¿Por qué...? Es como comienza una de las cuantas preguntas
que buscan desacreditar el argumento y la fe en la existencia de un Dios,
especialmente si defendemos que éste es un Dios amoroso. Y la pregunta es en
realidad válida. ¿Por qué, si es que Dios es amor, existe el sufrimiento y
dolor? ¿Por qué habría de crear un mundo para luego dejarlo abandonado a la
supervivencia del más fuerte? Y si no lo ha abandonado, ¿por qué entonces le
pasan cosas malas a la gente buena? Supongo que, en más de una ocasión, como también
lo he hecho yo, te habrás preguntado también “¿por qué…?”
Un mal entendimiento del origen y existencia del mal pueden llevarnos a conclusiones no saludables que afectan directamente nuestra relación con el Creador. Puede llevarnos a desarrollar miedos o amarguras y rencores contra Dios mal fundamentados. Somos seres inteligentes creados para tomar decisiones, aceptar o rechazar la soberanía de Dios y los parámetros de su gobierno en completa libertad. pero las Escrituras nos aseguran que hay fuerzas y voluntades que intencionalmente interfieren en nuestro entendimiento de Dios para llevarnos a conclusiones que atenten en contra de nuestra integridad y aún nuestra vida eterna. Pablo escribió: “porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes” (Efesios 6:12-13).
Las
Escrituras nos enseñan que fuimos creados por Dios y puestos en un mundo
perfecto, libres de pecado (Génesis 1 y 2).
Sólo un árbol de miles era prohibido para el hombre. En su diálogo con la serpiente, que
Apocalipsis identifica como “diablo y Satanás” (Apocalipsis 12:9), Eva se obsesionó
con la única restricción que Dios había indicado. Podían comer de cualquier otro árbol, pero
del árbol de la ciencia del bien y del mal, no (Génesis 2:9). Pero ese uno
tomó más fuerza que las miles de opciones que tenía, tal como nosotros que, obsesionados
por lo que no podemos hacer, perdemos de vista lo mucho que sí podemos hacer y
disfrutar. Así entró el pecado en nuestro
mundo, pero el mal ya existía en el universo desde antes. Isaías 1412-15 y Ezequiel 28 12-19 nos
instruyen de que fue en el mismo cielo, en la mente de un ser privilegiadamente
creado, que comenzó a desarrollarse la idea de suponer ser más de lo que en
realidad era. Creado en perfección,
Lucifer se corrompió a causa de su “hermosura”.
¿Cómo puede ser eso posible? No
podemos explicarlo. Sin embargo, sus
consecuencias son claramente visibles en nuestro mundo y en nuestras vidas.
Éste
Lucifer, que se “disfrazó” de serpiente en Edén, se rebeló abiertamente en
contra del gobierno de Dios y lo desafió.
Pero, aunque desafiado, Dios no
fue sometido y expulsó a Satanás del cielo (Apocalipsis 12:7-16) y fue arrojado
a nuestro mundo para convertirse en su príncipe (Juan 12:31; 14:30; y 16:11),
aunque nunca rey. Adán y Eva le cedieron
ese título al someterse a su liderazgo. En
Job 1 y 2 se abre una ventana que muestra a un Satanás fanfarroneando su
dominio en la tierra, y las evidencias de dolor e injusticias claramente lo
confirman.
Pero las
Escrituras también hacen referencia al cómo de nuestra victoria. Mientras la omnipotencia de Dios lo libera de
la influencia y desafío de Satanás, es su humildad y sacrificio la que nos
libera a nosotros, tema que en su momento trataremos. Por lo pronto, somos reclutados por el gran
general, Jesucristo, que en Lucas 10:1-21 establece los fundamentos de
estrategia de avanzada para tener en claro cuál es el mensaje, quién es el
enemigo y cuál es el objetivo: 1) El reino de Dios, 2) Satanás, 3) La
salvación.
El apóstol
Juan cita a Jesús diciendo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis
paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo”
(Juan 16:33). Aunque en medio de ésta guerra cósmica entre Dios y Satanás, podemos tener
paz. No porque nosotros la
producimos, sino porque descansamos en uno mayor a nosotros. Las Escrituras indican que Dios ha vencido,
pero aún no se han finiquitado todas las cláusulas de su victoria. Aún estamos expuestos a las pólizas del
gobierno de Satanás, y a sus dolorosos efectos, pero como dijo Pablo: “nosotros
también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos
de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera
que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el
oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:1-2). Para avanzar, nos quedan entonces tres
argumentos: 1) Tenemos testigos que nos alientan (que es el registro de los
héroes de la fe en las Escrituras y que Hebreos 11 resume), 2) Despojo de lo
que nos detiene o nos hace más lentos, 3) Los ojos fijos en Jesucristo.
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