En nuestro
contexto, parecieran ser frases tuiteras... Con el siempre aumentante uso de las redes
sociales, no es muy complicado encontrar dichos o pensamientos cortos que
captan la atención, tales como: “No te preocupes, ocúpate, No te limites,
desátate, No grites, canta y No hables, baila...” No pasa mucho tiempo en que alguien contesto:
“muy cierto”, o, “la humildad se acaba, cuando se presume,” para entonces alguien
comentar: “por eso estamos como estamos…”
No pretendo restarle importancia a tales pensamientos, pues estaría también
quitándole importancia a los libros de Proverbios y Eclesiastés, que abundan en
frases tuiteras. Lo que sí pareciera ser una tendencia cada
vez más marcada es que elegimos con quedarnos un par de segundos con el
sentimiento bonito del pensamiento que acabamos de leer, para entonces desplazarnos
en nuestro muro para ver otras fotos y/o pensamientos. No es que el dicho, frase o pensamiento sea
superficial, sino nuestro limitado tiempo dedicado a la reflexión es lo que nos
hace superficiales.
Lo mismo
podría pasar con la declaración de Jesucristo cuando dijo: “Porque el Hijo del
Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10), con 76
caracteres (90 con la cita), hasta nos queda espacio para etiquetar palabras o
añadir etiquetas (#hastag). Podría
quedarse como una frase tuitera, sin embargo, las Escrituras nos aseguran que tal declaración incluye mucho más que
dejar un buen sentimiento en los lectores.
Si te das cuenta, ésta declaración de Jesucristo enfatiza lo abarcante
de la iniciativa divina, pues no sólo vino a salvar, sino también a buscar,
evidenciando nuestra incapacidad para retomar el camino de regreso a Dios. Con razón de las parábolas de Jesucristo de
la moneda y la oveja ambas perdidas (Lucas 15).
El apóstol Pablo lo resume así: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su
tiempo murió por los impíos... Pero Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros… Porque, si siendo
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más,
estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:6-10). En las tres instancias citadas por Pablo, en
todas se presenta la iniciativa unilateral de Jesucristo por socorrer al indefenso
e imposibilitado ser humano.
Esa
combinación de verbos, “buscar y salvar”, se hace efectivo en la explicación
que el ángel le hace a José que, suponiendo la infidelidad de María, pero “como
era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente” (Mateo 1:19), le
explica: “no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es
engendrado, del Espíritu Santo es. Dará
a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados” (vv20-21). Y más adelante
añade el relato y explicación: “Una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le
pondrás por nombre Emanuel (que significa: ‘Dios con nosotros’)” (v23). Previendo la importancia de su misión, Juan
el Bautista, precursor al ministerio de Jesucristo, insistió en anunciar la
importancia de producir “frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8), pues
aunque él bautizaba con agua, quien vendría después de él y que había venido a buscar, primero, para luego salvar a quienes nos habíamos perdido,
nos bautizaría “en Espíritu Santo y fuego” (v11), y preparar las condiciones
para entonces pagar
“a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 16:27). Es decir, ante la magnificente manifestación de misericordia por parte de Dios
por sus criaturas rebeldes, débiles y perdidas, se nos indica que ya es tiempo
para dejar de pretender, que somos autosuficientes, que podemos, o que
estamos bien.
En su
travesía para conectar con la humanidad y tener la capacidad de compadrearse
por nosotros, fue blanco de los ataques del enemigo, Satanás. Y aunque Jesucristo supo de nuestras
debilidades, y aunque fue tentado en todo, se mantuvo sin pecado (Hebreos 4:15). Como tú y como yo, Jesucristo “sintió hambre”,
y tomando eso como escusa vino la primera tentación: “Si eres Hijo de Dios, di
que estas piedras se conviertan en pan” (Mateo 4:3). La intención de Satanás iba más allá de
simplemente aliviar una necesidad inmediata de Jesucristo. En la invitación está sembrada la duda: “Si
eres…” ¿Entraría Jesús en el juego de Satanás? Claro que no, ambos saben quién es cada
quien, y Jesucristo no permitirá ser manipulado y cuestionado por quien ha
generado el sufrimiento del cual todos participamos. Con un escrito
está contesta: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios,” citando a Deuteronomio 8:3. En seguida, Satanás supone que, si utiliza
las Escrituras, que al fin y al cabo fueron inspiradas por Dios mismo (2
Timoteo 3:16), podrá distraer a Jesucristo de su misión, y así evitar su
derrota. Pero Jesús entiende que un
texto fuera de su contexto es un pretexto y en su respuesta añade: “Escrito
está también…” (Mateo 4:7), acentuando la importancia de tener un conocimiento
del total de la revelación divina en las Escrituras. Por último, Satanás se desenmascara y sugiere
a Jesucristo que tiene la capacidad de darle lo que vino a buscar sin necesidad
de pasar por tantas penas y sufrimientos si postrado la adora (Mateo
4:11). Pero Jesús no reconoce la
supuesta soberanía de Satanás sobre éste mundo ni sobre nosotros y le indicó: “Vete,
Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás’”
(Mateo 4:10).
¿Cuántas
palabras se necesitan para describir la acción divina para “buscar y salvar” a
cada uno de nosotros? Habiendo padecido “siendo
tentado, es poderoso para socorrer a los
que son tentados” (Hebreos 2:18, cf. 1Corintios 15:21). “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono
de la gracia” (Hebreos 4:16) de quien nos busca para salvarnos.
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