viernes, 21 de noviembre de 2014

La humildad de la sabiduría divina - Santiago 3:13-4:10

Es evidente, habiendo leído hasta éste punto de la carta de Santiago, y habiendo sido expuestos a varias deficiencias de la naturaleza humana, y de las cuales también nosotros participamos, los que pertenecemos, de acuerdo a Pablo y demás autores del Nuevo Testamento, a las “doce tribus que están en la dispersión” (Santiago 1:1), que si hay algo que urgentemente necesitamos, es la capacidad de discernir y ejecutar entre lo justo e injusto.  Siendo honestos con nosotros mismos y a la luz de la santidad y justicia divina encontramos que nuestros argumentos para salvación no son más convincentes que “vestiduras viles” (Zacarías 3:3) y “trapos de inmundicia” (Isaías 64:6).  Por eso el llamado de Santiago: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4:10).
Sin embargo, por más hermoso, lógico y romántico que suene el llamado, debemos reconocer que es un llamado que va completamente en contra de nuestra lógica y naturaleza humana, pues si nos humillamos para ser exaltados, ya allí nuestra humildad deja de ser genuina y se convierte en inservible, simplemente un disfraz más de nuestro egoísmo.  Es por eso que las Escrituras son tan insistentes en nuestra condición: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10), y “aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor” (Jeremías 2:22), y “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 2:4).  El único camino que permite una humillación genuina es el reconocimiento de nuestra indignidad, pues la verdadera sabiduría entiende sus límites (Santiago 3:13), encontraste con la ignorancia que es temeraria.
Hay una marcada diferencia entre nuestra sabiduría y la celestial, la cual radica básicamente en la presencia o ausencia de egoísmo, que de acuerdo a Santiago es un rasgo simplista, animal y diabólico, pues “donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 2:15-16).  Por otro lado, Santiago asegura que “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.  Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:17-18).
Es fascinante analizar la oferta del cielo para solución de nuestros conflictos y purificación de nuestros corazones, pues es completamente opuesta a nuestras evidentes conclusiones, dice Santiago: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.  Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:2-3), con razón, desde lo personal hasta lo étnico y político, las guerras y conflictos vienen de nuestras pasiones, de nuestras tendencias naturales heredadas por el pecado.  Reconocemos, pues, que el ego, siendo el motor natural de nuestras intenciones y acciones, es también el padre de todos nuestros defectos, que motiva una constante pero infructuosa búsqueda de la satisfacción, relevancia y trascendencia en nuestras vidas.
Debemos luchar con la constante tentación de dividir nuestra lealtad, pues “la amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Santiago 4:4).  En sí, el mayor obstáculo que debemos superar para recibir la sabiduría celestial y divina somos nosotros mismos.  Por eso, Santiago aconseja, “someteos, pues, a Dios”, para entonces poder “resistir al diablo” (Santiago 4:7), en ese orden.
No son muchas las opciones con las que contamos, en realidad sólo hay una.  No es la que mejor, ni la que se adapta a nuestras exigencias, sino que más bien nos saca de nuestra zona de conforte y nos confronta: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.  Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.  Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4:8-10).

No hay comentarios: