Recuerdo
haber tenido una discusión en mis años de adolescentes acerca del poder de
Dios. Nos preguntábamos si era posible
que Dios fuese tan poderosa para crear una piedra tan grande y tan pesada que él
mismo no podía levantar. Por supuesto, cualquier
sea la respuesta estamos admitiendo que Dios no es tan poderoso después de
todo. Aunque se trata de una conversación
inútil, después de varios años admito que en realidad sí hay un límite al poder
de Dios.
En el libro
de Apocalipsis, en el mensaje a la iglesia de Laodicea, Jesús asegura: " He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3:20). Como podrás advertir, el texto muestra por lo
menos dos cosas: 1) Dios ha tomado la iniciativa de invertirse a sí mismo en
una acción o una serie de acciones unilaterales para colocarse en posición de
involucrarse en nuestras vidas. 2) El
límite del poder de Dios, de su iniciativa y su inversión es nuestra puerta. Aún tenemos el poder de rechazar la invitación
de Dios. Así que sí, el poder de Dios tiene un límite; nuestra
libertad de elección.
El mensaje
a las siete iglesias en el Apocalipsis gira en torno a estas dos verdades, la
acción de Dios, como la constante, y la reacción del hombre, como la variable. Las siete
iglesias presentan escenarios con particularidades que describen ésta dinámica. En Éfeso, por ejemplo, dentro de sus muchas
virtudes, Dios advierte del peligro de cuidar las motivaciones. Aparentemente, al perder el primer amor, las razones
para hacer lo bueno ha cambiado (Apocalipsis 2:1-7). En Esmirna, se nos recuerda que la opresión
no es para siempre y el llamado es a mantener la fidelidad (2:8-11). En Pérgamo, se nos advierte del peligro mantener
asociaciones que atentan contra nuestra integridad (2:12-17), mismo peligro que
corre la iglesia de Tiatira, tolerando filosofías ofensivas al gobierno de Dios
(2:18-29). Sardis ilustra la realidad
que aún dentro de un contexto negativo se puede ser fiel a Dios (3:1-6). A Filadelfia se le recuerda que Dios
soberanamente influye en las oportunidades, aunque somos nosotros quienes
debemos aprovecharlas (3:7-13), y por último Laidocea, quien por creerse que es
más, ha llegado a ser menos (3:14-22).
Siendo que
proféticamente aplicamos el mensaje a la iglesia de Laodicea a nuestros
tiempos, quisiera concentrarme en un último punto. En su amonestación, se les indica: “Tú dices:
Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad. Pero no sabes que eres desventurado,
miserable, pobre, ciego y estás desnudo” (Apocalipsis 3:17). Como solución, se les indica: “Por tanto, yo
te aconsejo que compres…” (3:18). ¿Cómo
poder comprar si se es “desventurado,
miserable, pobre, ciego y […] desnudo”?
Para ilustrarlo,
permíteme contarte una experiencia personal, que tal vez también tú la
viviste. De pequeño, recuerdo ser
enviado a la tienda por mis padres a
traer a casa algún producto que necesitásemos para comer; tortillas,
pan, miel, etc. En muchas ocasiones fui
enviado sin efectivo. Así que entraba a
la tienda, tomaba lo que se me había pedido, y al llegar con la cajera,
simplemente les decía: “póngalo a nombre de mi papá, o de mi mamá.” Obviamente, si hubiese dicho que lo pusieran
a mi nombre, la cajera se habría reído e ignorado mi petición pidiéndome que
regresara los productos que había tomado.
Cuando nos
acercamos a Dios para comprar gracia
y misericordia, las cuales permiten la posibilidad de nuestra salvación, no
compramos a nuestro nombre, pues nuestro nombre no tiene peso. Decimos “…en el nombre de Jesús.”
Jesucristo sí tiene crédito, y sobreabundantes recursos para respaldarlo
(Romanos 5:20).
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