viernes, 9 de octubre de 2015

Crisis

Tal vez con un dejo de nostalgia Dios recuerda: “Me acuerdo de ti y de tu fidelidad, cuando eras joven; de tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, en terrenos no sembrados.  Israel estaba consagrada al Señor. Era como los primeros frutos de su cosecha” (Jeremías 2:2-3).  Pareciera que Dios se ha olvidado de los altibajos vividos con el pueblo durante los cuarenta años de peregrinación en el desierto, y casi obliga la pregunta, ¿cómo será la realidad del pueblo ahora que Dios añore los altibajos del desierto?  Dios parece tratar de convencernos de tener la gran necesidad de demostrarnos su amor.  El pueblo le era fiel, lo seguía.  Dios los protegía.

Sabemos que la realidad presente debe responder a una historia.  No es honesto suponer que las consecuencias, buenas o malas, que hoy vivo son el resultado de hoy mismo, salvo algunas muy exclusivas excepciones.  El libro de los Jueces, capítulo 2:1-15 habla de “otra generación”, que había reinterpretado los motivos de su existencia y sus responsabilidades para con el Dios de sus padres.  Hay filosofías de la vida y actitudes del pasado que, debido a las circunstancias peculiares, hoy justificamos, pero que hoy encontramos exageradas.  Pero se vuelve una tragedia cuando esas filosofías, posturas y actitudes afectan nuestra devoción exclusiva de Dios, y pareciera ser allí donde comprometemos nuestra integridad como hijos de Dios.  La historia demuestra el impacto negativo de abandonar los fundamentos particulares que distinguen y definen la lealtad a Dios.  2 de Reyes 11 y 12 también explica la serie de malas decisiones y desviación que llevaron al pueblo a abandonar su lealtad para con Dios, para adoptar prácticas más contemporáneas.  Y así que se explica la realidad del pueblo en tiempos de Jeremías.  Una nación ignorante al borde del cautiverio (Jeremías 2:8).


Y sin embargo, Dios sigue buscando razones para perdonarnos (Jeremías 5:1).

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