La ley es clara: “la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23), con cero espacio para ambigüedades. La condenación y dolencias que los diferentes individuos citados en los evangelios sufrieron fueron todos merecidos, desde la marginación social hasta las enfermedades que en su momento sobrellevaron. El dolor y sufrimiento que experimentamos hoy es, también, merecido, consecuencia del legado del acto de rebelión de nuestros primeros padres. Pero así como Romanos continúa diciendo, “pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro", el cielo, a través de la vida, ministerio y muerte de Jesucristo, derramó su amor para con nosotros por encima de la marginación social e inclusive el quebrantamiento de la ley (Romanos 5:20). La Biblia es consistente en develar el plan del cielo para revertir la cultura de pecado y sus consecuencias merecidas, y permitir a los seres humanos aspirar a la vida eterna (Juan 3:16), en las condiciones en las que fuimos creados.
En congruencia con la declaración, "por que el hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido" (Lucas 19:10), Jesús se entregó a ministrar a los perdidos... Pero si nos detenemos a pensar un poco, en realidad TODOS estamos perdidos y "destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Sin embargo, las Escrituras dan testimonio que sólo algunos, no todos, fueron ministrados, que en su mayoría, eran de reputación bastante cuestionable. ¿Qué hizo la diferencia? ¿Por qué no se respetó el esfuerzo, especialmente de los líderes judíos, por ser buenos? Nadie es perfecto, y sin embargo recibieron condenación. Lo que debemos recordar es que no se trata de ser bueno, al fin y al cabo nuestras mejores obras son como trapos llenos de inmundicia (Isaías 64:6). En el testimonio de los Evangelios encontramos que la diferencia entre recibir o no las bondades del cielo consistió, no en estar necesitados, sino en sentirse necesitado y por consiguiente acercarse a Cristo con actitud vulnerable.
Las experiencias de la mujer adúltera, el ciego de nacimiento, el publicano, el endemoniado, la mujer samaritana, e inclusive las rameras revelan que la frase "buscar y salvar lo que se había perdido" no fue una frase publicitaria, sino la descripción del objetivo de Dios a través del ministerio de Jesucristo. Porque nuestra condición nos mantiene incapaces de revertir nuestra suerte (Jeremías 2:22), y porque por nuestro sistema corren genes que nos llevan a pensamientos y acciones autodestructivas (Romanos 7:19), y que constantemente atentamos contra nuestra integridad física, mental y/o espiritual, en Jesucristo Dios llevó a cabo un plan de transformación que concluirá el día de Jesucristo (Filipenses 1:6), siempre y cuando estemos dispuestos a reconocer nuestra necesidad y entregarnos en forma sincera al plan de salvación que Dios diseñó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario