miércoles, 13 de febrero de 2013

La creación y la caída

VIH
Uno días atrás me encontré con un artículo que presentaba las obras del artista Luke Jerram quien se había dado el trabajo de hacer esculturas de vidrio, siendo una de ellas la que se encuentra en esta reflexión.

Malaria
Al ver las diferentes obras de vidrio, quedé impresionado con la belleza, a mi parecer, de cada una de las obras que dan una sensación de delicadeza y un gusto fino, hasta que comencé a leer el artículo cuyo título es: "La belleza inquietante de virus letales".  Sí, el artista se dio el tiempo de recrear en vidrio virus letales como el VIH y Malaria.  El artista cuenta la reacción de las diferentes personas que al observar la belleza de las obras se acercaban para apreciarlas mejor, pero al saber qué representaban daban un paso atrás con cierto nivel de temor o respeto.

El registro bíblico asegura que el pecado, y sus trágicas consecuencias, no fue presentado a Eva como algo letal, sino como algo bueno, agradable y deseable (Génesis 3:6). Bajo la idea de lograr lo que Satanás mismo estaba buscando, ser igual a Dios (Génesis 3:5; Isaías 14:14), Eva sacrificó su propia libertad. Si ponemos atención, las prohibiciones de Dios, protegen nuestra libertad. En Génesis 2:16 Dios le dijo: "De todo árbol del huerto podrás comer," sólo había un sólo árbol del que no podrían comer (v17), y la serpiente tuvo la astucia de concertar la atención de Eva en lo poco que no podía hacer y olvidar en lo mucho que sí podía hacer, se sintió "reprimida".  ¿Te das cuenta?  El NO de Dios identifica las pocas cosas que no podemos hacer para que podamos disfrutar las muchas cosas que sí podemos hacer.  Por ejemplo, cuando nos dice: "no cometerás adulterio" (Éxodo 20:14), está identificando un elemento que nos traerá infelicidad y amenazará nuestra libertad.  Ese NO, en realidad, nos libera para disfrutar plenamente de las muchas bendiciones del matrimonio.  Sin embargo, como en antaño, Satanás muchas veces logra que nuestra concentración se enfoque en el único NO, olvidándonos de los muchos SÍ, y por ende llevándonos a sentir aprisionados por la Ley de la Libertad que Dios nos dio (Santiago 2:10-12).  De la misma forma con el resto de los Mandamientos.

En este encuentro entre Eva y la serpiente, se despertó un sentimiento dañino y letal en el ser humano, el YO.  Satanás quería ser como Dios, atraer la atención a él mismo, ignorando que Dios no vive para sí.  La serpiente logró introducir en Eva un espíritu ajeno al reino que dirige Dios.  Ahora Eva, que hasta entonces vivía para Dios y para Adán (como Adán para Dios y para Eva), comenzó a concentrarse en ella misma.  Comenzó a codiciar todos los beneficios que comer del árbol prohibido le traería a ella sola.  Se olvidó de Dios, de Adán y se concentró en ella.  ¿Te das cuenta?  El enemigo número uno de las relaciones interpersonales, que incluye al matrimonio, es el YO.  Los matrimonios donde sus integrantes viven para sí mismos, están destinados a fracasar, pues están yendo en contra de los principios eternos del reino de Dios y siendo engañados por Satanás y su reino en ruinas.  Es escalofriante reflexionar en los alcances de nuestro egocentrismo, que ha perpetuado, a través de la historia, en sufrimiento: guerras, injusticias, avaricia, abusos, homicidios, y la lista es larga.

Sin embargo, el registro bíblico no está tan interesado en recalcar nuestras deficiencias como en exaltar el amor de Dios.  En matemáticas encontramos la ley que, en la suma y multiplicación "el orden de los factores no altera el producto," pues así como 2 + 3 = 5, 3 + 2 = 5 también.  Sin embargo, en el plan de la salvación no es así.  En el plan de salvación sí importa el orden de los factores, pues estos sí afectan el producto.  En la fórmula divina Gracia + juicio = Evangelio.  Es que Dios no está interesado en castigarnos por nuestros pecados, sino rescatarnos de ellos.  El acusador es Satanás (Apocalipsis 12:10; Zacarías 3:1) que trata de instalar ese mismo espíritu en nosotros.

Sí, la Biblia habla de un juicio, y de la destrucción de los impíos.  Sin embargo, su prioridad es hacernos saber del amor y gracia de Dios que "ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).  Esa es el deseo de Dios, la promesa, para que cuando haya juicio, ninguna condenación haya para nosotros (Romanos 8:1), sino vida eterna (Mateo 25:34).

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