viernes, 3 de julio de 2015

La naturaleza misionera de Dios

El ser humano está consistentemente buscando justificar su lugar en la sociedad, su existencia.  Lastimosamente algunos, en esa búsqueda, incurrimos en actividades y hábitos que atentan contra nuestra integridad y la de quienes nos rodean.  ¿Cuál es nuestra función en la vida?

En una de sus últimas conversaciones de Jesucristo con sus discípulos, les recordó: “vosotros sois testigos de estas cosas” (Lucas 24:48; cf. Hechos 1:8), no como algo nuevo, sino como una reafirmación de la función que el ser humano cumple dentro del plan de Dios de rescate de la humanidad (Isaías 55:4).  En su sentido más amplio, un testigo es una persona que es capaz de dar fe de un acontecimiento por tener conocimiento del mismo.  En el caso nuestro, tenemos el privilegio y la responsabilidad de dar fe ante el mundo de que en realidad sí hay esperanza.  Pero para poder entender la esperanza, debemos tener pleno entendimiento de nuestro presente, y para poder entender éste, debemos entonces de conocer nuestro origen.

Ante la vieja pregunta ¿de dónde vengo?  Las Escrituras afirman: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree…  Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad… llenad la tierra, y sojuzgadla...” (Génesis 1:26-28).  Es claro que las Escrituras entienden que nuestra existencia responde única y exclusivamente a la iniciativa de Dios.  No somos el resultado de un proceso de accidentes y de la suerte, sino un acto consiente y con propósito de Dios, que no sólo es el responsable de nuestra existencia, sino además el indicador de cómo administrarla.

Pero las condiciones no son las ideales.  Lastimosamente ya se ha hecho presente el pecado en el universo (Apocalipsis 12:7-9) y su originador se encuentra en el Edén.  Para justificar su destrucción eterna, deben existir las pruebas, por lo que la lealtad de la primera pareja, Adán y Eva, deberá ser expuesta.  Pero las condiciones son favorables pues pueden comer de todo árbol, ¿cuántos habría?, “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).  Pueden comer de 1,000+ árboles y sólo de uno no podrán hacerlo.  Podrán ejercer su libertad de elección con muchísimo margen de error.  No debiera de haber ningún problema.  “Pero la serpiente era astuta” (Génesis 3:1).

Sabemos la historia, Eva le creyó a la serpiente y convirtió el único fruto que no debía comer como el único que quería comer.  Génesis nos cuenta que también Adán comió.  Probaron la rebelión, e inmediatamente cambió la dinámica del fundamento de la ley de Dios: Amor a Dios y amor al prójimo (Mateo 22:37-40), pues se esconden de Dios, y se echan la culpa entre ellos.  Una vez probados éstos sentimientos, de vergüenza, miedo y auto justificación (Génesis 3:7-14).

Aunque el ser humano es el ofensor, es Dios quien toma la iniciativa para restituirnos al plan original: “pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).  Creo que Romanos lo expresa en términos aún más claros: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos…  Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros…  siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…”  Aunque nuestra condición se expresa en términos más fuertes a medida que avanza el texto (débiles, pecadores, enemigos), la solución es siempre la misma, ajena a todo esfuerzo y toda iniciativa humana: “Cristo murió por nosotros.”


Sí tenemos un mensaje que proclamar.  Fuimos alcanzados por el amor y sacrificio de Dios (Juan 3:16), y es ahora nuestro turno divulgarlo con la pasión, entrega y compromiso de Jesucristo.  En labios de Jesús, somos la sal de la tierra y la luz del mundo (Mateo 5:13-14).  Tanto la sal como la luz son evidentes cuando están presentes.  No necesitan justificar su presencia con explicaciones e intenciones.  Así nosotros, encontraremos sentido a nuestras vidas, justificaremos satisfactoriamente nuestra existencia cuando nos entreguemos palpablemente a la misión definida por Dios al ser humano.  1 Corintios 12 aclara que cada quien tiene una función, y que en el esfuerzo individual es que el cuerpo adquiere su efectividad en el servicio.

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