De acuerdo a sus pretensiones, la educación
adventista sugiere una dinámica de mayor ambición que cualquier otra definición
o corriente filosófica. Mientras el
énfasis de algunos es la disciplina, otros se enfocan en el corazón, el pensamiento independiente,
los valores, competencias, el conocimiento, la sociedad, la economía entre
muchas otras opiniones. Sin ignorar los
elementos antes presentados, la educación adventista promete no solo preparar
al individuo para desarrollar una vida de servicio desinteresado en favor de
sus iguales sino además lo dispone a optar por el proceso de redención (White,
1971; White, 2009). Sin embargo, y para
que esto sea posible, es necesario primero definir y entender la condición del
educando, su naturaleza, refiriéndonos a sus características prenatales,
disposición interna o tendencias heredadas que comparte todo ser humano.
Aunque hay evidentes destellos que harían pensar
que el núcleo de la naturaleza humana es bueno y sólo hay que generar las
condiciones para su florecimiento, esto debido a su concepción divina (Gén.
1:26-28), son también evidentes los rasgos de auto corrupción y tensión interna
entre autosatisfacción y moralidad mientras se somete, consciente o
inconscientemente, a un proceso de autoevaluación (Rom. 7:14-20; Grigg, 2017, Martin,
2016; cf. Gurevich, 2013).
Siendo que nuestra existencia tiene su origen en
la imagen de Dios, y es sostenida por una constante interacción entre ambos (White,
2007), ha sido el objetivo de Satanás no sólo ser el sustituto en esa
interacción (1 Juan 3:8), sino además borrar por completo tal imagen en la
moral de todo ser humano (White, 2001).
De esta forma, al ceder a las presiones de rebelión, el ser humano se
expuso a pensamientos, prácticas y emociones, sin opción a des experimentarlas, y que lo han llevado a actitudes y prácticas
de autodestrucción (Gén. 3; Rom. 5:15).
Reconociendo las precondiciones con las que
llegamos a la vida, y como un gesto de abandono, David exclama: “En maldad he
sido formado y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5), condición que se externa en acciones que Pablo denomina
como “obras de la carne” (Gál. 5:19-21), que evidencias una naturaleza con
tendencias completamente ajenas a las normas y leyes que rigen el gobierno de
Dios (1 Juan 3:4; 4:8).
Para revertir la constante degradación del ser
humano, Dios desarrolló un proceso para la devolución
del ser humano a su estado original (Fil. 1:6), interviniendo primero en su
alianza con el Satanás (Gén. 3:5) para entonces desencadenar una serie de
dinámicas que le permiten ingresar sus leyes en las mentes y escribirlas en los
corazones de los seres humanos (Jer. 31:33; Heb. 8:10; 10:16), dinámicas de las
cuales la familia, la iglesia y la escuela son gestoras como agentes de equipamiento,
regeneración y redención (White, 1978, 2009).
Se sugiere, sin embargo, que algunos casos estén
fuera del alcance del proceso de redención ofrecido por Dios a través de sus
agencias (Juan 3:18). Como resultado del
constante rechazo al Espíritu Santo (Mateo 12:31; cf. White, 2007) se produce
una “profundidad de depravación en la naturaleza humana incrédula que nunca
será sanada, porque la verdadera luz ha sido mal interpretada y mal aplicada”
(White, 1981).
Referencias
Grigg, R. (2017). Evolution’s error: how human nature went
awry. Humanist, 77(3), 30-32.
Gurevich, P. (2013).
New versions of the interpretation of human nature. Russian
Studies in Philosophy, 52(2). doi: 10.2753/RSP1061-1967520201
Martin, M. (2016).
Human Nature and Good Lives: Etzioni’s Elisions. Society, 53, 258-263. doi: 10.1007/s12115-016-0009-5
White,
E. (1971). Consejos
para los maestros. Pacific Press.
White,
E. (1978). Hijos e
hijas de Dios. Publicaciones Interamericanas.
White, E. (1981).
Loma Linda messages. Payson, AZ:
Leaves-Of-Autumn Books.
White,
E. (2001). El ministerio
médico. APIA.
White,
E. (2007). El
conflicto de los siglos. APIA.
White,
E. (2009). La
educación. APIA.
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