políticas y socioeconómicas a las cuales estamos acostumbrados.  Debemos tener cuidado de no malentender esta universalidad, pues ante la pregunta “¿son pocos los que se salvan?”, Jesús contestó: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Lucas 13:23-24).  La universalidad es en relación a que es accesible a todo el que esté dispuesto a aceptar el “don gratuito de Dios” (Romanos 6:23, RVXXI), y no a que todas las preferencias personales son aceptadas desconectadas de un código que define lo correcto de los incorrecto.

La instrucción de pedirlo (Lucas 11:2) nos permite asimilar la realidad y certeza del reino de Dios, y así concientizarnos para desarrollar un estilo de vida de expectación, con la simpleza y practicidad de un niño (Lucas 18:16-17), y con abandono (Lucas 9:59-62), estar dispuestos a asimilar su cultura (Lucas 12:31-33).  Es Dios quien lo establece, “…tu reino…”, pero nosotros quien lo pedimos, y aprendemos a desearlo (Lucas 6:20; 12:32; 14:21; Hechos 14:22).  Mientras Jesús explica los detalles que apuntan a su segunda venida, y al establecimiento definitivo del reino de Dios, nos advierte: “Mirad también por vosotros mismos…” (Lucas 21:34).  A esta altura de nuestro estudio del libro de Lucas, entendemos que no se refiere a una justificación para desarrollar una vida espiritual aislada.  Con frecuencia pasamos éste tipo de declaraciones a través del filtro muy humano que tiende al egoísmo y reclusión.  Suponemos que velar (Lucas 21:36) se limita a la oración, estudio de las Escrituras, meditación, vigilias y ayunos.  Sin embargo, es dentro de ese mismo discurso que Jesús advierte “que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40).  Al velar, debemos también cuidarnos de “glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida” (Lucas 21:34).  A través de la parábola del sembrador (Lucas 8:5-15), y la experiencia del joven rico, Jesús nos permite reflexionar en aquellas tareas y responsabilidades que compiten y ahogan nuestra entrega y compromiso con el reino de Dios.


Jesús también previó el avance de su reino d.C., es decir, después de Cristo.  El libro de Hechos, segundo tomo del recuento de los orígenes del movimiento Cristiano, registra que las instrucciones proceden de Dios, son facilitadas por el Espíritu Santo, y ejecutadas de acuerdo a la distribución de responsabilidades que Dios encomendó a cada uno (Hechos 1:2, cf. 1 Corintios 12).  Dios sigue al timón, es su reino, pero ha incluido a los humanos, con debilidades marcadas y tendencias cuestionables (Santiago 5:17), para ejecutar su avance.  Es paciente con nosotros e insiste en alinear nuestro enfoque a su voluntad y designios (Hechos 1:6-8), y afirma que ya nos podemos sentir ciudadanos de su reino (Lucas 6:20).

Los pobres y el reino de Dios

viernes, 5 de junio de 2015

Seguir a Jesús en la vida diaria

El compromiso es más de lo que los discípulos pueden asimilar, y es que es siempre difícil aceptar que no somos tan buenos como pensamos.  “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale.  Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Lucas 17:3-4), acababa de decir Jesús.  Por eso no sorprenden las palabras de los apóstoles cuando en un acto de abandono exclaman: “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5).  Se dan cuenta que los requerimientos para conservar el título de apóstoles (mensajeros) supera sus capacidades (Mateo 18:21-22).  En la petición, sin embargo, encontramos una lección, que aunque somos nosotros quienes ejercemos la fe, es, en su grado más fundamental, un don de Dios.  Por eso los apóstoles establecen la dinámica correcta, descalificándose como los aumentadores de la fe, y poniendo en Jesucristo tal responsabilidad.

Evidentemente, seguir a Jesús no es algo que se de naturalmente a los seres humanos, y nos obliga a preguntarnos ¿cuáles son sus requerimientos en términos prácticos?

En su interacción con un fariseo que le invitó a comer (Lucas 11:37-54), Jesús condenó las formas que suelen tomar el lugar de la esencia.  Si apropósito o por descuido, Jesús no hizo el ritual del lavado de las manos.  La reacción negativa de los fariseos no es en relación con la higiene, o falta de ésta, sino por la violación del protocolo que indica una vida limpia y piadosa.  Y es que lo único que garantizaba ese ritual era simplemente eso, el ritual: “vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad” (Lucas 11:39).  Si te das cuenta, seguir las formas siempre será más fácil que asimilar la esencia del carácter de Jesucristo.  Siempre será más fácil orar que seguir sin cuestionamientos las instrucciones divinas, o dar los diezmos que hacer justicia y amar bajo los términos divinos (Lucas 11:42).  Como sociedad estamos muy acostumbrados en invertir en nuestra apariencia, cuando Jesús nos llama a ser.

La vida se desarrolla dentro de dos fronteras: el temor y la búsqueda de seguridad (Lucas 12:4-21).  Por un lado, reconozcámoslo o no, nuestras acciones son influenciadas por nuestros temores, desde las cosas más simples como el miedo a las alturas, hasta las más complejas, que atienden nuestros cuestionamientos existenciales.  Jesús no nos pide dejar de temer, sabe que no nos es posible.  Así que nos invita a reorientar nuestro temor a aquel “que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno” (Lucas 12:5).  ¡Claro que nuestro temor a Dios nos ayudará modificar nuestros intereses y acciones!  Y es que entendiendo que nada nos podrá separar del amor de Dios (Romanos 8:39), nos lleva a desarrollar una relación apropiada con Dios, de confianza y reverencia.  Por el otro lado, en relación a la otra frontera, constantemente estamos buscando sentirnos seguros, financiera, emocional o socialmente.  Jesús hace el llamado a invertir en Dios, ser “rico para con Dios” (Lucas 12:21).

En ésta travesía, en nuestra intención de hacer efectivo nuestro caminar con Dios, encontramos un choque de culturas; la humana y natural, que busca la atención y parte del egoísmo, y la divina, antinatural para nosotros, y que parte del servicio a los demás.  Mientras los discípulos discuten para definir quién será el mayor, Jesús les afirma “yo soy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:27).  Jesús nos ofrece una nueva ciudadanía, pero es necesario asimilar su cultura que distingue la sociedad y gobierno.  Contrariamente a lo que nosotros naturalmente desearíamos, la cultura divina nos lleva a, “con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo,” servirles (Filipenses 2:3-8).  Inclusive, el llamado a estar preparados y velar (Lucas 12:40) es dado dentro del contexto del servicio sincero a otros (Lucas 12:35-48).

Aunque las expectativas de nuestro discipulado y apostolado son muy elevadas (Lucas 8:8y15), más allá, inclusive, de nuestras capacidades, el seguir a Jesús es siempre posible por la intervención divina, que hace de lo imposible, posible (Lucas 18:27), permitiéndonos ser seguidores que producen para el avance del reino de Dios (Lucas 19:16-19).

Producir

Lunes a viernes 8:00-8:30 AM
jovenadventista.com

martes, 2 de junio de 2015

lunes, 1 de junio de 2015

Un llamado a ser

Grabación programa lunes 1 de junio, 2015
 
Lunes a viernes 8:00-8:30 A.M. (hora centro EEUU)

viernes, 29 de mayo de 2015

Jesús, el gran maestro

Ya sea un producto o una idea, es bastante obvia la cantidad de tiempo, dinero y energía que las diferentes compañías invierten en la presentación y promoción de los tales.  Cada idea o producto es presentado con tanto énfasis, que, si uno no tuviera con qué compararles, estaría completamente convencido de que es el mejor.  En un lapso de media hora viendo televisión, uno encuentra que tres diferentes carros son el mejor.  James A. C. Brown, psiquiatra escoses que vivió durante la primera mitad del siglo pasado, explica por qué: “La esencia de la propaganda es la presentación de un solo lado del producto.”  Por eso, en los comerciales, todos los productos son el mejor, y por eso todas las ideas que presentan los políticos en época de elecciones, son la mejor.

Me llama la atención la reacción de la audiencia ante las ideas de Jesús.  Las Escrituras dicen que la gente “se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad” (Lucas 4:32).  La palabra para autoridad utilizada en el idioma original que se escribió el Nuevo Testamento es exousía, que también puede significar derecho, libertad, habilidad, capacidad, competencia.  La Biblia da testimonio de la calidad del producto que Jesús vino a proponer, el contenido de su mensaje, sin embargo, lo que a la gente impactó fue su autoridad.  No como una estrategia de mercadotecnia y propaganda, sino como el resultado natural de quién era él y la calidad del contenido del mensaje que portaba.  Esa autoridad fue apreciada en diversos escenarios: para con la naturaleza (Lucas 8:22-25) y los espíritus inmundos (Lucas 4:31-37), para sanar diferentes enfermedades (Lucas 5:24-26), mostró su autoridad para perdonar pecados (Lucas 7:49) y promete tener la autoridad para ser nuestro representante (Lucas 12:8).

Mateo nos cuenta que al final del Sermón del Monte, la gente también “se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:28-29).  Al revisar éste sermón, inclusive en la versión abreviada de Lucas, encontramos que la autoridad con la que Jesús enseñó también respondía a un mensaje que sacude los fundamentos de la supervivencia humana, y alinea su lógica con la lógica divina.  Lucas describe a Jesucristo abriendo con una serie de dichos que en nada asemeja el raciocinio del ser humano.  Por un lado, son bienaventurados los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, y los que son aborrecidos y perseguidos, y por otro se emite un lamento por los ricos, los saciados, los que ríen y los que gozan del favor de la gente.  No es un llamado al sufrimiento, sino un llamado a no descuidar nuestro reconocimiento de nuestra necesidad de intervención divina.  Jesús identifica las dinámicas que nos llevan a confundir la satisfacción temporal con la autosuficiencia.  Es un llamado a pasar de la supervivencia a la dependencia; de lo temporal por lo eterno (Lucas 6:20-26).

El resto del sermón también alinea la sabiduría humana con la sabiduría divina, haciendo un llamado a interactuar bajo los términos en los que Dios interactúa con nosotros, llevándonos de una dinámica pasiva, a un involucramiento activo en la vida de quienes nos rodean como quisiéramos que ellos hiciesen con nosotros (Lucas 6:27-45), cerrando con un llamado a la acción, pues evidentemente no es lo mismo saber que hacer (Lucas 6:43-49).

En su labor como maestro, Jesús no sólo aleccionó verbalmente, sino que además enseñó la inclusión, por sobre la exclusión, a través de su interacción directa con aquellos supuestamente marginados: ya sean de reputación cuestionable (Lucas 5:27-32), o aquellos de cuna no tan santa como la nuestra (Lucas 7:1-10).  Más bien, evaluó al individuo en base a su fe (Lucas 7.9), su disponibilidad a aceptar su invitación (Lucas 14:15-24), y su sensibilidad a la intervención divina (Lucas 17:11-19).

Al traer a discusión la historia del buen samaritano (Lucas 10:25-37), Jesús atiende la pregunta de la raza humana, aunque no todos se atreven a externarla, “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”  Una pregunta también hecha por el joven rico (Lucas 18:18), y por un carcelero en la ciudad de Filipos (Hechos 16:30-31), tal vez representando las diferentes intenciones con las que cada individuo puede hacer tal pregunta: por compromiso y falsa sinceridad como el fariseo, en forma sincera pero sin el compromiso a llevar la fe a la acción como el joven rico, y en forma sincera y con el deseo de comprometer la vida entera con Jesucristo como el carcelero.  Para cada una de estas preguntas registradas por Lucas, la respuesta fue la misma, estar dispuestos a someterse al gobierno de Dios.  Al carcelero se le dijo que creyera, pero ¿cómo se cree?  Al joven rico se le dijo que creer se expresa observando los lineamientos del gobierno de Dios, pero haciendo énfasis en la abstención.  Y al fariseo, llevando esa observancia de la ley de la abstención, grado primario de su observancia, a la participación activa en el amor a Dios y al prójimo.


¿Qué enseñó Jesús?  A través de sus discursos y acciones “Cristo dio un ejemplo perfecto del ministerio abnegado que tiene su origen en Dios. Dios no vive para sí. Al crear el mundo y al sostener todas las cosas, está sirviendo constantemente a otros. El ‘hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos.’  Este ideal de ministerio fue confiado por Dios a su Hijo. Jesús fue dado para que estuviese a la cabeza de la humanidad, a fin de que por su ejemplo pudiese enseñar lo que significa servir. Toda su vida fue regida por una ley de servicio. Sirvió y ministró a todos. Así vivió la ley de Dios, y por su ejemplo nos mostró cómo debemos obedecerla nosotros.” {DTG 604.3}

Perfectos, misericordiosos

Programa "Con mi Biblia abierta"
Viernes 29 de mayo, 2015


Lunes a viernes 8:00-8:30 AM (hora centro EEUU)
jovenadventista.com

miércoles, 27 de mayo de 2015

Jesús ejerce un ministerio de inclusión

Grabación "Con mi Biblia abierta" miércoles 27 de mayo, 2015
Lunes a Viernes 8:00-8:30 AM (hora centro EEUU)
jovenadventista.com

martes, 26 de mayo de 2015

El Sermón del Monte

Grabación programa "Con mi Biblia abierta"
Martes 26 de mayo, 2015

Lunes a viernes 8:00-8:30 AM (hora centro EEUU)
jovenadventista.com

lunes, 25 de mayo de 2015

Jesús hablaba con autoridad

Grabación programa "Con mi Biblia abierta"
Lunes 25 de mayo, 2015

Lunes a Viernes 8:00-8:30 AM (Hora centro EEUU)
http://jovenadventista.com/

viernes, 22 de mayo de 2015

La misión de Jesús, #Lucas

Durante ésta semana se despidió de la televisión uno de los íconos del entretenimiento, David Letterman.  Como es de suponer, varias celebridades se dieron a la tarea de reconocer su impacto a través de diferentes medios, de los cuales algunos tuvieron la oportunidad de despedirse en su programa, “The Late Show”.  En un momento de ocio, me encontré con uno de esos reconocimientos en YouTube hecho por Ray Romano, creador de la comedia “Everybody Loves Raymond”, quien contó cómo había cambiado si vida haber participado en el programa de David Letterman.  “Fue en ése lugar” apuntando a donde había estado parado varios años atrás presentando su material, “que cambió mi vida”.

Día a día, nuestras vidas son impactadas por diferentes individuos.  Estoy seguro que en muchos de tus logros hay personas que tuvieron mucho que ve, ya sea que hayan compartido algún consejo, que hayan provisto de alguna oportunidad, o tal vez que te hayan apoyado emocionalmente.  Sin embargo, aún allí, seguimos hablando a muy corto plazo, el lapso de nuestra vida.  Jesús, por otro lado, asegura: “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

La dinámica que hace posible esa vida en abundancia es presentada por la Biblia como un esfuerzo de Dios quien busca al ser humano, y no el ser humano a Dios (Juan 15:16).  Romanos 5:6,8 y 10 indican que “cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos…  Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros…  Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…”  Fuera del cristianismo, las diferentes religiones prescriben los caminos para que el hombre se acerque a Dios.  Jesucristo, sin embargo, nos advierte que el hombre no tiene capacidad para ello, por lo que Dios ha tomado la iniciativa (Juan 3:16), viniendo “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).  La misión de Jesucristo es clara, y la condición del hombre también.

En su esfuerzo por describir su misión, Jesús contó tres parábolas en el capítulo 15 de Lucas, en respuesta a los constantes cuestionamientos por recibir a los pecadores, y comer con ellos (Lucas 15:2).  Allí, Jesús relata la experiencia de un pastor de ovejas que está dispuesto a dejar noventa y nueve de ellas por buscar la única que estaba perdida.  También el gozo de una mujer que encuentre una moneda que había perdido.  En ambos relatos, el énfasis no está en lo que se tiene, sino en lo que se ha perdido, aunque.  ¿Vale la pena dejar noventa y nueve ovejas para buscar una?  ¿Vale la pena afanarse por encontrar una moneda perdida cuando aún se tienen nueve?  En la lógica divina, sí.  Y para contrariedad de los fariseos y escribas que murmuraban, el énfasis está en el rescate de los individuos extraviados, y no en la premiación de los que, suponen, se portan bien.  Y siempre el relato termina con un gozo personal tan grande, que es necesario compartirlo.

La tercera parábola añade algunos detalles más a explicación de Jesucristo se su misión.  En ésta parábola, se presenta la experiencia de un padre mal comprendido, tanto por el hijo que se revela abiertamente, pues no puede soportar más las restricciones de su padre, como por el hijo que se queda, sin comprender plenamente sus privilegios.  Al final, quien deseaba libertad apartado de su padre, llega a preferir la servidumbre en casa de su padre, mientras que el que se ha sido fiel y se ha quedado en casa, encuentra muy injusto el amor del padre.

Jesús hace uso de una historieta que circulaba en sus días para revelar las fronteras de su misión.  Lástima que hoy muchos se enfocan en la parte de la historia ajena a la enseñanza que Jesús desea presentar.  No es la inmortalidad del alma el centro de la historia, “los muertos nada saben (Eclesiastés 9:5, cf. Génesis 2:7 y Eclesiastés 12:7; 1 Tesalonicenses 4:15-16; Juan 11:11-14; Hebreos 9:27).  El punto es que las manifestaciones sobrenaturales no producen convicciones con resultados permanentes.  Son las Escrituras que contienen los lineamientos y argumentos para llevarnos a tomar decisiones significativas que permiten exponernos a la salvación (Lucas 1627-31).  La misión de Jesucristo es suficientemente descrita y explicada para que cada uno de nosotros se acerque confiadamente al trono de la gracia (Hebreos 4:16).

La interacción de Jesucristo con el ser humano, en el cumplimiento de su misión, bien podría representarse en la experiencia del ciego Bartimeo,  y el publicano Zaqueo (Lucas 18:35-19:10).  Ambas historias muestra un patrón: 1) La salvación está por sobre cualquier condición o estatus socioeconómico, 2) ambos personajes se acepta su necesidad, 3) ambos personajes afrontan impedimentos para ver a Jesús, 4) ambos encuentran que su búsqueda su búsqueda de Jesús no es bien recibida socialmente, 5) Jesús a veces se invita, otras, espera que lo invitemos, 6) la sociedad estorba o condena la dinámica, 7) la fe es el activo que permite la transformación física y moral.


"Si queréis saber su valor, id al Getsemaní y allí velad con Cristo durante esas horas de angustia, cuando su sudor era como grandes gotas de sangre. Mirad al Salvador pendiente de la cruz. [...] Podréis estimar el valor de un alma al pie de la Cruz, recordando que Cristo habría entregado su vida por un solo pecador” (PVGM, pp. 196, 197)

Bartimeo y Zaqueo, #Lucas

Grabación programa "Con mi Biblia abierta"
22 de mayo, 2015


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