Las
tensiones observables en el universo, en la naturaleza y en la sociedad,
también se experimentan en el interior de cada uno de nosotros. Con razón el apóstol Pablo dijo: “Sabemos que
la Ley es espiritual; pero yo soy carnal...
Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que
detesto, eso hago,” para más adelante añadir, “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará
de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:14-24).
Es la herencia que hemos recibido por experimentar la rebelión. Pero no es un mensaje de desánimo que ofrecen
las Escrituras. Es más bien honesto, y tal
vez por momentos ofensivo. Sin embargo,
al contemplar la interacción de Dios con los seres humanos a la luz de la
Biblia, encontramos que ésta nos ofrece un mensaje de esperanza.
Dentro del
mensaje honesto de las Escrituras, encontramos que los personajes allí tratados
no son disculpados. Tanto sus aciertos
como sus faltas quedaron registradas, pues “para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la
paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos
15:4). Tale s el caso de David, que tuvo
la valentía de enfrentar a Goliat, pero que cedió a los encantos de una mujer
casada (1 Samuel 17 y 2 Samuel 11). No podemos
negar el impacto a terceros de las decisiones y acciones de David. Mientras que al enfrentar y vencer a Goliat trajo
la victoria al pueblo al que pertenecía, aprovecharse de su posición y de la
soledad de Betsabé trajo injusticia, sufrimiento y muerte a terceros; ¿qué
culpa tenía Urías de haberse casado con una mujer atractiva? Queda, pues, para nosotros la lección de que,
querámoslo o no, deseémoslo o no, lo que
hacemos o dejamos de hacer tiene su efecto en terceros. Eso de que “es mi vida” encaja en conversaciones
donde la madurez no es necesariamente la moderadora. La versión del conflicto entre el bien y el
mal que nos toca lidiar nos indica que tenemos influencia y una responsabilidad
para con quienes nos rodean, desde el núcleo más íntimo que es el matrimonio y
la familia, hasta niveles más amplios como lo es la sociedad.
Si algo
es constante en estas reflexiones es que, en cuestión de lealtad a Dios, no
existe zona gris. Es cierto, no es
nuestra guerra, pero por herencia, participamos de ella. Como el rey Ezequías, tenemos el siempre
poderoso argumento de la oración (2 Reyes 19:15), pero para que éste tenga
sentido, debemos definir nuestra postura.
Elías le dijo al pueblo de Israel en el monte Carmelo, “¿Hasta cuándo
vacilaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; si
Baal, id en pos de él” (1 Reyes 18:21), muy parecido a lo que Jesucristo mandó
decir a la iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:15-16, “Yo conozco tus obras,
que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio y no frío ni
caliente, te vomitaré de mi boca.” Es
porque en materia de lealtad a Dios y
sus consecuencias la indecisión es igual a decidir mal.
No es fácil
definir consolidar nuestra lealtad para con Dios en un contexto sociocultural
que pondera los antivalores. La presión social
generalmente nos lleva a concentrar nuestra atención en cuestiones menos
elevadas y trascendentes, tal vez como la moda, los deportes y la televisión, e
inclusive nos lleva a suponer como cosa inofensiva prácticas y hábitos que Dios
claramente a cuestionado y prohibido. ¿Cuántas canciones de antimorales
debemos escuchar para comprenderlo?
¿Cuántas novelas, series o películas hay que ver para saber que la
violencia, el adulterio o las drogas confligen con los parámetros del gobierno
de Dios? Aclaro que éste no es un
llamado a abandonar los deportes o la televisión, sino hacer conciencia del
bombardeo constante de satanás para cuestionar lo que, a la luz de las
Escrituras es bueno o es malo. Salta a
la mente el caso de Ester, que tuvo que ser valiente dadas las circunstancias (Ester
3). Es decir, que fue valiente con causa. Digo esto porque
podemos confundir la valentía o el ser diferentes como un fin, por eso es que
constantemente surgen grupos y pequeños movimientos liderados por caudillos
bajo el lema claramente sacado de su contexto: “No penséis que he venido a
traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34). Ester en su momento, como también Nehemías,
ejercieron valentía no como un fin, sino como un medio dejándose utilizar por
Dios para la protección y avance de su obra.
Por eso, “levantémonos y edifiquemos,” esforzando nuestras manos para
hacer el bien (Nehemías 2:18).
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