viernes, 18 de abril de 2014

Cristo y las tradiciones religiosas

En cierto lugar, no recuerdo dónde, leía el argumento de que el ser humano tiende naturalmente a interponer una experiencia personal, o la de alguien más, a la realidad.  "Dicen...", se utiliza como argumento para acreditar o desacreditar un producto, una acción o argumento.  "Dicen que fulanito se curó el cáncer comiendo plátano", entonces todo el que tiene cáncer debe comer plátano en todas sus formas (este ejemplo no es exagerado, fue real).  Al nivel de iglesia o de país, la vivencia de una persona puede ser suficiente argumento para hacer ajustes, en ocasiones dramáticos, para el resto de la población, aunque los estudios y estadísticas indiquen lo contrario.  Somos muy influenciables por nuestro entorno, por lo que es necesario reconocer que nuestro contexto puede influir, e influye, en nuestra interpretación de las Escrituras.  Obviamente, las verdades en las Escrituras tienen niveles de relevancia en nuestras vidas dependiendo de la situación sociocultural, económica y política que podamos estar viviendo.  Para lo que en algún lugar del mundo sea relevante, para otro tal vez no lo es tanto.  En algunas culturas el pensamiento "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:28), puede ser revolucionario, mientras que para otras no lo es tanto, y no causa conmoción.  A nivel personal puede ser también, el mandamiento de honrar a los padres puede ser para alguien una declaración fuerte y desafiante, mientras que para otros es una acción natural.

El problema surge cuando esas interpretaciones personales comienzan a tomar el lugar de las Escrituras.  Jesús dijo en forma enfática: "Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.  Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mateo 15.8,9).  El testimonio bíblico resalta la importancia progresiva que la tradición fue tomando hasta competir frente a frente con las Escrituras como fuente última de comportamiento y doctrina.  La devoción fue interpretada a través de ritos, ritos que siendo medios, se convirtieron en un fin.  Al cuestionar a los discípulos con respecto a la observancia de las tradiciones (Mateo 15:2), los escribas y fariseos evidenciaron el amalgamamiento de ideas, filosofías y doctrina que, como consecuencia, habían debilitado la autoridad de las Escrituras.

Al estudiar estos temas, como el péndulo, tendemos a generar reacciones que nos llevan al otro extremo.  Sin embargo, Jesús hace declaraciones que nos lo debiera impedir, para mantener el equilibrio que el cielo espera.  En Mateo 23:3, Jesús dijo: "Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen."  Es decir, que el problema no era el QUÉ, pues al igual que el cielo, los líderes religiosos esperaban ver un pueblo entregado a Dios.  Sin embargo, el problema sí era el CÓMO, creando caminos paralelos al establecido por Dios.

En éste contexto, paradójicamente Jesús declara: "Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 5:20).  ¿Cómo entenderlo?  Con esta declaración, Jesús va a niveles de obediencia que ni aún los escribas y fariseos se atreven a ir.  Jesús lleva a sus oyentes a evaluarse, no al estándar de las acciones, sino al de las intenciones.  Jesús reduce el protagonismo de las acciones para aplicárselo a las intenciones, al corazón.  Después de ésta declaración, Jesús dedica tiempo en el Sermón del Monte para re explicar la intención de la ley (Mateo 5:21-48), cuyo objetivo no es regular el comportamiento, sino transformar el corazón, tal y como lo promete Hebreos 8:10, "este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo."

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