viernes, 9 de mayo de 2014

La muerte de Cristo y la Ley

Más de 2,000 años después, aún seguimos alterando las funciones propias de la ley, la Ley de Dios.  Discutimos y debatimos tratando de añadirle atributos que no le corresponden, o quitarle responsabilidades que le pertenece.  Si lo pensamos bien, la Ley de Dios es simplemente una ley que, como cualquier otra ley y consciente de sus limitantes, debe ejercer sus responsabilidades y obligaciones.  Como cualquier otra ley, cumple la función específica de regular el comportamiento al tiempo que promueve la adquisición de valores y principios del formulador de la ley.  Pablo asegura en Romanos 7:7, "...yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás," punto...  Esa es la función de la ley...  Identifica los pecados y expone al pecador; no transforma la transgresor, sólo indica su transgresión.

En cualquier esfera o contexto donde nos desarrollamos, estamos conscientes de la existencia de leyes que regulan y promueven determinados comportamientos.  En ocasiones, tal vez, no las entendamos, pero las aceptamos.  Cuando vamos a un banco y vemos una fila, en forma mecánica, nos formamos y pacientemente esperamos nuestro turno.  Eso no garantiza que seamos pacientes en todos los aspectos de nuestra vida.  Es posible, inclusive, que estemos recibiendo alguna terapia para controlar nuestro mal genio y promover reacciones más controladas a las equivocaciones de nuestros hijos, cónyuge o compañeros de trabajo.  Pero si llegamos al banco y vociferando desesperados intentamos saltarnos la fila, seguramente un oficial de seguridad nos pondrá en orden, o nos sacará del banco.  Simple.  Todos lo entendemos.  No necesitamos un debate para definir la función de la ley, que si condena a los que no la respetan, que si es obsoleta para los que la respetan, que si transforma el carácter del individuo, que si me garantiza que recibiré mejor trato por parte del banco.  Y sin embargo, cuando se trata de la Ley de Dios, comenzamos un debate que generalmente busca justificar algún pre concepto o prejuicio personal.

A diferencia de hacer fila en un banco, el transgresor, definido por la Ley de Dios, es condenado a muerte eterna (Romanos 6:23; Apocalipsis 20:14).  Heredado por la acción cometida por Adán y Eva en el edén, la tendencia a la rebelión está instalada en cada uno de nosotros.  Dijo David: "He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre" (Salmo 51:5), al reflexionar en sus acciones y pecados cometidos en contra de Urías y Betsabé.  Pablo es categórico en Romanos 3:23, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios."

Nuestra salvación no está ligada a nuestra capacidad de evitar pecar...  Primeramente porque ya tenemos cuentas pendientes por pecados pasados que demandan nuestra muerte y, segundo, porque el problema de nuestro pecado no está en las acciones, sino en nuestro corazón.  El plan de salvación promete un proceso de desrebelión que, mientras recibimos el perdón de Dios a través de la muerte sustitutiva de Cristo (justificación), somos transformados en un proceso que incluye un cambio de naturaleza, es decir, desexperimentar la rebelión probada por Adán y Eva.

Cuando leemos textos como Romanos 7:4 "habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo", encontramos que se trata de una promesa que supone un cambio de vida, no una abolición de la ley.  Más adelante Pablo continúa diciendo: "ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra."  La argumentación promueve un cambio en nuestras vidas que nos eleva de un comportamiento basado básicamente en las acciones, a un comportamiento que nace de un corazón transformado; proceso legal que descansa en la muerte de Cristo.

Regresando al ejemplo del banco, en la misma fila podemos encontrar a un individuo cuya personalidad es apacible, reservada y paciente, y a otro cuya personalidad es explosiva, demandante e impaciente.  Yo no sabría quién es quien...  Ambos se comportan, al nivel de las acciones, exactamente igual...  Sin embargo uno de ellos se comporta sobrio y paciente en forma natural, independientemente de los requerimientos de la ley, mientras que el comportamiento del otro es artificial, sujeto a las consecuencias que pueden venir por comportarse en forma inadecuada.  La promesa que tanto discute Pablo en Romanos, Gálatas y Hebreos, a la que Santiago también añade, es que la promesa de Dios de un Nuevo Pacto es que, siguiendo con el ejemplo del banco, todos lleguemos a hacer fila y nos comportemos en forma paciente y sobria, no porque la ley lo indica, sino porque así es nuestra personalidad, nuestra naturaleza; "Pondré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre su corazón las escribiré; Y seré a ellos por Dios, Y ellos me serán a mí por pueblo" Hebreos 8:10.

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