He aprendido que para quienes nos
gusta cocinar, pero no sabemos hacerlo, o estamos aprendiendo, muy seguido nos
excedemos con algún ingrediente, desde agua, apio o comino, hasta la sal.
Esto sin contar las veces cuando hemos cocinado el platillo de más, o
cuando dejamos la comida medio cruda. En casos como esos, y con la ayuda
de alguien experto o con más experiencia, acudimos a ciertos trucos para
ayudarnos a eliminar o reducir el daño causado. Algunos de estos trucos
es el uso de productos lácteos cuando la comida es muy picante, o también
azúcar o miel. O cuando ha quedado muy condimentada, se le puede
acompañar con almidones, como arroz o pasta, según me dicen. Todo para
eliminar o disimular las imperfecciones o falta de experiencia del cocinero.
El apóstol Pedro hace uso de la misma lógica cuando dice: "ámense
intensamente los unos a los otros, porque el amor cubre infinidad de
pecados" (1 Pedro 4:8), dentro de una serie de consejos para aliviar las
tensiones interpersonales y promover la cordialidad entre los creyentes.
Para la frase "porque el amor cubre infinidad de pecados,” otras
versiones un poco menos literales y más ajustadas a nuestro idioma actual
dicen: "porque el amor perdona muchos pecados" (DHH), "porque el
amor borra los pecados" (TLA), "porque el amor es capaz de perdonar
muchas ofensas" (PDT).
Evidentemente para el Apóstol Pedro, sí hay un ingrediente que ayuda a
eliminar, o minimizar los defectos de los individuos en su interacción ya sea a
nivel matrimonial, familiar, académico y/o laboral. Entonces el secreto para la unidad, o la
cooperación no descansa en la ausencia de defectos de sus componentes, sino en
la medida que el amor forme parte de tal interacción. Somos humanos,
por definición somos imperfectos; hemos recibido una herencia con tendencia al
egoísmo y a la rebelión. Además,
cargamos con los genes de nuestros padres, como también lesiones físicas y
emocionales que nos llevan a actuar en forma destructiva, eso sin incluir la
influencia de nuestro entorno sociocultural, económico, político y religioso.
Es mucho lo que cargamos sobre nuestros hombros como para suponer que el
secreto es dejar de ser humanos. Antes bien, Pedro reconoce nuestras
deficiencias naturales y, sin condenarlas, nos da un ingrediente que las
neutraliza.
La Palabra que el apóstol Pedro utiliza es ágape, una de las cuantas
palabras que en español hemos traducido como amor, pero la que encierra la
mayor cantidad de altruismo, en contraposición del egoísmo. El amor con
el que Dios nos amó tanto,
que envío a Jesucristo para que quienes creamos tengamos vida eterna (Juan
3:16). El apóstol indica: "ámense intensamente los unos a los
otros." Cumplir con éste pedido es antinatural para nosotros, tal
vez por eso Pedro indica "intensamente" (ekteíno), que también
puede traducirse como fervientemente, constantemente, intencionalmente, sin
cesar. Evidentemente, requerimos
tomar una decisión consciente, de adoptar una perspectiva que desafía nuestras
tendencias, para amar a aquellos con quienes interactuamos y así, haciendo ellos lo mismo,
soportarnos mutuamente nuestras imperfecciones.
Si ponemos atención, la dinámica es bastante clara: amo para disminuir
mi percepción de las deficiencias de los demás, y los demás me aman para cubrir
o soportar mis deficiencias. Como cuando un joven y una joven se
enamoran, indicando el uno que el otro es "perfecto"...
Obviamente no lo es, pero el amor le hace descartar o ignorar sus
defectos y resaltar sus virtudes. Situación contraria meses o años
después, cuando el amor se acaba, y donde ahora se descartan e ignoran las
virtudes para resaltar y acentuar los defectos.
Más allá, sin embargo, del
beneficio temporal y terrenal en nuestras interacciones interpersonales, el adoptar
éste consejo divinamente inspirado nos llevará a elevar nuestra existencia para
ponernos a disposición y vulnerables a la intervención divina quien trabaja
intensamente para transformarnos y ayudarnos a incorporar y asimilar en
nuestras vidas la cultura del reino de Dios, la cultura celestial, pues
"Dios es amor" (1 Juan 4:8), y el que comenzó en nosotros "la
buena obra," la estará perfeccionado cada día, de acuerdo a nuestra
disponibilidad, hasta culminarla definitivamente en "el día de
Jesucristo" (Filipenses 1:6).
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