viernes, 5 de junio de 2015

Seguir a Jesús en la vida diaria

El compromiso es más de lo que los discípulos pueden asimilar, y es que es siempre difícil aceptar que no somos tan buenos como pensamos.  “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale.  Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Lucas 17:3-4), acababa de decir Jesús.  Por eso no sorprenden las palabras de los apóstoles cuando en un acto de abandono exclaman: “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5).  Se dan cuenta que los requerimientos para conservar el título de apóstoles (mensajeros) supera sus capacidades (Mateo 18:21-22).  En la petición, sin embargo, encontramos una lección, que aunque somos nosotros quienes ejercemos la fe, es, en su grado más fundamental, un don de Dios.  Por eso los apóstoles establecen la dinámica correcta, descalificándose como los aumentadores de la fe, y poniendo en Jesucristo tal responsabilidad.

Evidentemente, seguir a Jesús no es algo que se de naturalmente a los seres humanos, y nos obliga a preguntarnos ¿cuáles son sus requerimientos en términos prácticos?

En su interacción con un fariseo que le invitó a comer (Lucas 11:37-54), Jesús condenó las formas que suelen tomar el lugar de la esencia.  Si apropósito o por descuido, Jesús no hizo el ritual del lavado de las manos.  La reacción negativa de los fariseos no es en relación con la higiene, o falta de ésta, sino por la violación del protocolo que indica una vida limpia y piadosa.  Y es que lo único que garantizaba ese ritual era simplemente eso, el ritual: “vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad” (Lucas 11:39).  Si te das cuenta, seguir las formas siempre será más fácil que asimilar la esencia del carácter de Jesucristo.  Siempre será más fácil orar que seguir sin cuestionamientos las instrucciones divinas, o dar los diezmos que hacer justicia y amar bajo los términos divinos (Lucas 11:42).  Como sociedad estamos muy acostumbrados en invertir en nuestra apariencia, cuando Jesús nos llama a ser.

La vida se desarrolla dentro de dos fronteras: el temor y la búsqueda de seguridad (Lucas 12:4-21).  Por un lado, reconozcámoslo o no, nuestras acciones son influenciadas por nuestros temores, desde las cosas más simples como el miedo a las alturas, hasta las más complejas, que atienden nuestros cuestionamientos existenciales.  Jesús no nos pide dejar de temer, sabe que no nos es posible.  Así que nos invita a reorientar nuestro temor a aquel “que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno” (Lucas 12:5).  ¡Claro que nuestro temor a Dios nos ayudará modificar nuestros intereses y acciones!  Y es que entendiendo que nada nos podrá separar del amor de Dios (Romanos 8:39), nos lleva a desarrollar una relación apropiada con Dios, de confianza y reverencia.  Por el otro lado, en relación a la otra frontera, constantemente estamos buscando sentirnos seguros, financiera, emocional o socialmente.  Jesús hace el llamado a invertir en Dios, ser “rico para con Dios” (Lucas 12:21).

En ésta travesía, en nuestra intención de hacer efectivo nuestro caminar con Dios, encontramos un choque de culturas; la humana y natural, que busca la atención y parte del egoísmo, y la divina, antinatural para nosotros, y que parte del servicio a los demás.  Mientras los discípulos discuten para definir quién será el mayor, Jesús les afirma “yo soy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:27).  Jesús nos ofrece una nueva ciudadanía, pero es necesario asimilar su cultura que distingue la sociedad y gobierno.  Contrariamente a lo que nosotros naturalmente desearíamos, la cultura divina nos lleva a, “con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo,” servirles (Filipenses 2:3-8).  Inclusive, el llamado a estar preparados y velar (Lucas 12:40) es dado dentro del contexto del servicio sincero a otros (Lucas 12:35-48).

Aunque las expectativas de nuestro discipulado y apostolado son muy elevadas (Lucas 8:8y15), más allá, inclusive, de nuestras capacidades, el seguir a Jesús es siempre posible por la intervención divina, que hace de lo imposible, posible (Lucas 18:27), permitiéndonos ser seguidores que producen para el avance del reino de Dios (Lucas 19:16-19).

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