jueves, 7 de mayo de 2015

Las mujeres en el ministerio de Jesús, #Lucas

Cuando en foros públicos se habla de los avances de la sociedad en materia de derechos humanos, uno no puede más que notar que aún vive la generación que debió luchar por la igualdad de oportunidades, independiente del color de la piel o el lugar de origen.  Aunque en éste tema se han incluido últimamente filosofías contrarias a la luz bíblica, al ver hacia atrás en la historia agradecemos el esfuerzo de quienes lucharon en contextos tales como la revolución francesa para presentar un ideal al resto del mundo en temas libertad de expresión, de un juicio justo, de libertad de conciencia y de oportunidad de ejercer el voto.  No mucho más de cinco décadas atrás, las oportunidades aún estaban limitadas dependiendo el color de la piel, y aún hoy no logramos vencer del todo las barreras socioculturales.  El mensaje es que hemos avanzado mucho en materia de derechos humanos, pero aún nos falta aún más terreno por recorrer.

Para serte sincero, cuestiono la palabra que tan frecuentemente se utiliza: “avance”.  La cuestiono porque no va con mi filosofía y fe del origen del hombre.  Mientras unos ven un avance, yo veo una regresión, restitución.  Si somos producto de la casualidad que se ha hecho efectivo a través de un proceso evolutivo, entonces sí, estamos avanzando (aunque podríamos cuestionar el parámetro para definir avance).  Sin embargo, si aceptamos que somos creación de Dios, entonces los esfuerzos de igualdad, son para restituirnos, regresarnos al estado original al momento de la creación del ser humano.  En Génesis, por ejemplo, encontramos que “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (1:27).  Alcanzar éste ideal no es un avance, es una regresión al plan original.  Y porque el pecado a distorsionado el ideal de Dios, Pablo nos reenfoca: “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26-28).

Lucas hace un especial énfasis en el impacto de la labor de las mujeres en el ministerio de Jesucristo (Lucas 8:1-3; 23:55-56; 24:1-12), y hace también especial mención de diferentes interacciones que Jesucristo tuvo con mujeres.  Hace énfasis de la sensibilidad especial a la intervención divina por parte de María, Elizabeth y Ana (Lucas 1:39-55 y 2:36-38), la resurrección del único hijo de una viuda (Lucas 7:11-17), como también la hija de un noble de la ciudad (Lucas 8:41-49).  Asegura la paz a una mujer pecadora que, aunque perdonada, aún recibe los cuestionamientos de la sociedad por su vida pasada (Lucas 7:36-50), como también a una mujer que ha llegado a Jesucristo como última opción y ha experimentado su poder (Lucas 8:43-48).  Asegura que atenderá los clamores insistentes de sus hijos ilustrándolo a través de la experiencia de una viuda que asedia a un juez injusto (Lucas 18:1-8), pero que también evalúa el corazón de quienes dicen hacer el bien, poniendo como ejemplo a una viuda pobre dispuesta a darlo todo (Lucas 21:1-4), encontraste de quienes dan más, pero dan de lo que sobra.  Es María, hermana de Marta, que ejemplifica el deseo sincero de llenarse de Cristo (Lucas 10:38-42).

Aunque la tendencia natural del ser humano es hacia la exclusión, el mensaje bíblico de predicación (Mateo 28:18-20), y de capacitación (1 Corintios 12) insiste en la inclusión.  Todos somos parte, no a parte.

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