A pesar de
que frecuentemente le ponemos límites a la iniciativa de Dios por salvarnos, él insiste en declararse ilimitado: “Venid
a mí todos…”, declaró en Mateo 11:28.
¿Qué es, entonces, todo? Se nos
aconseja a no utilizar absolutos, y sin embargo, Jesucristo dijo “todos”. Es evidente, entonces que, en la fórmula de
la salvación, la constante es la oferta de Jesucristo, y la variable es nuestra
reacción a la oferta divina. En ésta
invitación en particular el perfil de los invitados es los “trabajados y
cargados”, y la oferta es “yo os haré descansar,” no como una suspensión permanente
de responsabilidades, sino como la adquisición de argumentos basados en la fe
para obtener descanso en medio del cumplimiento de nuestras responsabilidades. La salvación no se adquiere a través del
sufrimiento y la angustia como un fin, sino en la aceptación del perdón divino
y la esperanza en sus promesas. Jesús ofrece
a que llevemos su yugo (v29), que es sin culpa, a cambio de que él lleva el
nuestro, con nuestros temores, ansiedades, remordimientos e inseguridades
(Isaías 53). La invitación a todos,
entonces, abarca a los que reconocen su estado de trabajados y cargados, pues aunque todo ser humano vive ésta
realidad, no todos lo reconocen, no todos aceptando su necesidad.
En sus
parábolas, Jesucristo sigue haciendo distinción entre la constante, su oferta,
y la variable, la respuesta del ser humano.
En la parábola del sembrador, el sembrador es el mismo, la semilla es la
misma, el día es el mismo, las condiciones ambientales son las mismas, la zona
geográfica es la misma. La variable es
el tipo de terreno (Mateo 13:3-23).
Aunque podemos responsabilizar a un sinfín de individuos y circunstancias
de nuestra falta de respuesta honesta a la oferta divina, al final Jesús
instruye que la responsabilidad cae sobre el ser humano. ¿Quién
soy? ¿El terreno junto al camino,
entre piedras, entre espinos o la tierra fértil? Aunque requiero de la intervención del
Espíritu Santo para que me guíe “a toda la verdad” (Juan 16:13), al final soy
yo quien debe decidir el nivel de entrega a la invitación divina. Aclaremos que no estamos hablando de autodisciplina
y dominio propio en éste instante, pues estaríamos suponiendo que la salvación
depende de nuestras fuerzas. En la
parábola del sembrador, ser terreno fértil es creer vulnerablemente la oferta
de Dios y ser consistentes en esa fe.
La misma
distinción hace Jesús en la conclusión y llamado del Sermón del Monte. Después de ser instruida, la audiencia es
desafiada: “oye estas palabras, y las hace,” vs “oye estas palabras y no las
hace” (Mateo 7:24-27). Nuevamente se
presenta una sola diferencia entre ambos casos, diferencia que descansa en la
actitud del ser humano para con la invitación divina. Cuando Jesús hace éste llamado, todos ya han
oído, esa es la constante, pero no todos harán de acuerdo a lo oído, es decir,
la variable. Jesús toma cuidado en
presentar dos situaciones aparentemente iguales: ambos personajes en la
parábola son hombres, ambos construyen una casa, ambos reciben la misma
cantidad y secuencia de vientos y agua: “Descendió lluvia, y vinieron ríos, y
soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa,” vs “y descendió lluvia, y
vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa”
(v25y27). Sin embargo, una cae y la otra
no. De acuerdo a la versión de Lucas de
la misma historia, quien construyó su casa sobre la roca “cavó y ahondó” (Lucas
6:48) hasta encontrar la roca, resaltando que no fue un accidente. Así, nuestra confianza en Dios no pende de la
suerte, sino de la consiente y sincera aceptación de las promesas y oferta
divinas.
Siendo que
todos fuimos “destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), no se trata de
ver quién es mejor que quién. Aunque esto
funciona en un partido de fútbol, en la salvación así no es, pues “porque la
paga del pecado es muerte,” es lo que merecemos por más buenos que seamos, “pero
la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos
6:23). Por eso Jesús nos advierte: “No
juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis,
seréis juzgados” (Mateo 7:1-2). Aunque nos
inclinamos por pedir la misericordia de Dios para con nuestros pecados, y su
juicio para con los de los demás, el texto indica, y no es el único lugar en
las Escrituras, que Dios utiliza nuestra conducta para con los demás como
patrón en su trato hacia nosotros: “Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12), “todas las cosas que
queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con
ellos” (Mateo 7:12), “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo,
como yo tuve misericordia de ti?” (Mateo 18:33). Ya tenemos mucho que trabajar en nosotros
mismos como prioridad: “primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien
para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5).
En ésta
travesía, con tantas opciones para desviarnos del camino a la salvación,
Jesucristo promete: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin
del mundo” (Mateo28:20). Sus enseñanzas
nos quedan como brújula, y el Espíritu Santo como guía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario