viernes, 12 de febrero de 2016

Las enseñanzas de Jesús y el gran conflicto

A pesar de que frecuentemente le ponemos límites a la iniciativa de Dios por salvarnos, él insiste en declararse ilimitado: “Venid a mí todos…”, declaró en Mateo 11:28.  ¿Qué es, entonces, todo?  Se nos aconseja a no utilizar absolutos, y sin embargo, Jesucristo dijo “todos”.  Es evidente, entonces que, en la fórmula de la salvación, la constante es la oferta de Jesucristo, y la variable es nuestra reacción a la oferta divina.  En ésta invitación en particular el perfil de los invitados es los “trabajados y cargados”, y la oferta es “yo os haré descansar,” no como una suspensión permanente de responsabilidades, sino como la adquisición de argumentos basados en la fe para obtener descanso en medio del cumplimiento de nuestras responsabilidades.  La salvación no se adquiere a través del sufrimiento y la angustia como un fin, sino en la aceptación del perdón divino y la esperanza en sus promesas.  Jesús ofrece a que llevemos su yugo (v29), que es sin culpa, a cambio de que él lleva el nuestro, con nuestros temores, ansiedades, remordimientos e inseguridades (Isaías 53).  La invitación a todos, entonces, abarca a los que reconocen su estado de trabajados y cargados, pues aunque todo ser humano vive ésta realidad, no todos lo reconocen, no todos aceptando su necesidad.

En sus parábolas, Jesucristo sigue haciendo distinción entre la constante, su oferta, y la variable, la respuesta del ser humano.  En la parábola del sembrador, el sembrador es el mismo, la semilla es la misma, el día es el mismo, las condiciones ambientales son las mismas, la zona geográfica es la misma.  La variable es el tipo de terreno (Mateo 13:3-23).  Aunque podemos responsabilizar a un sinfín de individuos y circunstancias de nuestra falta de respuesta honesta a la oferta divina, al final Jesús instruye que la responsabilidad cae sobre el ser humano.  ¿Quién soy?  ¿El terreno junto al camino, entre piedras, entre espinos o la tierra fértil?  Aunque requiero de la intervención del Espíritu Santo para que me guíe “a toda la verdad” (Juan 16:13), al final soy yo quien debe decidir el nivel de entrega a la invitación divina.  Aclaremos que no estamos hablando de autodisciplina y dominio propio en éste instante, pues estaríamos suponiendo que la salvación depende de nuestras fuerzas.  En la parábola del sembrador, ser terreno fértil es creer vulnerablemente la oferta de Dios y ser consistentes en esa fe.

La misma distinción hace Jesús en la conclusión y llamado del Sermón del Monte.  Después de ser instruida, la audiencia es desafiada: “oye estas palabras, y las hace,” vs “oye estas palabras y no las hace” (Mateo 7:24-27).  Nuevamente se presenta una sola diferencia entre ambos casos, diferencia que descansa en la actitud del ser humano para con la invitación divina.  Cuando Jesús hace éste llamado, todos ya han oído, esa es la constante, pero no todos harán de acuerdo a lo oído, es decir, la variable.  Jesús toma cuidado en presentar dos situaciones aparentemente iguales: ambos personajes en la parábola son hombres, ambos construyen una casa, ambos reciben la misma cantidad y secuencia de vientos y agua: “Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa,” vs “y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa” (v25y27).  Sin embargo, una cae y la otra no.  De acuerdo a la versión de Lucas de la misma historia, quien construyó su casa sobre la roca “cavó y ahondó” (Lucas 6:48) hasta encontrar la roca, resaltando que no fue un accidente.  Así, nuestra confianza en Dios no pende de la suerte, sino de la consiente y sincera aceptación de las promesas y oferta divinas.

Siendo que todos fuimos “destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), no se trata de ver quién es mejor que quién.  Aunque esto funciona en un partido de fútbol, en la salvación así no es, pues “porque la paga del pecado es muerte,” es lo que merecemos por más buenos que seamos, “pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23).  Por eso Jesús nos advierte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados” (Mateo 7:1-2).  Aunque nos inclinamos por pedir la misericordia de Dios para con nuestros pecados, y su juicio para con los de los demás, el texto indica, y no es el único lugar en las Escrituras, que Dios utiliza nuestra conducta para con los demás como patrón en su trato hacia nosotros: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12), “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12), “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (Mateo 18:33).  Ya tenemos mucho que trabajar en nosotros mismos como prioridad: “primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5).


En ésta travesía, con tantas opciones para desviarnos del camino a la salvación, Jesucristo promete: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo28:20).  Sus enseñanzas nos quedan como brújula, y el Espíritu Santo como guía.

No hay comentarios: