Cuando en
foros públicos se habla de los avances de la sociedad en materia de derechos
humanos, uno no puede más que notar que aún vive la generación que debió luchar
por la igualdad de oportunidades, independiente del color de la piel o el lugar
de origen. Aunque en éste tema se han incluido
últimamente filosofías contrarias a la luz bíblica, al ver hacia atrás en la
historia agradecemos el esfuerzo de quienes lucharon en contextos tales como la
revolución francesa para presentar un ideal al resto del mundo en temas libertad
de expresión, de un juicio justo, de libertad de conciencia y de oportunidad de
ejercer el voto. No mucho más de cinco
décadas atrás, las oportunidades aún estaban limitadas dependiendo el color de
la piel, y aún hoy no logramos vencer del todo las barreras
socioculturales. El mensaje es que hemos
avanzado mucho en materia de derechos humanos, pero aún nos falta aún más
terreno por recorrer.
Para serte
sincero, cuestiono la palabra que tan frecuentemente se utiliza: “avance”. La cuestiono porque no va con mi filosofía y
fe del origen del hombre. Mientras unos
ven un avance, yo veo una regresión, restitución. Si somos producto de la casualidad que se ha
hecho efectivo a través de un proceso evolutivo, entonces sí, estamos avanzando
(aunque podríamos cuestionar el parámetro para definir avance). Sin embargo, si aceptamos que somos creación de Dios, entonces los esfuerzos de
igualdad, son para restituirnos, regresarnos
al estado original al momento de la creación del ser humano. En Génesis, por ejemplo, encontramos que “creó
Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”
(1:27). Alcanzar éste ideal no es un
avance, es una regresión al plan original.
Y porque el pecado a distorsionado el ideal de Dios, Pablo nos reenfoca:
“pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que
habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío
ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26-28).
Lucas hace un especial énfasis en el impacto de
la labor de las mujeres en el ministerio de Jesucristo (Lucas 8:1-3; 23:55-56; 24:1-12), y hace
también especial mención de diferentes interacciones que Jesucristo tuvo con
mujeres. Hace énfasis de la sensibilidad
especial a la intervención divina por parte de María, Elizabeth y Ana (Lucas
1:39-55 y 2:36-38), la resurrección del único hijo de una viuda (Lucas 7:11-17),
como también la hija de un noble de la ciudad (Lucas 8:41-49). Asegura la paz a una mujer pecadora que,
aunque perdonada, aún recibe los cuestionamientos de la sociedad por su vida
pasada (Lucas 7:36-50), como también a una mujer que ha llegado a Jesucristo
como última opción y ha experimentado su poder (Lucas 8:43-48). Asegura que atenderá los clamores insistentes
de sus hijos ilustrándolo a través de la experiencia de una viuda que asedia a
un juez injusto (Lucas 18:1-8), pero que también evalúa el corazón de quienes
dicen hacer el bien, poniendo como ejemplo a una viuda pobre dispuesta a darlo
todo (Lucas 21:1-4), encontraste de quienes dan más, pero dan de lo que sobra. Es María, hermana de Marta, que ejemplifica el deseo sincero de llenarse de Cristo (Lucas 10:38-42).
Aunque la tendencia natural del ser humano es hacia la exclusión, el mensaje bíblico de predicación (Mateo 28:18-20), y de capacitación (1 Corintios 12) insiste en la inclusión. Todos somos parte, no a parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario