viernes, 18 de marzo de 2016

La iglesia militante

Recuerdo haber tenido una discusión en mis años de adolescentes acerca del poder de Dios.  Nos preguntábamos si era posible que Dios fuese tan poderosa para crear una piedra tan grande y tan pesada que él mismo no podía levantar.  Por supuesto, cualquier sea la respuesta estamos admitiendo que Dios no es tan poderoso después de todo.  Aunque se trata de una conversación inútil, después de varios años admito que en realidad sí hay un límite al poder de Dios.

En el libro de Apocalipsis, en el mensaje a la iglesia de Laodicea, Jesús asegura: " He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3:20).  Como podrás advertir, el texto muestra por lo menos dos cosas: 1) Dios ha tomado la iniciativa de invertirse a sí mismo en una acción o una serie de acciones unilaterales para colocarse en posición de involucrarse en nuestras vidas.  2) El límite del poder de Dios, de su iniciativa y su inversión es nuestra puerta.  Aún tenemos el poder de rechazar la invitación de Dios.   Así que sí, el poder de Dios tiene un límite; nuestra libertad de elección.

El mensaje a las siete iglesias en el Apocalipsis gira en torno a estas dos verdades, la acción de Dios, como la constante, y la reacción del hombre, como la variable.  Las siete iglesias presentan escenarios con particularidades que describen ésta dinámica.  En Éfeso, por ejemplo, dentro de sus muchas virtudes, Dios advierte del peligro de cuidar las motivaciones.  Aparentemente, al perder el primer amor, las razones para hacer lo bueno ha cambiado (Apocalipsis 2:1-7).  En Esmirna, se nos recuerda que la opresión no es para siempre y el llamado es a mantener la fidelidad (2:8-11).  En Pérgamo, se nos advierte del peligro mantener asociaciones que atentan contra nuestra integridad (2:12-17), mismo peligro que corre la iglesia de Tiatira, tolerando filosofías ofensivas al gobierno de Dios (2:18-29).  Sardis ilustra la realidad que aún dentro de un contexto negativo se puede ser fiel a Dios (3:1-6).  A Filadelfia se le recuerda que Dios soberanamente influye en las oportunidades, aunque somos nosotros quienes debemos aprovecharlas (3:7-13), y por último Laidocea, quien por creerse que es más, ha llegado a ser menos (3:14-22).

Siendo que proféticamente aplicamos el mensaje a la iglesia de Laodicea a nuestros tiempos, quisiera concentrarme en un último punto.  En su amonestación, se les indica: “Tú dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad.  Pero no sabes que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás desnudo” (Apocalipsis 3:17).  Como solución, se les indica: “Por tanto, yo te aconsejo que compres…” (3:18).  ¿Cómo poder comprar si se es “desventurado, miserable, pobre, ciego y […] desnudo”?

Para ilustrarlo, permíteme contarte una experiencia personal, que tal vez también tú la viviste.  De pequeño, recuerdo ser enviado a la tienda por mis padres a  traer a casa algún producto que necesitásemos para comer; tortillas, pan, miel, etc.  En muchas ocasiones fui enviado sin efectivo.  Así que entraba a la tienda, tomaba lo que se me había pedido, y al llegar con la cajera, simplemente les decía: “póngalo a nombre de mi papá, o de mi mamá.”  Obviamente, si hubiese dicho que lo pusieran a mi nombre, la cajera se habría reído e ignorado mi petición pidiéndome que regresara los productos que había tomado.


Cuando nos acercamos a Dios para comprar gracia y misericordia, las cuales permiten la posibilidad de nuestra salvación, no compramos a nuestro nombre, pues nuestro nombre no tiene peso.  Decimos “…en el nombre de Jesús.”  Jesucristo sí tiene crédito, y sobreabundantes recursos para respaldarlo (Romanos 5:20).

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