viernes, 29 de marzo de 2013

La creación, otra vez

Unos días atrás, mientras viajaba en el carro de un amigo, por descuido dejé mi teléfono en el techo del carro mientras parábamos a poner gasolina.  Habiendo avanzado unos cuantos minutos, pasando debajo de una sección de la carretera cubierta de árboles, escuchamos un golpe en el techo  que supusimos había sido una rama.  Al llegar a la casa y darme cuenta que no traía el teléfono celular conmigo, deduje que el sonido en el techo había sido mi celular, y salí en mi carro a buscarlo.  Justamente en la sección de la carretera donde habíamos escuchado el sonido vi mi celular, y aprovechando que había muy poco tráfico, paré a recogerlo con la esperanza de que aún se encontrara funcionando siendo que de lejos parecía estar bien.  Sin embargo, al acercarme, me percaté de lo contrario.  Lo encontré totalmente inservible.  En ese momento reproché mi descuido y, aunque hubiese deseado regresar el tiempo y tomar una mejor decisión, me vi en la obligación de, fuera de contrato, hacerme de un teléfono celular a precio regular, sin las condiciones y garantías de un teléfono nuevo.

A pesar de las muchas oportunidades que tiene la vida, todos llegamos, o llegaremos, a un punto en el cual reconoceremos que esas oportunidades se irán agotando conforme pase el tiempo, realidad de la que Salomón dice con aparente resignación: "Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo" (Eclesiastés 3:19-21).  Día a día, durante milenios, la humanidad es testigo de este suceso y, sin embargo, no nos podemos acostumbrar a tal idea.  Entendemos que debe haber algo más, que en la muerte no se acaba todo, y que las injusticias de la vida no justifican nuestra existencia.

La Biblia nos garantiza una restitución a nuestro estado original, y es que Pedro no se equivoca cuando dice: "pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia" (2 Pedro 3:13).  Sabemos que debe existir un mundo donde no haya muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor (Apocalipsis 21.4). Tal espera tiene su fundamento único, pero sólido, en la promesa "vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Juan 14:3).

El evangelio que predicamos no es una mejora de lo que hoy vivimos, sino una completa restitución a nuestro estado original (Apocalipsis 21:1-5) recreando para siempre.  Es por tal motivo que, independientemente de nuestra realidad hoy, nos negamos ante la idea de vivir vidas intrascendentes, como dice el himno, "si sufrimos aquí, reinaremos allá", o el siguiente "aunque en esta vida fáltenme riquezas, sé que allá en la gloria tengo mi mansión."

La Biblia describe una renovación no sólo de nuestra naturaleza física (Génesis 2:7; Daniel 12:2; 1 Corintios 15:52-58) proyectándonos de lo mortal a lo inmortal, sino también la restitución de nuestro lugar en la creación, de haber cedido del dominio al enemigo (Génesis 1:28; Juan 12:31), a ser restablecidos como reyes y sacerdotes (2 Timoteo 2:10,12; Apocalipsis 5:10).

La renovación también alcanza al mundo natural que, de haber perdido su calificativo de "bueno" (Génesis 6:11-13 y 9:2-4), y es restablecido a su estado original.

Sobre todo, la renovación nos lleva de enemigos (Génesis 3:24; Éxodo 33:20; Deuteronomio 5:24-26) a reconciliados con Dios (Romanos 5:6-10), donde seremos nuevamente y completamente su pueblo y el será nuestro único Dios.

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