viernes, 5 de agosto de 2016

Jesús se mezclaba con las personas

El gran malentendido entre Jesucristo y los líderes religiosos de su tiempo fue la naturaleza de su misión. Más allá de su auto identificación como Mesías, ¿cómo es que se atrevía a interactuar con “publicanos y pecadores”?  ¿Qué no había mejores personas con las cuales asociarse?  ¿No dice el dicho, “dime con quién andas y te diré quién eres?

El libro Ministerio de curación, página 102 dice: “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces, les pedía: ‘Sígueme’.”  Un seguimiento cuidadoso de las declaraciones de Jesucristo explicando su misión claramente muestran ésta secuencia.  Juan 1:14 nos dice: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.”  El ángel le explica a José: “…y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados… y llamarán su nombre Emanuel, que traducido quiere decir: Dios con nosotros” (Mateo 1:21 y 23).  Jesús mismo se develó ante Nicodemo con las siguientes palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).  Una y otra vez se establece que a pesar de ser nosotros los ofensores, es Dios quien se acerca a nosotros para aclarar las cosas y establecer los parámetros de la reconciliación (Romanos 5:10).

Es Dios quien toma la iniciativa para acercarse al hombre, y no el hombre para acercarse a Dios.  Dios se nos acerca y entonces, de cerca nos invita a acercarnos…  Por eso, no debiera de sorprendernos que “todos los publicanos y pecadores” se acercasen para oírle (Lucas 15:1).  No es un ministerio de condenación, sino una oferta de esperanza (Juan 3:17).  Sin embargo, y por quienes no entienden la misión del cielo llevada a cabo por Jesucristo, se le cuestiona: “los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: -- Este recibe a los pecadores y come con ellos” (Lucas 15:2), situación que Jesús utiliza para relatar tres parábolas todas enfatizando la reacción del cielo “por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:7,10y32).  No son historias para resaltar la disciplina de las noventa y nueve ovejas que no se pierden, o la bendición de que, a pesar de perder una moneda, la dueña aún cuenta con nueve, ni para agrandar la estabilidad del hijo mayor que se autodisciplina para mantenerse fiel a su padre.  Por el contrario, y obrando injustamente en contra todos aquellos que no se perdieron, las tres historias enfatizan que es mayor motivo de fiesta rescatar una oveja perdida que no perder noventa y nueve…  Jesús explica que independientemente de las razones por las cuales un individuo se haya perdido, cada rescate es motivo para celebrar.  Y es que, contrario a lo que podamos sentir, ninguno de nosotros es parte de las noventa y nueve ovejas, ni de las nueve monedas, ni si quiera el hijo mayor.  La Biblia nos identifica, desde el Génesis, con la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo.  De esta forma, el llamado a los fariseos y escribas que murmuran es que se evalúen y dejen de suponerse sin necesidad de arrepentimiento (Lucas 15:7).


Un caso de estudio podría ser el llamado de Mateo.  En la oficina de tributos, un lugar de deshonestidad y extorsión, es de donde lo llama Jesús.  El relato indica que Mateo acepta la invitación de Jesucristo y realiza una fiesta en su casa, a donde asisten sus amigos, “publicanos y pecadores” (Mateo 9:10).  Como es de esperar, la misión de Jesucristo es nuevamente cuestionada: “Y cuando los fariseos le vieron, decían a sus discípulos: --¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?” (Mateo 9:11).  A lo que Jesús responde: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos… porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9:12-13).  Parece ser que Jesús no vino a felicitar a los buenos, ni a los que se sienten buenos

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