viernes, 15 de enero de 2016

Rebelión global

Ya a éste punto la desobediencia, vergüenza y miedo de Adán y Eva parecen hasta inocentes.  La promesa de ser “como Dios, conocedores del bien y del mal” (Génesis 3:4), traído a la vida de nuestros primeros padres dolor más allá del que hubiesen imaginado.  Ya fuera del Edén (Génesis 3:23-24), Eva da a luz lo que supone será el hijo de la promesa que heriría a la serpiente en la cabeza (Génesis 3:15), por lo que, llena de esperanza, le pone por nombre Caín, pues ¿no sería éste quien como lanza golpearía a la serpiente, el “Diablo y Satanás” (Apocalipsis 12:9)?  Como si lo ya vivido fuese poco Adán y Eva se enfrentaron a nuevos niveles de degradación humana.

Génesis 4 narra la historia del primer asesinato.  Antes, el pecado se había manifestado en la forma de rebelión, vergüenza y miedo, ahora el celo y envidia se añaden a la lista.  Caín había traído su mejor ofrenda a Dios, pero no había traído lo que Dios pedía, como si un profesor pide a sus alumnos traer de tarea las tablas de multiplicar escritas en un cuaderno, y yo me presento con una hermosa poesía.  Por más inspiradora que ésta sea, de nada sirve para los motivos de la clase, y obviamente afectará mi calificación.  Dios trató de dialogar con Caín, “Si hicieras lo bueno, ¿no serías enaltecido?; pero si no lo haces, el pecado está a la puerta, acechando” (Génesis 4:7).  Se dejó llevar por su enojo e incluyó la violencia y la muerte a la lista de síntomas de pecado.

De generaciones subsecuentes las Escrituras indican “que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos de su corazón solo era de continuo el mal” (Génesis 6:5), e insiste que “la tierra se corrompió delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia” (Génesis 6:11).  Dos veces se hace referencia a la violencia de la tierra, como la evidencia más contundente de la bajeza del hombre.  Pareciera que todos los sentimientos ajenos a la cultura del cielo desembocan en violencia; la rebelión, la vergüenza, el miedo, el celo, la envidia, el enojo.  No se requiere mucho para enseñarle a un bebé o un niño pequeño a golpear a otro niño, y sin embargo se requiere, para algunos, de casi una vida entera para aprender a contenernos, pues aunque llega un punto en el que no agredimos físicamente, aún continuamos haciéndolo verbal y emocionalmente.

Con razón Dios se vio en la necesidad de acortar la vida del ser humano, primero impidiéndole que tuviese acceso al árbol de la vida (Génesis 3:22), y luego acortando sus años, de vivir siglos a, en ese entonces, ciento veinte años (Génesis 6:3; más adelante la Escritura dice: “Los días de nuestra edad son setenta años. Si en los más robustos son ochenta años,” Salmo 90:10).  ¿Te imaginas cuál sería la condición de nuestro mundo si personas como Nerón, Adolfo Hitler, Osama Bin Laden viviesen seiscientos u ochocientos años, o que quienes han vivido bajo sistemas opresores tengan que sufrirlos por tanto tiempo?  Aún aquí se puede percibir la misericordia de Dios.

A pesar de nosotros mismo, Dios insiste en salvarnos.  Siguiendo el dolor del asesinato de Abel y la huida de Caín, Set y sus descendientes toman la batuta de quienes deciden ser fieles a Dios.  A pesar de la degradación moral del ser humano, Dios escoge a Noé para ser el portador de su promesa.  Después del diluvio, es Abrahán quien se convierte en el depositario de los planes que Dios ha establecido para la salvación del ser humano.  En medio del caos que el ser humano produce sobre sí mismo, Dios mantiene un rayo de luz que infunde esperanza.  En la escena donde Dios le pide a Abrahán sacrificar a su hijo, el de la promesa, Abrahán confiesa: “Dios proveerá el cordero para el holocausto” (Génesis 22:8), lo cual así hizo al “dar su vida en rescate por todos” (Mateo 20:28).  Sin merecerlo Dios, en una acción unilateral, de iniciativa únicamente propia, “llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, […] fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, […] Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros(Isaías 53:4-6).


Con obvia resistencia, pues la historia así lo declara, Dios hace uso de personas indignas, pero dispuestas, para mantener encendida la llama de la esperanza para el hombre.  A Jacob, después del terrible engaño en contra de su padre y su hermano Esaú, y después de haberse arrepentido Dios le confirma, “todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente, pues yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que vayas” (Génesis 28:14-15).  Claro, debió enfrentar las consecuencias a sus acciones, pero aún allí, la misericordia de Dios se hace presente.  Misericordia que, aunque a veces velada, como en el caso de José que fue vendido como esclavo por sus hermanos, a su tiempo se revela y demuestra que, aunque por momentos dudamos de Su presencia, Dios está al control.  José dijo: “no me enviasteis acá vosotros, sino Dios” (Génesis 45:8).

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