jueves, 30 de octubre de 2014

El amor y la ley - Santiago 2:1-13

La Biblia revela dos estándares por medio de los cuales seremos evaluados en el día del juicio final: 1) La ley, y 2) nuestra respuesta al sacrificio sustitutivo de Jesucristo.  En palabras de Santiago, el determinante en ese juicio será la misericordia, que “triunfa sobre el juicio” (Santiago 2:13).  Sin embargo, la misericordia, como argumento de salvación, es únicamente efectiva en la medida en que nosotros mismos lo aplicamos a los demás.  Santiago utiliza palabras ásperas cuando advierte: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia” (Santiago 2:13), idea ampliamente utilizada por Jesucristo en sus enseñanzas: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7); “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15), en el contexto de El Padre Nuestro, la oración modelo; “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35); “Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mateo 24:45), por citar algunas referencias.
Santiago le pone un énfasis especial a la segunda parte de la ley, que tiene que ver con el trato a nuestros semejantes, los últimos seis mandamientos, como determinantes en la veracidad de nuestra observancia de los primeros cuatro mandamientos, que tienen que ver con nuestro amor y devoción a Dios (Santiago 2:1-4), como dice Juan: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:20-21).  Por eso Jesucristo, quien representó las expectativas celestiales en relación a las convenciones socioeconómicas, culturales, políticas y religiosas, conscientemente se relacionó con los “publicanos y pecadores” a pesar de las constantes críticas de los supuestos defensores de la fe (Marcos 2:16).
Al presentarles un caso con el cual todos se podían identificar, Santiago confronta a su audiencia dándole seguimiento al esfuerzo de Jesucristo de reordenar la dinámica de interrelación propia del gobierno de Dios (Santiago 2:5-7) que exige ser “sin acepción de personas” (Santiago 2:1).  Por aparente acomodo incuestionado a las convenciones sociales de la época, la audiencia de Santiago le ha estado dando atenciones inmerecidas a quienes les subyugan y maltratan, mientras afrentan al pobre (Santiago 2:6).  Por eso los confronta, y expone que lo que han estado haciendo es más que un descuido o un defecto.  Santiago cataloga la “acepción de personas”, hoy en día la parcialidad y discriminación, como un pecado (Santiago 2:9) tan grave como el matar y adulterar (Santiago 2:11).  Así, la ley desafía nuestra naturaleza pues nuestra lealtad a los Diez Mandamientos se revela en la forma que activamente tratamos a los demás, amando e nuestro prójimo como a nosotros mismos (Santiago 2:8 y Levítico 19:18).
La Biblia es consistente en la revelación del carácter, la esencia de Dios cuando dice: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8).  Los motivos de la observancia de la ley deben siempre radicar en el amor: a Dios y al prójimo.  Las Escrituras indican un juicio futuro al cual todos tendremos que afrontar (Romanos 14:10), a lo que Santiago advierte: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:12), donde nuestra mejor defensa será “la misericordia”, siempre y cuando la hayamos ejercido nosotros mismos en nuestro trato con los demás, inclusive con aquellos que, bajo los estándares de la sociedad actual, no lo merecen.

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