viernes, 21 de marzo de 2014

La siega y los segadores

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” Juan 15.8

Al visualizar la razón de nuestro movimiento y ubicarlo en la historia a través del mapa profético descubrimos que no hemos sido llamados a conseguir adeptos, sino a rescatar vidas, incluyendo la nuestra.  En el plan de desarrollo que Dios ha diseñado, quienes hemos creído somos intencionalmente incluidos en la predicación del evangelio con el objetivo de que, al haber aceptado el mensaje, ahora asimilemos el espíritu del cielo (Lucas 6:36; Juan 15:8).  Personalmente soy constantemente confrontado con la siguiente declaración: "Los que así se consagran a un esfuerzo desinteresado por el bien ajeno están obrando ciertamente su propia salvación" {Camino a Cristo 80.2}.  Para quienes no estamos colgando en la cruz pidiendo, "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lucas 23:42), nuestra salvación está ligada al desarrollo en el servicio desinteresado por el bien de los demás.  Con frecuencia me pregunto, ¿cuántos se perderán, o nos perderemos escuchando excelentes sermones, respondiendo a llamados a pasar al frente, y escuchando conmovedores conciertos?  Sin quitarle la importancia a cada una de las dinámicas mencionadas, el espíritu del cielo, y de que la salvación ha llegado a nuestra vida, se refleja en el servicio a los demás (1 Juan 3:14).

Desde su fundación, el movimiento cristiano y adventista ha dependido del liderazgo ejercido por el Espíritu Santo.  Las estrategias de avanzada, los tiempos, las formas y los avances geográficos han sido fielmente documentados como testimonio de que el movimiento al cual pertenecemos es de origen divino.  El hecho de que la obra en sí, incluyendo cada iniciativa, sobrepasa nuestro presupuesto y recursos de cualquier índole, son un constante recordatorio de la iniciativa divina que busca la restitución de la raza humana a su estado original.  Y aunque la iniciativa apunta a Dios como único originador y facilitador de la salvación (Romanos 5:6-10), es a través de la participación del hombre que ésta llega a ser posible (Juan 1:40 al 46; 4:28 al 30; 15:26 y 27; y 19:35 y 36).  Sorpresivamente fuimos investidos con una autoridad que no nos corresponde por méritos, aunque sí por designio de Dios (Marcos 6:7-13; Mateo 16:14-19; 18:17-20; 28:18-20; Juan 20:21-23).

Mucho más frecuentemente de lo deseado, la iniciativa de Dios se ha visto estorbada por la mala interpretación que el hombre ha hecho de su participación en el plan de salvación.  La historia relata de esfuerzos del ser humano por reclamar atributos que sólo a Dios le pertenecen (Daniel 8:23-25; Apocalipsis 13), estropeando la imagen de la gran obra de rescate que el cielo ha estado llevando a cabo.  Históricamente y personalmente luchamos con la tentación de elevar niveles de salvación percepciones personales, al momento que diluimos los elementos reales de salvación.  Es nuestra responsabilidad mantenernos conscientemente dependientes de la revelación de Dios que transforma vidas, incluyendo la nuestra.

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