Los testigos oculares dan fe de la vida de oración de Cristo. No se trataba de cumplir con una agenda o hacer espacio de entre las actividades diarias para la oración. Evidenciando un compromiso inquebrantable, Jesús demostró qué es una vida de oración (Lee Mateo 14:22 y 23; 26:36; Marcos 1:35 al 37; Lucas 5:15 y 16; y 6:12 y 13), convirtiéndola, así como dormir y comer, en una actividad orgánica esencial en la vida del ser humano. Sus fieles seguidores demostraron, además, que la oración no puede ser ajena a ningún contexto o circunstancia que estemos viviendo, y que la inclusión de nuestros semejantes en ella es vital para tener una vida de oración saludable (Hechos 1:13 y 14; 1 Timoteo 2:1 al 4; Santiago 5:13 al 16; 1 Juan 5:16; Judas 20 al 22; y 1 Pedro 4:7).
La oración genera en el ser humano el tipo de dinámica esencial que permite lograr los objetivos del evangelio. Por un lado, nos expone vulnerables a Dios, aunque pareciera que esto solo no es suficiente, así que además nos acerca y nos pone en condiciones de asimilar el carácter de Cristo. Juan 3:16 revela que el posibilitador para hacer efectivo el amor de Dios y la fe del hombre es "que dio a su Hijo único", frase que encierra el espíritu del cielo, el cual se revela en las Escrituras. Los evangelios están llenos de testimonio del objeto de las oraciones de Cristo, tal como lo es Juan 17 donde Cristo se explaya intercediendo por los suyos. De esta forma, al hacernos de la oración intercesora, avanzamos en el proceso de asimilar el carácter de Dios, eliminando poco a poco el egoísmo, y aumentando el altruismo. Daniel, en su hermosa oración (Daniel 9), devela la dinámica del corazón humano entregado a la voluntad de Dios, donde el YO pasa a un segundo plano, y donde los ruegos se asemejan a los que Cristo hizo y hace por nosotros (Lucas 22:31 y 32). Siendo que Cristo sintió con sus discípulos, pudo interceder por ellos, de la misma forma que hoy, habiendo sentido como nosotros, intercede por nosotros (Hebreos 4:14-16).
Además de conectarnos con el cielo, la oración nos compromete con nuestros semejantes. Cuando Jesús describió la oración modelo en el Sermón del Monte (Mateo 6:7-13), de todos los pensamientos que la componen, resalta uno: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores." Al final, Cristo lo enfatiza por sobre "Padre nuestro", o "venga tu reino"... Demostrando ser intencionado, Jesús abre un "apéndice" a la oración y explica: "Si ustedes perdonan a los otros sus ofensas, también su Padre celestial los perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los otros sus ofensas, tampoco el Padre de ustedes les perdonará sus ofensas" (v14,15). Evidentemente hay una cercanía clara entre nuestra relación con Dios y con nuestros semejante. Jesús hizo referencia a "La regla de oro", como también fue claro en cuanto al amor que debemos mostrar para con nuestros enemigos. En 1 Juan 4:20 se nos presenta esta realidad, que no podemos pretender tener una relación estrecha con Dios mientras estamos distantes de nuestros hermanos. Y en 3:14 la declaración es aún más contundente: "En esto sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida: en que amamos a los hermanos." Así como la oración nos permite acercarnos confiadamente al trono de la gracia, nos dirige a vivir una vida de amor y servicio desinteresado por nuestros semejantes.
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