martes, 11 de abril de 2017

Una herencia - 1 Pedro 1

¿Cuántas veces no he sido cuestionado el día siguiente, ya sea por mi esposa o mis hijos, por haber comido algo la noche anterior, al llegar tarde a casa, y que no era para mí?  Tal vez para una comida en la iglesia, o una fiesta en el salón de mis hijos quienes, ahora, tendrán que llevar una caja incompleta de galletas.  En ocasiones en casa, e identificándome como una potencial amenaza, se hacen aclaraciones audibles indicando para cuándo y para quién es el postre, varias veces llegando al extremo de etiquetarlos con tinta roja: “no tocar”.  Así, quedo oficialmente informado para qué, para cuándo y para quién está reservado el pastel.

Al leer y estudiar las Escrituras, hacemos bien en averiguar y mantener en mente quién escribió ese pasaje, cuándo lo escribió, por qué lo escribió y para quién lo escribió.  Ejercer ésta dinámica nos lleva a buscar la honestidad con las intenciones de su autor, y nos ayuda a mejor acertar en las aplicaciones en el contexto en que nos encontramos hoy.  Bien dice el dicho: “un texto fuera de contexto es un pretexto,” razón del surgimiento y propagación de tendencias, enseñanzas y doctrinas que pretenden ser de origen bíblico, pero que son el resultado de las predisposiciones del ser humano y que históricamente han dañado el desarrollo no sólo social y científico, sino que han perjudicado nuestra percepción y entendimiento del amor de Dios y su plan para salvarnos.

En el caso de Pedro, él mismo nos evita el trabajo de investigar quién, y para quién escribió sus cartas.  Comenzando con las primeras palabras nos dice: “Pedro, apóstol de Jesucristo” (1 Pedro 1:1).  Es Pedro quien escribe, reconociendo y anunciándonos con la autorización con la que escribe, la cual ha sido investida por Jesucristo mismo.  Por algunas referencias que sugieren tiempo y lugar, se ha llegado a la conclusión de que probablemente escribió desde Roma en la primera mitad de la década de los sesentas del primer siglo de nuestra era.  ¿Los destinatarios?, cristianos en Turquía.

Al describir a sus destinatarios, Pedro indica que son “elegidos” (1 Pedro 1:2), ya predispuesto por Dios, y limpiados por el Espíritu Santo.  Una colaboración conjunta y ejecución coordinada por la deidad donde somos elegidos porque hemos sido santificados, y santificados porque hemos sido elegidos.  Dios justificando sus acciones predeterminadas: “los elijo porque son santos, y los santifico porque son elegidos.”  ¿Para qué?: “para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo,” concluyendo con un deseo de bienestar mental, emocional, espiritual a través de la “gracia y paz”.

Una lectura superficial, fuera del contexto bíblico, podría llevarnos a la conclusión de que la Biblia, en este caso Pedro, enseña la predestinación, pues claramente Pedro escribe: “elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre.”  Sin embargo, al revisar el contexto de las cartas del apóstol y el resto del contexto bíblico encontramos que Dios elige a todos para salvación (1 Timoteo 2:4), aunque evidentemente tenemos la libertad y derecho de deselegirnos.  Encontramos, además, que Dios desea que todos se arrepientan y que ninguno se pierda (2 Pedro 3:9).  Así, la opción de creer es para todos, como también la vida eterna (Juan 3:16), pues el deseo de Dios no es la muerte del malo, sino su restitución (Ezequiel 33:11).

No son invenciones de Pedro, no es que ha tenido un momento de clarividencia y se le ha ocurrido una gran idea de cómo filosofar la vida para tener un mejor entendimiento de ella, especialmente cuando nos encontramos en situaciones adversas.  Para quienes nos toca vivir un mundo donde estamos en contante exposición al dolor y la injusticia, Pedro nos recuerda que la fuente de donde ha extraído sus propuestas es serio y sólido, pues quienes las escribieron inquirieron, indagaron, escudriñando (1 Pedro 1:10-11).  Así, las realidades adversas de la vida en nuestro camino a la salvación son soportables a medida que creamos la versión que las Escrituras tienen de nuestra identidad y nuestro destino.  Por eso, somos llamados a reaccionar y proceder con sobriedad, elevándonos del común, teniendo una singular perspectiva, interpretando la vida a través de los ojos de Dios (v13).

Ésta perspectiva de la vida deberá tener un efecto socio espiritual.  La purificación de la mente se logra a través de la obediencia a medida que vamos siendo educados en ésta fe, como iniciativa humana, y la labor constante e intencionada del Espíritu Santo, como aportación divina.  Así, la purificación de la mente permite y promueve el amor fraternal sincero.  No podemos separar el amor a Dios del amor al prójimo (1 Pedro 1:22).

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