Después de tres meses de
estudio, reflexión y discusión, tenemos la oportunidad de una vez más, y con un mejor conocimiento de los detalles, “pintar”
un cuadro que describa en forma general el mensaje de Dios confiado a Jeremías,
un mensaje cuyos principios y valores claramente siguen siendo relevantes para
nuestros días. En lo particular fue esa
pregunta, tal vez agónica de Dios, como la de un padre que siente haber agotado
todos los recursos para hacer reaccionar a su hijo, “¿qué más he de hacer…?”
(Jeremías9:7), la que marca el tono del mensaje. Aquí, el libro de Jeremías pasa de ser un
mensaje de sólo juicio y condena a ser también
un mensaje de súplica por parte de un
padre que aún cree que hay esperanza: “He aquí vienen días, dice Jehová…”
(Jeremías 23:5).
A pesar de los pocos argumentos del pueblo para suponer un arrepentimiento y conversión, Dios se muestra optimista, seguro de que vendrán días mejores, donde las dinámicas soñadas en la relación entre Dios y su pueblo serán una realidad, no fingida, sino orgánica y natural (Jeremías 31:33). Aunque la inversión emocional y física de Jeremías como vocero de Dios para atender una condición local y específica pareciera ser de balde, los principios de fidelidad, obediencia, deseo de buscar y agradar a Dios y la sinceridad trascienden su época hasta llegar a nuestros días. Así, Dios se muestra y demuestra interesado en su pueblo, deseando constantemente su bien. Se describe como directa y emocionalmente afectado por el comportamiento de su pueblo que insiste en poner en riesgo su integridad física y moral, como también su posición dentro de los planes de Dios. “Me han abandonado a mí, que soy fuente de aguas vivas” (Jeremías2:13; cf. 5:2), dijo Dios, por lo que “yo los castigaré” (Jeremías 11:22). Pero, así como los padres que aman a sus hijos, que deben aplicar la disciplina para ayudarles a corregir comportamientos y actitudes, Dios continúa: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te he prolongado mi misericordia” (Jeremías 31:3).
¿Cuál es el problema de Judá? Se pretender ser sin ser. Mientras llevan una vida “hurtando, matando,
adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses
extraños que no conocisteis,” se presentan en la iglesia para seguir los
rituales propios de la religión suponiendo que son suficientes “para seguir
haciendo todas estas abominaciones” (Jeremías 7:9-10). Jesús a éste tipo de conducta calificó como
de “sepulcros blanqueados” (Mateo 23:27), pues de nada sirve la ejecución de
los rituales religiosos y las disciplinas espirituales si no van acompañadas de
un corazón sincero (1 Corintios 13:1-3).
¿Cuál es el problema de Judá? La sustitución
de la adoración a Dios, por la adoración a personas, lugares y/o cosas. Evidentemente somos fáciles de impresionar
por razonamientos y cosas que en el plano de la plena satisfacción personal y
la salvación son intrascendentes. Aunque
tal vez nosotros hoy no nos entregamos a la adoración de ídolos, pedazos de
madera “inútil”, metal o yeso, “que no pueden hacer mal ni bien,” y que solo “embrutecen”
(Jeremías 10:5,8,14), sí entregamos nuestro tiempo, admiración y respeto
supremo a dispositivos electrónicos, dinero, popularidad, moda, lugares y
personas, etc. Obviamente nos somos
llamados a vivir una vida ascética de eterna contemplación, pero sí darle a Dios el lugar que le corresponde en
nuestra vida, y hacer de nuestra vida un constante testimonio en favor de Dios.
Pero aún en medio del fracaso aparente, en medio del
rechazo, aún allí Dios se muestra esperanzado pues dice: “yo mismo recogeré el
remanente” (Jeremías 23:10). Por eso el
constante llamado, pues cada quien es responsable en forma individual al
llamado de Dios, “me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis con todo
vuestro corazón” (Jeremías 29:13), en un ejercicio
de desconfianza propia para depositarla en Dios (Jeremías 17:7). Para mí, en esencia, ése es el mensaje de
Dios para mí a través de Jeremías, su vocero.
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