Sentado en
mi oficina, escribiendo este comentario, observo a mi alrededor y me doy cuenta
que cada cosa que poseo fue diseñada y creada con un objetivo definido y específico. Los libros, los lápices, la grapadora, la
computadora, el teléfono, los pisapapeles, la impresora, el librero, el
archivero, el escritorio, los cajones del escritorio, el abrecartas, el bote de
basura, las tachuelas, las ligas, los sobres, las hojas (tamaño carta y tamaño
oficio), los clips, el gran calendario del año completo en la pared, la puerta, las paredes las ventanas y las persianas. Todo para hacer posible mi trabajo.
Al observar
el mundo natural, la interdependencia equilibrada al detalle de los diferentes elementos que lo hacen posible, descubrimos que indudablemente fue acondicionado para
permitir no sólo la vida, sino para permitir su desarrollo pleno. No es que la vida se haya adaptado gradualmente por largos períodos de tiempo a las
condiciones ya existentes, sino que las condiciones, nos asegura el relato bíblico, fueron
establecidas para la vida (Gn. 1.3-13). No podríamos atribuir semejante coordinación a la coincidencia, pues matemáticamente ésto es imposible. Isaías
45:18 nos indica que Dios, sin compartir responsabilidad alguna, formó, hizo, y compuso (RV60) la tierra con la clara idea de "que fuese
habitada”. Desde lo esencial de la luz para la vida, como las condiciones que genera la atmósfera, la asignación de rocas para mantener el agua en los mares y la diversidad de plantas que en conjunto proveen de la nutrición para nuestro desarrollo saludable, evidencian la mano del Creador.
Cuando suponemos el origen a través de la evolución, ¿por qué necesitaría la vida tan definidas condiciones? Si somos leales y consistentes con esa idea, la vida se podría producir en cualquier lugar y adaptarse a cualquier condición. Por eso, el simple hecho de reconocer que para que haya vida se requieren ciertas especificaciones del medio ambiente, se está aceptando un diseño intencionado, la intervención de un ser superior quien definió tales condiciones.
Con el deseo de excluir a Dios de lo obvio, el hombre ha
desarrollado relatos alternos en relación a nuestros orígenes como la selección natural, donde los más fuertes
sobreviven por sobre los más débiles. Cristo, por otro lado, aboga por los más débiles: “los
pobres en espíritu”, “los que lloran”, “los mansos”, “los que tienen hambre y
sed de justicia”, “los de limpio corazón”, “los pacificadores”, “los que
padecen persecución”.
Al tratar
esta disparidad en las versiones de los orígenes, no puede existir una verdad relativa donde cada quién tiene la libertad de elegir una verdad... En realidad, hay sólo una verdad, y el individuo la acepta o la rechaza. La diferencia en filosofías de la vida es abismal y marca en forma
definitiva el modo de conducirnos. Para quienes somos consistentes con el testimonio de la naturaleza, el texto sagrado nos recuerda: "adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas" (Apoc. 14:7), porque "dijo Dios", porque su palabra es poder; "Dios vio", porque lo que Dios hace es bueno; "Dios llamó", porque Dios es el creador y dueño.
"Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud" (Ecl. 12:1)
"Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud" (Ecl. 12:1)
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