Al dar evidencias de origen e intervención
inteligente, la naturaleza se coloca como “intérprete de las cosas de Dios” (La educación cristiana, 203), aunque, y
por la misteriosa e inexplicable intrusión del pecado (El conflicto de los siglos, 484), su versión del carácter y
atributos divinos es condicionada y ambigua.
En la naturaleza la interdependencia se mezcla con sobrevivencia, y el
altruismo con egoísmo. Observamos leyes de
donde se desprenden lecciones de amor y generosidad, y también leyes donde la
crueldad y la explotación son protagonistas, que justifica el tono del pueblo
judío cuando reclama: “Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su Ley y que
andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Hemos visto que los soberbios son felices, que
los que hacen impiedad no solo prosperan, sino que tientan a Dios, y no les
pasa nada” (Mal. 3:14-15).
Tanto por la imposibilidad de la naturaleza de
presentar una interpretación consistente y apropiada del carácter de Dios, aunado
a la predisposición heredada del ser humano de cuestionarlo (Sal. 51:5; cf.
Gén. 3 y Palabras de vida del Gran
Maestro, 79), Dios, en forma unilateral y por iniciativa propia (Heb. 1:1),
decidió comunicarse con los hombres en tonos más específicos a través de
individuos elegidos por él como portavoces, los profetas (2 Ped. 1:19-21; Amos
3:7), para autodefinirse como Ser en relación a nosotros, definir su carácter y
la cultura de su reino (Mat. 22.37-40).
Así, “el libro de la naturaleza y la Palabra escrita” forman una
asociación de verificación e iluminación mutua (La educación, 115), donde “los escritores de la Biblia hacen uso de
muchas ilustraciones que ofrece la naturaleza,” y observando las cosas del
mundo natural comprendemos “más plenamente, bajo la mano guiadora del Espíritu
Santo, las lecciones de la Palabra de Dios” (La educación, 106). Si en la
investigación al tenerlos como referencia se los “comprende bien, tanto el
libro de la naturaleza como la Palabra escrita nos hacen conocer a Dios al
enseñarnos algo de las leyes sabias y benéficas por medio de las cuales él
obra” (Patriarcas y profetas, 586;
cf. Job 38-39; Sal. 119:104-105; Jos. 1:8; 2 Tim. 3:16-17).
Pero con una cantidad impresionante de religiones
en el mundo, hoy tenemos acceso a varios textos sagrados, algunos aún de una
gran influencia y que también afirman un origen sobrenatural y divino. Teniendo el Corán, los cuatro Vedas, el Canon
Pali y otros más, ¿qué hace que la Biblia sea el libro inspirado por Dios, por encima de los demás?
Para apoyar nuestro supuesto podemos, con toda
propiedad, citar a la arqueología, que con cada hallazgo corrobora la veracidad
de su recuento histórico (Unger, 1954), o la extraordinaria unidad y coherencia
de pensamiento, propósito y mensaje a pesar de sus múltiples escritores que sin conocerse y
esparcidos en aproximadamente 1,500 años (Finley, 2012), escribieron inspirados
por el Espíritu Santo (2 Tim. 3:16) un total de 66 libros que contienen profecía,
historia, poesía, evangelios, biografías y cartas. Además, podemos citar como referencia el
exacto cumplimiento de profecías que, con suficiente anterioridad, han descrito
al detalle, en el contexto revelado del reino de Dios, el desarrollo de los
pueblos y los contextos político religiosos a través de la historia hasta
nuestros días y proyectándose hasta el fin del tiempo.
Aceptamos, entonces, los parámetros de verdad que
determina la Biblia al ser la Palabra de Dios escrita la cual nos llega a
través de un proceso de inspiración y donde Dios nos comunica el conocimiento
necesario para nuestra salvación, nos pone en condiciones de saber su voluntad,
define la norma del carácter y el criterio para evaluar la experiencia, es la
revelación autorizada de las doctrinas y, además, un registro fidedigno de los
actos de Dios (Creencia de los
adventistas del séptimo día, 2006).[1]
Referencias
Creencias de
los Adventistas del Séptimo Día. (2006). Nampa, ID: Pacific Press.
Finley, M. (2012).
What the Bible says about. Nampa, ID:
Pacific Press.
Unger, M. (1954).
Archeology and the Old Testament. Grand Rapids, MI: Zondervan.
[1] 2 Pedro 1:20-21; 2 Timoteo 3:16-17;
Salmos 119:105; Proverbios 30:5-6; Isaías 8:20; Juan 17:17; 1 Tesalonicenses
2:13; Hebreos 4:12
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