jueves, 10 de julio de 2014

El Hijo

A lo largo de los años he disfrutado mucho de las pláticas, muchas de ellas intensas, con mis hijos mientras viajamos todos juntos en el carro.  Me siento desafiado por las preguntas que formulan pues siempre exigen respuestas claras, cortas y al punto.  Hemos cubierto una gran variedad de tópicos, incluyendo algunos teológicos.  En cierta ocasión, mientras platicábamos sobre el perdón de Dios y la salvación, mi hija se mostró contrariada con mi respuesta que explicaba la razón de la muerte de Cristo.  Al pedirle que se explicara, me dijo, a como lo recuerdo, "yo pensaba que Jesús tuvo que morir como castigo por haberse equivocado cuando creó a Adán y Eva."  Como habrás de suponer, me vi en la necesidad de generar una serie de argumentos convincentes y sencillos para su edad, a fin de aclararle a la hija del pastor por qué Jesús había venido al mundo y por qué había muerto en la cruz.

A lo largo de su ministerio, Jesús nunca fue ambiguo con respecto a su procedencia y naturaleza.  Fue astuto, eso sí, pero nunca ambiguo.  Cada oportunidad que lo requirió, manifestó su procedencia divina con declaraciones tales como: "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30), "Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa" (Lucas 5:24), "Antes que Abraham fuese, yo soy" (Juan 8:58).  Inclusive su título de Hijo del Hombre tiene connotaciones divinas (Daniel 7:13,14).

Pero la encarnación de Dios no tenía como objetivo el de fanfarronear los atributos divinos ante los hombres.  Las Escrituras son el registro, el expediente que da testimonio del esfuerzo divino para salvar al ser humano.  Y siendo que universalmente se entiende que "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23), el ser humano, por definición después del acto de rebelión de Adán y Eva, está indefectiblemente condenado a la muerte.  No por las acciones que hagamos o dejemos de hacer, sino por la condición, por la experimentación de la rebelión que circula por todo nuestro sistema e interviene y obstaculiza nuestra relación y dependencia de Dios.  Adán y Eva en Edén realizaron un acto de independencia de la fuente de vida, por lo que ahora estamos condenados a la muerte eterna.

Dios debió de idear una estrategia legal que evitara al ser humano la muerte eterna sin violentar la consecuencia natural de la paga del pecado.  De esta forma, El Hijo es enviado al mundo (Juan 3:16) como un sustituto a sufrir en él las consecuencias de nuestra rebelión (Juan 1:29).  Es pues, la encarnación, parte del argumento legal en el proceso de redención, donde Jesucristo, poniéndose nuestros zapatos, sufre las consecuencias de nuestra condición, para entonces declararnos aptos para recibir "la dádiva de Dios" que "es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23).  La paga del pecado, que es muerte, se cumple, y la dádiva de Dios es posible.

Jesús aseguró que él es "el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas" (Juan 10:11), evidenciando que la dinámica de nuestra salvación, en la relación entre Dios y el ser humano, es marcada por el espíritu que gobierna el cielo.  Ese espíritu es explicado en Marcos 10:45 donde Jesucristo dijo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”  En otras palabras, la dinámica del cielo, y responsable de nuestra salvación es una dinámica ahumana,* a la cual humanamente no tenemos acceso a menos que permitamos a Dios seguir con su proceso necesario de aculturización según lo descrito en Hebreos 8:10 (Jeremías 31:31-33).  Es ésta dinámica la mejor evidencia de la intervención divina en la transformación de nuestros corazones que nos prepara para la vida eterna.

*Ajeno a lo humano, sin connotaciones humanas.

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