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sábado, 13 de mayo de 2017

Liderazgo - 1 Pedro 5:1-11

Unas cuantas semanas atrás termine de leer un libro titulado "Como matar 11 millones de personas," de Andy Adrews.  En él, el autor trata de encontrar la lógica de tras de los grandes genocidios de la historia.  Cómo es que una sociedad determinada, educada, avanzada, civilizada, llega al punto de razonar y aceptar la exterminación de todo un grupo de personas por motivos raciales, politicos o religiosos.  Dentro de los muchos argumentos que presenta el autor, hay uno que me llamó fuertemente la atención.  Escribió, según recuerdo: "Para matar 11 millones de personas hay que mentirles..."

Los registros muestran como poco a poco éstas ideas nocivas fueron plantadas en las mentes de tales sociedades y de las víctimas hasta llegar al punto de que un grupo pequeño de individuos llega a dominar y manipular a un gran numero de personas hasta hacerles creer que aquello que en otro tiempo habrían supuesto como malévolo y horrendo, es en realidad correcto y necesario para el bienestar común, de la mayoría.  Obviamente podemos encontrar ejemplos de este proceder en muchos de los gobiernos en los diferentes países hoy en día, sin embargo el objetivo de este espacio no es entrar en terrenos de la política y de los gobiernos.  Sin embargo, la conclusión del autor nos da pie a hacer unas cuantas aplicaciones pertinentes a nuestra realidad, como seres humanos y como hijos de Dios.

¿Cómo es que el enemigo de Dios puede impedir la salvación de los hijos de Dios?  La respuesta sería la misma, ¿no crees?  Mintiéndoles...  Desde el Génesis, el capítulo tres, la serpiente, que de acuerdo a Apocalipsis 12 es "la serpiente Antigua que se llama Diablo y Satanás" (v9), responde a la indicación de Dios citada por Eva: "No morirán.  Dios bien sabe que el día que ustedes coman de él, se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal" (vv4-5).

El apóstol Pedro, en su primera carta, específicamente el capitulo 5 y los versículos 1-11, responde a la version distorsionada de Satanás en lo que tiene que ver con nuestras relaciones interpersonales y el ejercimiento del liderazgo y el servicio a otros.

En primera instancia, mientras es el egoísmo la propuesta primaria de Satanás, Pedro cita el altruismo.  Nos pide que procedamos “de manera voluntaria y con el deseo de servir, y no por obligación ni por el mero afán de lucro. No traten a la grey como si ustedes fueran sus amos. Al contrario, sírvanle de ejemplo” (v2-3).  El objetivo primario no es la recompensa sino el servicio en sí.  Somos responsables de cumplir nuestra parte sin desear recompensa.  Y es a través de la intervención divina que obtendremos satisfacción, pues continua diciendo: “cuando se manifieste el Príncipe de los pastores, ustedes recibirán la corona incorruptible de gloria” (v4).

Una segunda clarificación es la humildad por sobre la soberbia.  Pedro indica: “Dios resiste a los soberbios, pero se muestra favorable a los humildes” (v5).  En dos versículos {edro hace referencia a la humildad:

También ustedes, los jóvenes, muestren respeto ante los ancianos, y todos ustedes, practiquen el mutuo respeto. Revístanse de humildad, porque: «Dios resiste a los soberbios, pero se muestra favorable a los humildes  Por lo tanto, muestren humildad bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo.

Evidentemente Pedro insiste en la importancia de la humildad como ingrediente indispensable para el servicio desinteresado.  Debido a la ansiedad que esta lucha interna produce, Dios promete intervenir y generar en nosotros paz (v7).

Por ultimo, Pedro hace referencia a las acechanzas de Satanás, pero no hay que vivir con miedo, sino valientemente deberemos mantenernos firmes, haciéndole frente.  No somos los únicos que sufrimos (v9).  Además, a través de la intervención divina, obtendremos la victoria.

viernes, 28 de abril de 2017

Vivir como Dios - 1 Pedro 3:8-12

No recuerdo exactamente dónde lo escuché por primera vez, si en el radio o en una tienda, pero el título de la canción es, "Fix my eyes", que tal vez podríamos traducirlo como, Fijaría mis ojos.  Como el título del canto lo indica, la frase que se repite una y otra vez es: "Fijaría mis ojos en ti," sin embargo, es otra parte de la letra que quisiera citar para efectos de ésta reflexión, parte que se encuentra en una sección del canto que utiliza una tonada como de niños jugando que queda en frases como: "ya te ganamos," o, "yo quiero dulces" (espero haber ayudado a que identifiques la tonada).  Me llamó tanto la atención que llegando a casa busqué la letra del canto para saber qué decía.  En la canción, el autor se pregunta qué haría diferente si pudiera regresar el tiempo, a lo cual contesta (traducción):

Amaría sin miedo
Daría cuando no es justo
Viviría para otro
Tomaría tiempo para un hermano
Lucharía por los débiles
Abogaría por la libertad
Encontraría fe en la batalla
Me mantendría en pie.
Pero por sobre todo,
fijaría los ojos en ti, en ti.

La frase que capturó mi atención, y todavía lo hace, es: "daría cuando no es justo."  Jesús mismo hace referencia a este tipo de conducta cuando dice: "No resistan al que es malo, sino que a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, preséntale también la otra; al que quiera provocarte a pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.  Al que te pida, dale, y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen” (Mateo 5:39-42,44).

No es muy difícil dar, ayudar, amar cuando es justo, cuando la otra persona “lo merece."  ¿Cuántas veces no hemos intercedido por alguien, nuevamente, porque sentimos que lo merece?  ¡Pero ayudar a alguien que no lo merece!

A principio de semana leí la siguiente cita del apóstol Pedro: "Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos están atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está en contra de los que hacen el mal" (1 Pedro 3:12).  Mi primera reacción fue: "¡Ajá!", porque cuando leemos éste tipo de versículos, el justo siempre soy yo, y ya tenemos definida la lista de "los que hacen el mal," y el rostro de Dios está contra ellos.  Hace sentido, y es bíblico.  Merecen el desprecio de Dios, y el mío también, obviamente.

Al siguiente día, sin embargo, leí el contexto dónde se encontraba el versículo recién citado.  Los versículos previos dicen: "En fin, únanse todos en un mismo sentir; sean compasivos, misericordiosos y amigables; ámense fraternalmente y no devuelvan mal por mal, ni maldición por maldición. Al contrario, bendigan, pues ustedes fueron llamados para recibir bendición" (1 Pedro 3:8-9).

¿Por qué se nos habría de requerir ser compasivos, misericordiosos, amigables con quienes buscan nuestro mal y aún nos maldicen?  ¡No lo merecen!  ¿Por qué hacer el bien a los que nos odian, y orar por quienes nos persiguen?  ¡Es injusto!  ¿Dónde está entonces la lógica de que a los buenos les va bien y a los malos mal?

Obviamente ésta no es la primera vez que pienso al respecto, como tampoco lo es para ti, supongo.  Pero como ésta orden es tan contraria a nuestra naturaleza, siempre nos lleva a reflexionar y evaluarnos a la luz de las Escrituras, y a la luz de la vida de Jesucristo.

Tratando de resolverlo, cuando se nos hacen las recomendaciones o mandatos citados en ésta reflexión, el enfoque no es lo malo que hacen los demás o lo despreciables que puedan ser.  Nuestra naturaleza egoísta y rebelde nos lleva a concentrarnos en ellos y llegar a la conclusión de que ellos no merecen nuestras atenciones y que es injusto lo que se nos pide.  Sin embargo, el enfoque del mandato somos nosotros, Dios no está hablando de la salvación de los malos, sino de nuestra salvación, de nuestra asimilación en la cultura del cielo.  Podemos estar tan concentrados en el castigo que merecen los demás, que podemos descuidar nuestra propia salvación, como cuando los hijos confrontan a los padres porque no castigaron al hermano o hermana de forma más agresiva, como lo merece.  Yo he tenido que utilizar las mimas palabras que mis padres me dijeron a mi: “no te preocupes por tus hermanos, preocúpate por ti…”

Dios, que sigue trabajando realizando en nosotros “la buena obra” (Filipenses1:6), la quiere seguir perfeccionando hasta culminarla en la segunda venida de Jesucristo.  Por eso, como parte de nuestra educación, de nuestra preparación, del plan de estudios, Dios define el estándar de conducta, incluyendo situaciones extremas, cuando somos objeto del odio de otros.  Si la cultura del cielo es amor, “porque Dios es amor” (1 Juan 4:8), entonces nuestro estándar de conducta es el amor, aún cuando quien es el receptor de éste no lo merece.  ¿No hace lo mismo Dios cuando “hace llover sobre justos e injustos”? (Mateo 5:45).  Jesús continúa diciendo en el tan famoso Sermón del Monte: “Porque si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa tendrán? ¿Acaso no hacen lo mismo los cobradores de impuestos?  Y si ustedes saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de más? ¿Acaso no hacen lo mismo los paganos?” (Mateo 5:46-47).  Y termina diciendo: “sean ustedes perfectos, como su Padre que está en los cielos es perfecto” (v48).

El enfoque del amor a los enemigos, no son los enemigos, sino la asimilación de la cultura del cielo, como cuando Jesús mientras se burlaban, lo maltrataban y crucificaban: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”

viernes, 21 de abril de 2017

Relaciones sociales - 1 Pedro 4:8

He aprendido que para quienes nos gusta cocinar, pero no sabemos hacerlo, o estamos aprendiendo, muy seguido nos excedemos con algún ingrediente, desde agua, apio o comino, hasta la sal.  Esto sin contar las veces cuando hemos cocinado el platillo de más, o cuando dejamos la comida medio cruda.  En casos como esos, y con la ayuda de alguien experto o con más experiencia, acudimos a ciertos trucos para ayudarnos a eliminar o reducir el daño causado.  Algunos de estos trucos es el uso de productos lácteos cuando la comida es muy picante, o también azúcar o miel.  O cuando ha quedado muy condimentada, se le puede acompañar con almidones, como arroz o pasta, según me dicen.  Todo para eliminar o disimular las imperfecciones o falta de experiencia del cocinero.

El apóstol Pedro hace uso de la misma lógica cuando dice: "ámense intensamente los unos a los otros, porque el amor cubre infinidad de pecados" (1 Pedro 4:8), dentro de una serie de consejos para aliviar las tensiones interpersonales y promover la cordialidad entre los creyentes.  Para la frase "porque el amor cubre infinidad de pecados,” otras versiones un poco menos literales y más ajustadas a nuestro idioma actual dicen: "porque el amor perdona muchos pecados" (DHH), "porque el amor borra los pecados" (TLA), "porque el amor es capaz de perdonar muchas ofensas" (PDT).

Evidentemente para el Apóstol Pedro, sí hay un ingrediente que ayuda a eliminar, o minimizar los defectos de los individuos en su interacción ya sea a nivel matrimonial, familiar, académico y/o laboral.  Entonces el secreto para la unidad, o la cooperación no descansa en la ausencia de defectos de sus componentes, sino en la medida que el amor forme parte de tal interacción.  Somos humanos, por definición somos imperfectos; hemos recibido una herencia con tendencia al egoísmo y a la rebelión.  Además, cargamos con los genes de nuestros padres, como también lesiones físicas y emocionales que nos llevan a actuar en forma destructiva, eso sin incluir la influencia de nuestro entorno sociocultural, económico, político y religioso.  Es mucho lo que cargamos sobre nuestros hombros como para suponer que el secreto es dejar de ser humanos.  Antes bien, Pedro reconoce nuestras deficiencias naturales y, sin condenarlas, nos da un ingrediente que las neutraliza.

La Palabra que el apóstol Pedro utiliza es ágape, una de las cuantas palabras que en español hemos traducido como amor, pero la que encierra la mayor cantidad de altruismo, en contraposición del egoísmo.  El amor con el que Dios nos amó tanto, que envío a Jesucristo para que quienes creamos tengamos vida eterna (Juan 3:16).  El apóstol indica: "ámense intensamente los unos a los otros."  Cumplir con éste pedido es antinatural para nosotros, tal vez por eso Pedro indica "intensamente" (ekteíno), que también puede traducirse como fervientemente, constantemente, intencionalmente, sin cesar.  Evidentemente, requerimos tomar una decisión consciente, de adoptar una perspectiva que desafía nuestras tendencias, para amar a aquellos con quienes interactuamos y así, haciendo ellos lo mismo, soportarnos mutuamente nuestras imperfecciones.

Si ponemos atención, la dinámica es bastante clara: amo para disminuir mi percepción de las deficiencias de los demás, y los demás me aman para cubrir o soportar mis deficiencias.  Como cuando un joven y una joven se enamoran, indicando el uno que el otro es "perfecto"...  Obviamente no lo es, pero el amor le hace descartar o ignorar sus defectos y resaltar sus virtudes.  Situación contraria meses o años después, cuando el amor se acaba, y donde ahora se descartan e ignoran las virtudes para resaltar y acentuar los defectos.


Más allá, sin embargo, del beneficio temporal y terrenal en nuestras interacciones interpersonales, el adoptar éste consejo divinamente inspirado nos llevará a elevar nuestra existencia para ponernos a disposición y vulnerables a la intervención divina quien trabaja intensamente para transformarnos y ayudarnos a incorporar y asimilar en nuestras vidas la cultura del reino de Dios, la cultura celestial, pues "Dios es amor" (1 Juan 4:8), y el que comenzó en nosotros "la buena obra," la estará perfeccionado cada día, de acuerdo a nuestra disponibilidad, hasta culminarla definitivamente en "el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6).

viernes, 14 de abril de 2017

Ser - 1 Pedro 2

Un viernes de tarde, del otoño de 1996, jugaba con mis compañeros de universidad un partido de fútbol.  Por lo que me cuentan, en ese partido de fútbol, que no recuerdo contra quién jugábamos, me tocó jugar de delantero.  Para serte sincero, de ese día, y de ese insistente en particular, sólo tengo pocas y breves escenas, por lo que la mayoría de lo que te voy a relatar es la recopilación de lo que otros me han contado.  Según me cuentan, un compañero hizo un centro al área y yo corrí a tratar de cabecear.  El portero del equipo contrario también fue por el balón lo que provocó que ambos chocáramos.  Por el choque, caí de espaldas y evidentemente golpeé la cabeza con el suelo.  Dicen mis compañeros que me levanté del suelo, me sacudí, e hice por seguir jugando.  Sin embargo, de tanto en tanto, me acercaba a uno de mis primos, que también estaba en mi equipo, para preguntarle datos básicos del juego, tales como: contra quién estábamos jugando y si estábamos ganando.  Cuenta mi primo que cada minuto o dos me acercaba a él para hacerle la misma pregunta, hasta que después de unas cuantas veces creyó mejor sacarme del juego y llevarme a casa, donde me metí a bañar, y como había perdido la memoria a corto plazo, como en la película de Buscando a Dory (Finding Dory), me lavé la cabeza una y otra vez hasta que me acabé el shampoo.  Una vez bañando, me llevaron a mi cuarto para que descansara y fuese atendido.

La razón por la que te relato esta experiencia es por el impacto que, según me cuentan, causó en mi cuando comencé a recuperar la memoria, de lo que sólo tengo breves destellos, como cuando mi abuela entró al cuarto para ponerme alcohol en la frente, o cuando entraron a mi cuarto algunos primos para visitarme.  Me cuenta mi hermana que cuando comencé a despertar, quienes estaban en el cuarto comenzaron a hacerme preguntas, mi hermano para reírse, y los demás, supongo, para ayudarme a recuperar la memoria.  Entre risillas comenzó a describir las diferentes reacciones cuando redescubrí quién era, mi nombre, que me encontraba en el cuarto año de teología, que tenía una novia, que estaba aprendiendo hebreo y que era el director del club de Guías Mayores Na'ar Shalem.  Ante cada descubrimiento hacía una exclamación de incredulidad, jocosa para quienes estaban presentes, para luego quedarme por un momento callado, como tratando de registrar la información, impresionado por quien era.

Cuando leemos el segundo capítulo de su primera carta, Pedro pareciera hacer mucho énfasis en que sus lectores recuperen la memoria y recuerden que “son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9).  La versión Dios Habla Hoy traduce el texto de la siguiente manera: “Pero ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios.”  Pedro quiere que su audiencia, que por designación divina ahora también nos incluye a nosotros, encuentre sentido a su existencia que les lleve a entender cuál es su misión, pues ¿cómo saber el propósito de nuestra vida cuando no sabemos quiénes somos?

Cuando leemos completo el versículo previamente citado, encontramos que “ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncien los hechos maravillosos de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable,” de donde personalmente rescato dos palabras: “son” y “para”, un verbo y una preposición.  Evidentemente no son las palabras ricas en significado y románticas en comparación con las demás que están en el versículo, sin embargo, son las que le dan sentido.  La primera nos introduce a nuestra identidad, la segunda a nuestra razón de ser, pues para hacer (“para”) debemos primero ser (“son”).

Sí, tenemos una misión, que solamente identificamos y comprendemos cuando entendemos quiénes somos.  Sin embargo, y de acuerdo a lo que extraigo de la carta de Pedro, para verdaderamente ser, debemos también dejar de ser.  Permíteme te explico.  Este capítulo comienza de la siguiente manera: “Por lo tanto, desechen toda clase de maldad, todo engaño e hipocresía, envidias y toda clase de calumnia” (v1), y añade más adelante: “Antes, ustedes no eran un pueblo; ¡pero ahora son el pueblo de Dios!” (v10), y después: “les ruego que se aparten de los deseos pecaminosos que batallan contra el alma.  Mantengan una buena conducta” (vv11-12), “muéstrense respetuosos de toda institución humana… Respeten a todos” (vv13,17).  Y termina diciendo: “Porque ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora se han vuelto al Pastor que cuida de sus vidas” (v25).  Una y otra vez Pedro insiste en redefinir quienes somos contrastándolo con lo que éramos y con lo que no debemos ser.

Obviamente, hay una lucha interna, pues no podemos negar nuestra naturaleza humana donde heredamos una constante tendencia al egoísmo y a la rebelión.  Por eso, para alimentar nuestro nuevo ser, para fortalecer nuestra nueva identidad, Pedro nos recomienda: “Busquen, como los niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por medio de ella crezcan y sean salvos” (v2), “Acérquense a él, a la piedra viva” (v4), pues Jesucristo “llevó en su cuerpo nuestros pecados al madero, para que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la justicia. Por sus heridas fueron ustedes sanados.”

Así, y con la ayuda de la deidad completa, para hacer, debemos primero ser.  Y para verdaderamente ser, debemos primero dejar de ser.

viernes, 31 de marzo de 2017

Pedro

No se nos da mucha explicación.  Simplemente que "tuvo miedo"; una emoción primaria muy humana como respuesta vital a un peligro inminente, real o supuesto, que atenta contra nuestra integridad física o emocional, y juzgando por el relato, Pedro tenía suficiente evidencia para justificarlo pues era un “fuerte viento,” que además era contrario y azotaba a la barca (Mateo 14:24,30).  Pero era Pedro, el líder, columna del movimiento cristiano, el portavoz de los discípulos, que aunque impulsivo, era de sentimientos nobles.

¿Recuerdas cuando Jesús le indicó: “echad vuestras redes para pescar,” después de que Pedro lo hubiese intentado toda la noche sin éxito?  Sí, Pedro era de sentimientos nobles: “toda la noche hemos estado trabajando y nada hemos pescado; pero en tu palabra echaré la red” (Lucas 5:4-5).  O cuando categóricamente contesta a Jesús: “tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16), indicando que él no pertenece a un movimiento más, sino a el movimiento que, aunque aún no comprende del todo, cumple con las profecías mesiánicas.  ¿Y ante la inminente adversidad?: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo no solo a la cárcel, sino también a la muerte” (Lucas 22:33).

Pero fue Pedro quien pide a Jesús: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas” (Mateo 14:28).  Evidentemente la tormenta y el miedo no fueron factor por un momento en la historia.  Mateo nos cuenta que Pedro descendió de la barca y “andaba sobre las aguas para ir a Jesús” (v29).  Parece no tener miedo, parece ignorar la tormenta.  Sin embargo, de repente, sin previo aviso, el viento y las olas, que previamente habían sido irrelevantes, se convierten en relevantes, inclusive por encima de la Palabra de Jesucristo y “tuvo miedo”, como cuando quiso convencer a Jesús en contra del cumplimiento de su misión (Mateo 16:23), o como cuando lo negó tres veces (Lucas 22:54-62). o como cuando se intimidó ante los judíos llevándolo a despreciar a los gentiles (Gálatas 2:14).


En el mismo versículo, donde Mateo nos cuenta que Pedro tuvo miedo, también nos cuenta que Pedro “dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!”  Acto seguido “Jesús, extendiendo la mano” (Mateo 14:30-31).  El texto no discute el deber ser de Pedro, sino que simplemente lo reconoce como humano y la inmediata respuesta de Jesucristo ante su pedido de ayuda.  Dos versículos que parecen indicar la vida completa de Pedro, y, tal vez, un formato que todos podemos seguir, como Juan escribió: “estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo” (1 Juan 2:1).

viernes, 11 de marzo de 2016

Pedro y el gran conflict - Audio

Pedro y el gran conflict - Artículo

Pablo mismo confesó: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19), y sin embargo “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10).  ¡Qué tragedia!  Pues el “que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).  El conflicto entre el bien y el mal, originado en el cielo por Satanás, entonces Lucifer, en contra de Dios, no es una hipótesis, una teoría que busca navegar en el mar de posibilidades para intentar explicar el comportamiento del ser humano, sino que se trata de una realidad de la cual todos nosotros somos testigos.  La semilla de rebelión germinó en Lucifer.  Éste la implantó en nuestros primeros padres, quienes, a su vez, la heredaron a todos nosotros.
En un mundo aparentemente ideal, el apóstol Pedro nos indica que tenemos el privilegio y responsabilidad de anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro2:9), pero ¿cómo hacer algo que va en contra de nuestra naturaleza?  El texto completo dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”  Si te das cuenta, la primera parte del texto indica lo que somos: “sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”, y la segunda lo que como consecuencia hacemos: anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”  El cumplimiento de nuestra misión, el implantarle propósito a nuestras vidas depende de que entendamos quienes somos.  Así como en cosas más comunes nuestra identidad, origen y pertenencia, afecta nuestros gustos, elecciones y comportamiento, nuestro entendimiento y aceptación de quienes somos permite elevar nuestra existencia de la sobrevivencia a la trascendencia.
Pero para abrazar nuestra nueva identidad, debemos abandonar nuestra antigua.  Así como un hombre soltero deja de serlo el día que se casa, así nosotros no podemos presumir nuestra nueva identidad cuando aún no abandonamos la antigua.  El apóstol Juan indica que “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4), y más adelante ahonda: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20).  Obviamente que no depende de nuestras fuerzas solamente el abandono de una identidad inferior previa, de serlo así los fariseos habrían tenido la razón, pero sí comienza con la consiente aceptación de la versión divina en cuanto a mi persona que, aunque en otro tiempo no éramos pueblo, “ahora sois pueblo de Dios” (1 Pedro 2:10).  Por eso se nos insta a “no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las pasiones humanas, sino conforme a la voluntad de Dios” (1 Pedro 4:2), que indefectiblemente debe afectar nuestra relación y responsabilidad para con nuestro prójimo (1 Pedro 4:10).
Los argumentos para el cambio de identidad y la proyección de nuestra vida de sobrevivencia a trascendencia se encuentran en “la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 Pedro 1:19).  Aunque Pedro fue un testigo presencial del ministerio y sacrificio de Jesucristo, nos indica que, aunque tú y yo no tuvimos ese privilegio, tenemos acceso a su testimonio, que no se sostiene de “fábulas artificiosas,” sino de haber visto con sus “propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16).  Entendiendo que las Escrituras no son un fin en sí mismas, sí son la guía que nos permite entender nuestra existencia, desde nuestro origen hasta nuestro rescate.  Así, ejerciendo una fe educada, llegamos a identificar y reconocer nuestra propia experiencia con Dios (2 Pedro 1:20-21).

Por la naturaleza propia del mundo y la sociedad en la que vivimos, que insisten en eliminar a Dios en la explicación de su existencia, nos vemos frecuentemente luchando en contra de la corriente.  Pedro mismo describe éstas incomodas situaciones cuando dice: “los últimos días vendrán burladores, andando según sus propias pasiones y diciendo: ‘¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación’” (2 Pedro 3:3-4).  Suenan a argumentos lógicos y con fuertes evidencias a su favor.  Pero voluntariamente ignoran toda la evidencia, sólo se concentran en lo que se acomoda a sus predisposiciones pues “ignoran voluntariamente que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos y también la tierra” (v5).  Es decir, también nuestros argumentos tienen lógica y descansan en evidencias, tal como David dijo: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).  Por eso, nos sometemos a la línea de tiempo de Dios, pues inclusive el deseo de su venida puede estar manchado de egoísmo, así, “el Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento… Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.  Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz.” (2 Pedro 3:9,13-14).