El gran malentendido
entre Jesucristo y los líderes religiosos de su tiempo fue la naturaleza de su
misión. Más allá de su auto identificación como Mesías, ¿cómo es que se atrevía
a interactuar con “publicanos y pecadores”? ¿Qué no había mejores personas con las cuales
asociarse? ¿No dice el dicho, “dime con quién
andas y te diré quién eres?
El libro
Ministerio de curación, página 102 dice: “Solo el método de Cristo será el que
dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como
quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y
se ganaba su confianza. Entonces, les pedía: ‘Sígueme’.” Un seguimiento cuidadoso de las declaraciones
de Jesucristo explicando su misión claramente muestran ésta secuencia. Juan 1:14 nos dice: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.” El ángel le explica a José: “…y llamarás su
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados… y llamarán su
nombre Emanuel, que traducido quiere decir: Dios con nosotros” (Mateo 1:21 y
23). Jesús mismo se develó ante Nicodemo
con las siguientes palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).
Una y otra vez se establece que a
pesar de ser nosotros los ofensores, es Dios quien se acerca a nosotros para
aclarar las cosas y establecer los parámetros de la reconciliación (Romanos
5:10).
Es Dios
quien toma la iniciativa para acercarse al hombre, y no el hombre para
acercarse a Dios. Dios se nos acerca y
entonces, de cerca nos invita a acercarnos…
Por eso, no debiera de sorprendernos que “todos los publicanos y
pecadores” se acercasen para oírle (Lucas 15:1). No es un ministerio de condenación, sino una
oferta de esperanza (Juan 3:17). Sin
embargo, y por quienes no entienden
la misión del cielo llevada a cabo por Jesucristo, se le cuestiona: “los
fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: -- Este recibe a los pecadores y
come con ellos” (Lucas 15:2), situación que Jesús utiliza para relatar tres
parábolas todas enfatizando la reacción del cielo “por un pecador que se
arrepiente” (Lucas 15:7,10y32). No son historias
para resaltar la disciplina de las noventa y nueve ovejas que no se pierden, o la
bendición de que, a pesar de perder una moneda, la dueña aún cuenta con nueve, ni
para agrandar la estabilidad del hijo mayor que se autodisciplina para
mantenerse fiel a su padre. Por el
contrario, y obrando injustamente en contra
todos aquellos que no se perdieron, las tres historias enfatizan que es mayor
motivo de fiesta rescatar una oveja perdida que no perder noventa y nueve… Jesús explica que independientemente de las razones por las cuales un individuo se haya
perdido, cada rescate es motivo para celebrar. Y es que, contrario a lo que podamos sentir,
ninguno de nosotros es parte de las noventa y nueve ovejas, ni de las nueve
monedas, ni si quiera el hijo mayor. La
Biblia nos identifica, desde el Génesis, con la oveja perdida, la moneda
perdida y el hijo pródigo. De esta forma,
el llamado a los fariseos y escribas que murmuran es que se evalúen y dejen de
suponerse sin necesidad de arrepentimiento (Lucas 15:7).
Un caso
de estudio podría ser el llamado de Mateo.
En la oficina de tributos, un lugar de deshonestidad y extorsión, es de
donde lo llama Jesús. El relato indica
que Mateo acepta la invitación de Jesucristo y realiza una fiesta en su casa, a
donde asisten sus amigos, “publicanos y pecadores” (Mateo 9:10). Como es de esperar, la misión de Jesucristo
es nuevamente cuestionada: “Y cuando los fariseos le vieron, decían a sus
discípulos: --¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?”
(Mateo 9:11). A lo que Jesús responde: “Los
sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos… porque no he venido a
llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9:12-13). Parece
ser que Jesús no vino a felicitar a los buenos, ni a los que se sienten buenos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario