viernes, 24 de enero de 2014

El discipulado y los niños

En los evangelios encontramos suficientes evidencias tanto del valor que el cielo deposita en los niños, como el cuidado que Dios pone al clamor del padre que suplica por el bienestar de sus hijos (Mateo 9:18-26; Marcos 7:24-30; Lucas 9:37-43; Juan 4:46-54).  En cada uno de los milagros ejercidos para el bienestar de un niño, se encuentra un padre que suplica por la bondad, misericordia e intervención de Jesucristo.  No son pocos los testimonios de padres y madres que sufren a un nivel aún más profundo el sufrimiento de un hijo o una hija, ya sea físico, mental, emocional o espiritual.  Conscientes del contexto de pecado y sufrimiento en el cual vivimos, donde evidentemente los padres no pueden evitar cada situación que potencialmente puede lastimar a sus hijos, sí encontramos esperanza en las palabras inspiradas por Dios donde promete caminar con nosotros y nuestros hijos, aún en el valle de sombra de muerte (Salmo 23:4), y donde asegura que si el niño es instruido en su camino, cuando sea grande no se apartará de él (Proverbios 22:6).

Jesús mismo utilizó el espíritu de los niños para ejemplificar las características necesarias para heredar el reino de los cielos (Mateo 18:3).  La simplicidad del evangelio es comprobada en el hecho de que está al alcance de la comprensión de los niños (Mateo 11:25,30) quienes, y estudios recientes  lo ratifican, lo abrazan con sinceridad y compromiso.  Pueden sacarse muchas deducciones y y teorías al respecto, pero en la simple observación del comportamiento de un niño encontramos que demuestra dependencia y sometimiento a los padres, capacidad de perdón sincero tanto en sus relaciones interpersonales con niños de su edad como ante los injusticias que con frecuencia los padres les cometemos, y en quienes confían con fe y optimismo.  Del mismo modo quienes somos ya adultos y curtidos por los males de un mundo de pecado, debemos depender y someternos a nuestro Padre Celestial, dispuestos a perdonar en forma sincera a nuestros semejantes (Mateo 6:12,14 y 15) para sí recibir el perdón de Dios, en quien confiamos con fe y optimismo.

Entendiendo la fragilidad de un niño, el cielo nos exige ser facilitadores de su proceso de discipulado, o por lo menos no estorbarlo (Marcos 9:42; 10:14).  Generalmente decimos en casa o en la iglesia que nuestros niños son lo más importante, y sin embargo muy seguido nuestra agenda y presupuesto no lo demuestran.  Como reza un dicho en inglés: "pon tu dinero donde está tu boca".  Siendo que nuestros hijos son un hermoso privilegio, son también una enorme responsabilidad (Deuteronomio 6:6,7), por quienes debemos velar y facilitar su desarrollo físico, mental y espiritual, como la Biblia testigua en el caso de Jesús tanto en su niñez, como en su adolescencia (Lucas 2:40 y 52).  Es el hogar la primera escuela de nuestros hijos donde se define, establece y solidifica el fundamento donde descansarán las experiencias y aprendizajes del resto de sus vidas.

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