viernes, 28 de febrero de 2014

El discipulado y los poderosos

"Conforme crecía el conocimiento de la palabra del Señor, se multiplicaba también el número de los discípulos en Jerusalén, y aun muchos de los sacerdotes llegaron a creer” (Hechos 6:7).

Aunque las condiciones sociopolíticas han mejorado en muchas partes del mundo y tal vez no alcanzamos a comprender en su totalidad lo que significó vivir y experimentar las injusticias que hoy leemos en los libros de historia, más de uno de nosotros nos hemos sentido frustrados e inclusive impotentes ante el trato injusto recibido por parte de alguna autoridad.  Y sin embargo, el consejo es directo: “Todos debemos someternos a las autoridades, pues no hay autoridad que no venga de Dios. Las autoridades que hay han sido establecidas por Dios" (Romanos 13:1).  Pablo explica su declaración asegurando que la razón de la autoridad y el gobierno es para protección de los buenos, y que al nosotros tener un buen comportamiento nos permite estar en buenos términos con “ellos".  Pero, ¿qué pasa cuando la autoridad no está cumpliendo su cometido, o está procediendo en forma errónea o injusta?  ¿Nos someternos a ella?

Pareciera que hemos desvirtuado el concepto de sometimiento.  Pablo sugiere que nos desarrollemos en una dinámica de sometimiento mutuo más allá de género, jerarquía o situación laboral (Efesios 5:21), atreviéndose aún a indicar que el servicio a los demás debiera ser considerándolos superiores a nosotros mismos (Filipenses 2:3).  ¿Y no fue esa actitud la que tomó el cielo y que permite nuestra salvación?

Regresando al tema y en nuestro contexto, el sometimiento a las autoridades dentro de la dinámica de Dios no es entregar la voluntad y limitar el desarrollo de los dones espirituales recibidos.  En el caso de que alguna autoridad esté obrado mal, nuestro sometimiento incluye presentar nuestras observaciones, consejos y molestias a través de los medios correctos establecidos por Dios y resumidos en Mateo 18:15-17.  El problema nunca se resolverá hablando con terceros, y eso ya en sí es una violación al sometimiento sugerido por Pablo.  La tendencia natural del ser humano de generar quejas y descontento nunca ha sido bien vista por Dios, quien nos pide cumplir con nuestra función y aportar nuestro mejor esfuerzo para el bien común (Eclesiastés 9:10; 1 Corintios 12).  Una actitud de rebeldía no es la forma más sabia de proceder, ¿no fue esa actitud que sacó a Lucifer del cielo y a nuestros primeros padres del Edén?

En su ministerio entre nosotros, Jesucristo también atendió las necesidades físicas, metales y espirituales de quienes estaban en posiciones de autoridad, pues al final del día, todos somos humanos necesitados de la misma cantidad de sangre y arrepentimiento para alcanzar la salvación.  En nuestra labor de hacer discípulos, como representantes autorizados del evangelio, tenemos la responsabilidad de ministrar aún aquellos en puestos de autoridad.  Sabiendo las ventajas que sacaban, o potencialmente podían sacar, del pueblo, ¿habríamos ministrado a Mateo, Zaqueo, Jairo, el centurión, Simón, Nicodemo?  Dos mil años después la respuesta es fácil.  ¿Y qué de mi superior en el trabajo que no reconoce mi esfuerzo, e inclusive saca provecho de mi persona?  ¿Lo ministraría a él?

No hay comentarios: