viernes, 1 de agosto de 2014

Cómo ser salvo

Una cosa es querer ser salvos, y otra es querer ser salvos...  No me equivoqué, simplemente estoy tratando poner una plataforma para el desarrollo de ésta reflexión.  El querer algo puede ser la motivación suficiente para activamente alcanzarlo, como también querer puede ser simplemente un deseo totalmente pasivo.  Las Escrituras, que claramente establecen la salvación como un regalo inmerecido de Dios para con el ser humano (Efesios 2:8; Romanos 6:23b), también identifican las condiciones para que ese regalo sea hecho efectivo.  Aunque suponiendo que todo ser humano desea o quiere salvarse, es decir, trascender más allá de la muerte, sólo aquellos que sigan el protocolo (Génesis 4:3-7) detallado en la Palabra de Dios podrán lograrlo.

El proceso de salvación se origina en Dios, primero por su gracia, es decir, su disposición en favor del ser humano basado única y exclusivamente en su carácter (1 Juan 4:8; 3:1), y luego, educando al ser humano en relación a su condición, su necesidad de salvación, a través del ministerio del Espíritu Santo, que nos convence de “pecado, de justicia y de juicio" (Juan 16:8).  Éste ejercicio de educación necesita la disposición vulnerable del ser humano a reconocer, en forma sincera, la versión divina de su condición (Lucas 13:1-5; Juan 3:15).

En esta progresión educativa, Lucas 7:48-50 presenta una secuencia de facetas donde interactúan interdependientes las aportaciones divinas y humanas: “ ...Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado, ve en paz."  Como consecuencia de las gracia y educación divina,  el ser humano reconoce y se arrepiente, Dios lo perdona.  Entonces, el ser humano, en fe, desarrolla su vida en paz, como inocente.  En la parábola de la fiesta de bodas (Mateo 22:2-14) resalta otro detalle en aras de nuestra discusión.  Se asegura que a la boda llegaron tanto “buenos" como “malos", sin embargo el criterio para permanece en ella descansa en el vestido...  "Un hombre", dice el relato, fue el que fue echado fuera de la fiesta de bodas, no se indica si era bueno o malo, parece ser que a esta altura del relato ese detalle es irrelevante.  Simplemente no estaba vestido adecuadamente para la ocasión.  La invitación fue masiva, y muchos entraron, todos dependientes, no de sus atributos internos, sino de la cobertura externa.  La conducta en la fiesta, entonces, no descansó en los méritos del invitado, sino en la provisión del anfitrión.

El proceso de salvación se proyecta más allá de un evento aislado en la vida del ser humano.  La dinámica descrita en esta reflexión se espera sea una constante en la vida del aspirante a la salvación.  En Juan 8:30 y 31 se nos indica el seguimiento necesario a la acción de creer, el cual es permanecer: "...muchos creyeron en él... Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos."

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