Tal vez con un dejo de nostalgia Dios recuerda: “Me acuerdo de ti y de
tu fidelidad, cuando eras joven; de tu amor de novia, cuando me seguías por el
desierto, en terrenos no sembrados. Israel
estaba consagrada al Señor. Era como los primeros frutos de su cosecha”
(Jeremías 2:2-3). Pareciera que Dios se
ha olvidado de los altibajos vividos con el pueblo durante los cuarenta años de
peregrinación en el desierto, y casi obliga la pregunta, ¿cómo será la realidad
del pueblo ahora que Dios añore los altibajos del desierto? Dios
parece tratar de convencernos de tener la gran necesidad de demostrarnos su
amor. El pueblo le era fiel, lo
seguía. Dios los protegía.
Sabemos que la realidad presente
debe responder a una historia. No es
honesto suponer que las consecuencias, buenas o malas, que hoy vivo son el
resultado de hoy mismo, salvo algunas muy exclusivas excepciones. El libro de los Jueces, capítulo 2:1-15 habla
de “otra generación”, que había reinterpretado los motivos de su existencia y
sus responsabilidades para con el Dios de sus padres. Hay filosofías de la vida y actitudes del
pasado que, debido a las circunstancias peculiares, hoy justificamos, pero que
hoy encontramos exageradas. Pero se
vuelve una tragedia cuando esas filosofías, posturas y actitudes afectan
nuestra devoción exclusiva de Dios, y pareciera ser allí donde comprometemos
nuestra integridad como hijos de Dios. La
historia demuestra el impacto negativo de abandonar los fundamentos particulares
que distinguen y definen la lealtad a Dios.
2 de Reyes 11 y 12 también explica la serie de malas decisiones y
desviación que llevaron al pueblo a abandonar su lealtad para con Dios, para
adoptar prácticas más contemporáneas. Y así que se explica la realidad del pueblo
en tiempos de Jeremías. Una nación ignorante
al borde del cautiverio (Jeremías 2:8).
Y sin embargo, Dios sigue
buscando razones para perdonarnos (Jeremías 5:1).
No hay comentarios:
Publicar un comentario