
ocupado. No puedo dejar de trabajar."
La oración no es una manda de sacrificio personal que nos hace aceptos a los favores de Dios, sino un medio real confeccionado por Dios que nos permite crear una avenida de comunicación entre la voluntad de Dios y la del hombre. Como el afilador de la parábola, dejar los apuros de la vida, la resolución de problemas y enfrentamiento de desafíos a un lado para invertir tiempo en la oración nos permite evita el mal gasto de nuestros recursos físicos, mentales, emocionales y espirituales adivinando qué hacer y cómo hacerlos, mientras el estrés sube como espuma intensificándose con cada momento. Por el contrario, nos permite afilar nuestra hacha al adquirir sabiduría, paz y confianza de lo alto. Ese tiempo dedicado a la oración nos permite depender de Dios y tomar y ejecutar las decisiones con mejor precisión y eficiencia.
La vida de Jesús demuestra esta realidad. Encontramos suficientes referencias para encontrar que Cristo, siendo Dios mismo, en su humanidad encontró su mejor arma, para en el cumplimiento de su misión, estar en armonía con la voluntad del cielo (Marcos 1:35; Lucas 5:16 y 9:18). Independientemente de lo intenso que pudiese haber estado el día anterior, Jesús, dice la Escritura, se levantaba muy de mañana y, a solas, fuera de las distracciones de la vida agitada, se comunicaba con el cielo en oración. Deduzco que salir a cumplir con los deberes de la vida, de su misión, sin haberse comunicado con el cielo primero, sería como un cartero salir a trabajar sin recoger las cartas a repartir. En Juan 14:24 Jesús aseguró que él no dictaba su ministerio, sino que cada día se ponía a disposición del Padre.
¿Por qué habría de ser diferentes con nosotros? Aunque nuestras ocupaciones no incluyen pagar por los pecados del mundo, sí estamos en esta tierra con un propósito para y cumplir con una misión. Todos buscamos el significado de la vida, y ¿quién mejor que el que nos creó para ayudarnos en el proceso? La oración no es una muleta del débil, sino un recurso del fuerte. No se trata de hacerle saber a Dios lo que él ya sabe, sino someternos a una conversación con Dios que permite el auto examen bajo la dirección del Espíritu Santo y nos lleva a ser vulnerables a dirección.
Batallamos tratando de salvar nuestro matrimonio, o recuperar el contacto con nuestros hijos, buscar una solución a nuestros problemas financieros, aguantar las presiones del trabajo, mientras que somos atiborrados con pastillas para salir de la depresión, bajar el estrés, poder dormir. ¿Por qué? Porque no nos hemos dado el tiempo para ponernos bajo el manto de Dios. La Biblia hace referencia a personas que derramaron el corazón a Dios como el agua (1 Samuel 1:9-15; Filipenses 4:6; Lamentaciones 2:19) en respuesta de fe a la oferta: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá... Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?" (Mateo 7:7,8,11).
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