viernes, 29 de enero de 2016

La controversia continúa (David, Elías, Ezequías, Ester y Nehemías)

Las tensiones observables en el universo, en la naturaleza y en la sociedad, también se experimentan en el interior de cada uno de nosotros.  Con razón el apóstol Pablo dijo: “Sabemos que la Ley es espiritual; pero yo soy carnal...  Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago,” para más adelante añadir, “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:14-24).  Es la herencia que hemos recibido por experimentar la rebelión.  Pero no es un mensaje de desánimo que ofrecen las Escrituras.  Es más bien honesto, y tal vez por momentos ofensivo.  Sin embargo, al contemplar la interacción de Dios con los seres humanos a la luz de la Biblia, encontramos que ésta nos ofrece un mensaje de esperanza.

Dentro del mensaje honesto de las Escrituras, encontramos que los personajes allí tratados no son disculpados.  Tanto sus aciertos como sus faltas quedaron registradas, pues “para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).  Tale s el caso de David, que tuvo la valentía de enfrentar a Goliat, pero que cedió a los encantos de una mujer casada (1 Samuel 17 y 2 Samuel 11).  No podemos negar el impacto a terceros de las decisiones y acciones de David.  Mientras que al enfrentar y vencer a Goliat trajo la victoria al pueblo al que pertenecía, aprovecharse de su posición y de la soledad de Betsabé trajo injusticia, sufrimiento y muerte a terceros; ¿qué culpa tenía Urías de haberse casado con una mujer atractiva?  Queda, pues, para nosotros la lección de que, querámoslo o no, deseémoslo o no, lo que hacemos o dejamos de hacer tiene su efecto en terceros.  Eso de que “es mi vida” encaja en conversaciones donde la madurez no es necesariamente la moderadora.  La versión del conflicto entre el bien y el mal que nos toca lidiar nos indica que tenemos influencia y una responsabilidad para con quienes nos rodean, desde el núcleo más íntimo que es el matrimonio y la familia, hasta niveles más amplios como lo es la sociedad.

Si algo es constante en estas reflexiones es que, en cuestión de lealtad a Dios, no existe zona gris.  Es cierto, no es nuestra guerra, pero por herencia, participamos de ella.  Como el rey Ezequías, tenemos el siempre poderoso argumento de la oración (2 Reyes 19:15), pero para que éste tenga sentido, debemos definir nuestra postura.  Elías le dijo al pueblo de Israel en el monte Carmelo, “¿Hasta cuándo vacilaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; si Baal, id en pos de él” (1 Reyes 18:21), muy parecido a lo que Jesucristo mandó decir a la iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:15-16, “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!  Pero por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”  Es porque en materia de lealtad a Dios y sus consecuencias la indecisión es igual a decidir mal.


No es fácil definir consolidar nuestra lealtad para con Dios en un contexto sociocultural que pondera los antivalores.  La presión social generalmente nos lleva a concentrar nuestra atención en cuestiones menos elevadas y trascendentes, tal vez como la moda, los deportes y la televisión, e inclusive nos lleva a suponer como cosa inofensiva prácticas y hábitos que Dios claramente a cuestionado y prohibido.  ¿Cuántas canciones de antimorales debemos escuchar para comprenderlo?  ¿Cuántas novelas, series o películas hay que ver para saber que la violencia, el adulterio o las drogas confligen con los parámetros del gobierno de Dios?  Aclaro que éste no es un llamado a abandonar los deportes o la televisión, sino hacer conciencia del bombardeo constante de satanás para cuestionar lo que, a la luz de las Escrituras es bueno o es malo.  Salta a la mente el caso de Ester, que tuvo que ser valiente dadas las circunstancias (Ester 3).  Es decir, que fue valiente con causa.  Digo esto porque podemos confundir la valentía o el ser diferentes como un fin, por eso es que constantemente surgen grupos y pequeños movimientos liderados por caudillos bajo el lema claramente sacado de su contexto: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34).  Ester en su momento, como también Nehemías, ejercieron valentía no como un fin, sino como un medio dejándose utilizar por Dios para la protección y avance de su obra.  Por eso, “levantémonos y edifiquemos,” esforzando nuestras manos para hacer el bien (Nehemías 2:18).

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