domingo, 8 de octubre de 2017

La Biblia

Al dar evidencias de origen e intervención inteligente, la naturaleza se coloca como “intérprete de las cosas de Dios” (La educación cristiana, 203), aunque, y por la misteriosa e inexplicable intrusión del pecado (El conflicto de los siglos, 484), su versión del carácter y atributos divinos es condicionada y ambigua.  En la naturaleza la interdependencia se mezcla con sobrevivencia, y el altruismo con egoísmo.  Observamos leyes de donde se desprenden lecciones de amor y generosidad, y también leyes donde la crueldad y la explotación son protagonistas, que justifica el tono del pueblo judío cuando reclama: “Por demás es servir a Dios.  ¿Qué aprovecha que guardemos su Ley y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos?  Hemos visto que los soberbios son felices, que los que hacen impiedad no solo prosperan, sino que tientan a Dios, y no les pasa nada” (Mal. 3:14-15).
Tanto por la imposibilidad de la naturaleza de presentar una interpretación consistente y apropiada del carácter de Dios, aunado a la predisposición heredada del ser humano de cuestionarlo (Sal. 51:5; cf. Gén. 3 y Palabras de vida del Gran Maestro, 79), Dios, en forma unilateral y por iniciativa propia (Heb. 1:1), decidió comunicarse con los hombres en tonos más específicos a través de individuos elegidos por él como portavoces, los profetas (2 Ped. 1:19-21; Amos 3:7), para autodefinirse como Ser en relación a nosotros, definir su carácter y la cultura de su reino (Mat. 22.37-40).  Así, “el libro de la naturaleza y la Palabra escrita” forman una asociación de verificación e iluminación mutua (La educación, 115), donde “los escritores de la Biblia hacen uso de muchas ilustraciones que ofrece la naturaleza,” y observando las cosas del mundo natural comprendemos “más plenamente, bajo la mano guiadora del Espíritu Santo, las lecciones de la Palabra de Dios” (La educación, 106).  Si en la investigación al tenerlos como referencia se los “comprende bien, tanto el libro de la naturaleza como la Palabra escrita nos hacen conocer a Dios al enseñarnos algo de las leyes sabias y benéficas por medio de las cuales él obra” (Patriarcas y profetas, 586; cf. Job 38-39; Sal. 119:104-105; Jos. 1:8; 2 Tim. 3:16-17).
Pero con una cantidad impresionante de religiones en el mundo, hoy tenemos acceso a varios textos sagrados, algunos aún de una gran influencia y que también afirman un origen sobrenatural y divino.  Teniendo el Corán, los cuatro Vedas, el Canon Pali y otros más, ¿qué hace que la Biblia sea el libro inspirado por Dios, por encima de los demás?
Para apoyar nuestro supuesto podemos, con toda propiedad, citar a la arqueología, que con cada hallazgo corrobora la veracidad de su recuento histórico (Unger, 1954), o la extraordinaria unidad y coherencia de pensamiento, propósito y mensaje a pesar de sus múltiples escritores que sin conocerse y esparcidos en aproximadamente 1,500 años (Finley, 2012), escribieron inspirados por el Espíritu Santo (2 Tim. 3:16) un total de 66 libros que contienen profecía, historia, poesía, evangelios, biografías y cartas.  Además, podemos citar como referencia el exacto cumplimiento de profecías que, con suficiente anterioridad, han descrito al detalle, en el contexto revelado del reino de Dios, el desarrollo de los pueblos y los contextos político religiosos a través de la historia hasta nuestros días y proyectándose hasta el fin del tiempo.
Aceptamos, entonces, los parámetros de verdad que determina la Biblia al ser la Palabra de Dios escrita la cual nos llega a través de un proceso de inspiración y donde Dios nos comunica el conocimiento necesario para nuestra salvación, nos pone en condiciones de saber su voluntad, define la norma del carácter y el criterio para evaluar la experiencia, es la revelación autorizada de las doctrinas y, además, un registro fidedigno de los actos de Dios (Creencia de los adventistas del séptimo día, 2006).[1]

Referencias

Creencias de los Adventistas del Séptimo Día.  (2006).  Nampa, ID: Pacific Press.
Finley, M.  (2012).  What the Bible says about.  Nampa, ID:  Pacific Press.
Unger, M.  (1954).  Archeology and the Old Testament.  Grand Rapids, MI:  Zondervan.



[1] 2 Pedro 1:20-21; 2 Timoteo 3:16-17; Salmos 119:105; Proverbios 30:5-6; Isaías 8:20; Juan 17:17; 1 Tesalonicenses 2:13; Hebreos 4:12

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