jueves, 24 de julio de 2014

La salvación

Hace ya varios años atrás, junto con un par de mis primos, nos aventuramos un verano a trabajar en una cantera de roca con el deseo de acumular cierto efectivo para ayudarnos en nuestros estudios, y tener también para nuestros gastos durante curso escolar.  Tuvimos la suerte de cuidar y quedarnos en una casa grande, con muchas comodidades, una casa que pertenecía a una pareja de recién casados que estaba de vacaciones y que tenía una amistad bastante cercana con uno de nuestros amigos.

Una noche me quedé solo en la casa para ver las olimpiadas mientras mis primos y amigos salían a comprar comida.  Ese día sólo había comido un par de sándwiches pobremente preparados en la mañana, antes de salir al trabajo, así que, como es de esperar, sentía bastante hambre.  Recuerdo que de comercial en comercial iba al refrigerador para ver qué podía prepararme sólo para encontrarlo tan vacío como durante el comercial anterior, hasta que hice por abrir el congelador...  Allí, vi un pequeño pastel o torta cuidadosamente decorado.  Debo aclarar que no lo tomé la primera vez que lo vi, pero tal vez durante el segundo o tercer viaje al refrigerador, lo tomé, y me lo llevé a la sala donde estaba viendo la televisión.  A la fecha, recuerdo cómo sabía.

Aún recuerdo el grito que como desesperado emitía nuestro amigo, el que tenía la amistad con los dueños de la casa, cuando, al regresar, se dio cuenta que el pastel o torta ya no estaba en el congelador.  Como desesperado comenzó a correr por toda la casa diciendo "¡no, no, no, no!" hasta que llegó donde yo estaba, y donde cayó golpeando el suelo con sus puños mientras continuaba gritando.  En mi defensa, ese día me enteré que hay una tradición donde los recién casados guardan el pastel más pequeño del pastel de bodas para comerlo juntos en el cumplimiento del primer aniversario de bodas... y yo me había comido el pastel de los dueños de la casa donde nos hospedábamos...  Obviamente me asusté, ¿cómo podría reponerlo?  Nervioso le pregunté a nuestro amigo sobre qué solución sugería a lo que me contestó: "no te preocupes, yo me echaré la culpa... les diré que yo me lo comí..."  Y así, quedé como inocente ante los dueños de la casa...

Guardando las distancias obvias, así es la dinámica que permite nuestra salvación.  Es un acto injusto y desproporcional para quienes suponen que la salvación se merece (Lucas 18:9-14), pues en realidad su fundamento comienza en un regalo que nace del unilateral amor y sacrificio de Dios a través de Jesucristo.  Jesús mismo lo describió diciendo: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).  La razón que da pie a nuestra salvación, que le da sentido a nuestro "cree en él", es un acto que se origina única y exclusivamente en el amor de Dios, como fundamento, que permite el desarrollo de la estructura donde el sacrificio de Jesucristo es el activo que hace legal todo el aparato de salvación.

Es necesario recordarnos que por más amor y esperanza que derrochemos, aún así, la paga del pecado sigue siendo la muerte (Romanos 6:23).  No podemos esconderlo, nuestros impulsos y tendencia naturales a la rebelión nos delatan como esclavos del pecado (Lucas 8:34), y como tales, nuestro merecido destino.  Sin embargo, con un espíritu inmune al desaliento (Lucas 15:3-10), Jesucristo se dice el culpable de nuestra acciones liberándonos así de la condenación que merecemos y dejándonos justificados (Lucas 18:14), es decir, injustamente como inocentes (Juan 10:18) para luego dar pie a un proceso de regresión (desrebelión) a nuestro estado original (Juan 8:34-36; cf. Génesis 1 y 2).

Las consecuencias de éste esfuerzo motivados por el amor, lleno de estrategias y argumentos legales por parte de la Deidad, se proyectan a la eternidad.  Sí, nuestra vinculación al plan de salvación nos proyecta más allá de una solución a corto, mediano o largo plazo.  Nos proyecta, en estado de inocencia, a la eternidad (Juan 6:47-51).

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