viernes, 3 de febrero de 2012

La santidad de Dios

Recuerdo muy claramente las palabras de mi madre cuando le discutía en mi época de adolescente: "ten cuidado porque no somos iguales".  Y tenía razón.  Independientemente de lo convencido que estuviera de mi posición, o lo injusto que me pareciera el trato, yo era e hijo y debía de comportarme como tal en mi interacción con mi madre.

Salmo 99.9 añade a lo una y otra vez dicho por la Biblia, la cual testifica ampliamente que "Dios es santo".  La Biblia no discute si Dios existe o no, lo da por sentado, pero sí establece Su santidad como algo primordial y fundamental para comprenderlo.  Es un tema que aparece en toda la Biblia, y que responde a la constante tendencia del ser humano a adorar la idea que se ha generado de Dios y no a Dios mismo.  Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios se nos ha revelado y se ha auto descrito a través de los escritores bíblicos (profetas) e identificándose como el único que puede y debe recibir nuestra adoración (Ex. 20.1-11; Apoc. 22.9).

Dios ha creado las condiciones y los medios necesarios para que podamos interactuar con él (Heb. 1.1-4; Mt. 6.5-13; Jn. 15.9)).  Sin embargo, y a pesar de la familiaridad con la que Jesucristo se nos reveló en forma humana (Jn. 1.14), aún así, ¡no somos iguales!  Observo la experiencia de Juan, el discípulo amado (Jn. 21.20), quien se recostó en el pecho de Jesús (Jn. 13.25), pero que al verlo tal cual es, en su gloria, como Dios, cayó como muerto, según sus palabras en Apocalipsis 1.17.  Dios es santo, y está aparte de cualquier cosa en la creación.  hay una brecha entre un Dios que es santo y una raza de seres caídos que no lo son.  Por eso Job exclama "De oídas te había oído; más ahora mis ojos te ven.  por tanto me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza" Job 42.5,6.

Mucha de nuestra irreverencia en nuestro trato con Dios se debe a que observamos la versión que hemos adaptado y adoptado de Él.  Sin embargo, las cosas cambian cuando en realidad estamos ante su presencia, lo cual atestiguan los escritores bíblicos que registran su experiencia ante la presencia de Dios.  Pedro se sintió expuesto e indigno al reconocer a Jesucristo como Dios (Luc. 5.8).  Es cuando realmente estamos ante su presencia que nos sentimos en la necesidad de un Salvador, pues entendemos nuestra real condición.  En las Escrituras, siempre que un ser humano se encuentra con el Dios vivo, ha temor al descubrir la inmensidad de su pecaminosidad.  Es decir, al estar realmente ante Su presencia, nuestras actitudes cambian.

El universo entero está consiente de la santidad de Dios, en el cielo se le declara verbalmente constantemente como "Santo".  Estar ante la presencia de Dios, nos vemos como realmente somos y lo indispensable que es Dios para nuestra salvación.  La Biblia reporta que ante Su presencia la frivolidad desaparece y es sustituida por una actitud de arrepentimiento profundo.

Hoy, tenemos el privilegio y bendición de acercarnos confiadamente al trono de la gracia (Heb. 4.16).  El texto no nos dice que lo hagamos confianzudamente, con frivolidad, irreverentemente, pues el texto continúa diciendo, "para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro".  Dios nos tiende la mano, nos ofrece salvación a través del sacrificio de Jesucristo.  Acerquémonos confiadamente a Él reconociéndole como Santo, Dios creador y sustentador de nuestras vidas y artífice de nuestra salvación.

*Esta reflexión corresponde al tópico sugerido por la Lección de Escuela Sabática a repasarse el Sábado 4 de febrero, 2012

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