viernes, 8 de enero de 2016

Crisis en el Edén

Aunque nuestro libre albedrío es nuestro punto más débil, es nuestra libertad nuestro argumento más fuerte. Es el punto más débil porque es el aspecto de nuestra vida donde Dios no interviene y, como demostraron Adán y Eva, estamos en liberta de elegir mal.  Por otro lado, es también es nuestro argumento más fuerte pues no tenemos la obligación de someternos servilmente al liderazgo y dominio de Satanás.

Al final de la creación, Dios le entregó y encomendó al ser humano lo que había hecho, que era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31), “para que lo labrara y lo cuidara” (Génesis 2:15).  En un contexto tal, el ser humano estaba destinado a vivir vidas felices y productivas en comunión con Dios (Génesis 2:2-3)  y con ellos mismos, ausentes de toda consecuencia producida por el pecado ya existente y confinado a un árbol, en el centro del huerto (Génesis 2:9).  A parte de tener la responsabilidad de llenar la tierra, tendrían también la responsabilidad y el privilegio de someterla y ejercer su dominio sobre ella y su contenido, como, tal vez, representantes de Dios y corregentes de su propiedad.  Así, “el informe bíblico de la Creación brinda [hoy] a la humanidad, y a cada individuo, la dignidad que el evolucionismo no puede otorgar.”

En realidad, no había escusa.  Sin ambigüedades, los límites estaban clara e incuestionablemente establecidos.  “Mirad, os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer,” había dicho Dios (Génesis 1:29), “De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).  Adán y Eva tenían toda una gama de opciones para comer, con sólo una prohibición.  Siendo seres morales, tendrían la oportunidad de, en completo control de su libertad, ser obedientes a Dios.

El registro bíblico describe ese encuentro que cambió las condiciones e historia de la humanidad en forma dramática.  “¿Conque Dios os ha dicho: ‘No comáis de ningún árbol del huerto’?” Preguntó malévolamente Satanás (Génesis 3:1), “la serpiente antigua” (Apocalipsis 12:9).  Obviamente, Dios no había dicho eso, pero la pregunta logró atraer la atención de Eva y permitió comenzar el diálogo.  Hasta entonces, Eva estaba clara de los requerimientos de Dios.  Ahora, se presentaba un desafío: “No moriréis.  Pero Dios sabe que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal” (Génesis 3:4-5).  En ese momento, las múltiples opciones que Eva tenía para alimentarse perdieron relevancia y se obsesionó con la única opción que le era prohibida.  La integridad y autoridad de Dios son cuestionadas.  Parece ser que Dios hace uso de restricciones para obstaculizar el desarrollo pleno y superior del ser humano.

Sí, Satanás tuvo razón, sus ojos fueron abiertos (Génesis 3:7), y se convirtieron en conocedores del bien y el mal (Génesis 3:22), ¡pero a qué precio!  En realidad, lo que Satanás ofrecía era algo que, hasta cierto punto, Adán y Eva ya tenían.  Al momento de su creación Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).  Entonces lo que Satanás estaba ofreciendo no era ser “como Dios” (Génesis 3:5), sino rebelarse contra Dios.  Como consecuencia, el ser humano desarrolló sentimientos para con ellos mismos y para contra Dios que nunca antes habían sentido.  Por primera vez sintieron vergüenza de ellos mismos, y sintieron miedo de Dios al punto que se escondieron de su presencia (Génesis 3:7 y 10).


Más que castigo, fue una consecuencia.  Así Jesús lo explicó en su famosa parábola de la vid verdadera: “el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:1-5).  Una rama que se desprende del árbol, deja de dar fruto, se seca y se muere, no como castigo, sino como consecuencia.  Así, en el Edén, Dios bosquejó las consecuencias del acto de rebelión perpetuado por el ser humano.  Habían roto su alianza con Dios, que claramente identifican las Escrituras como el dador de la vida, para establecerla con el enemigo de Dios, Satanás.  Así, “la serpiente, que comería polvo” (Génesis 3:14), la mujer “tendría grandes dolores al dar a luz” (Génesis 3:16), el hombre debería “trabajar y transpirar para obtener su comida” (Génesis 3:17-19), entre otros.  Pero es en medio de toda esa lista de consecuencias y castigos que se proyecta una luz de esperanza: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Génesis 3:15).  Así es, Dios se está comprometiendo con el ser humano deshacer reciente alianza con Satanás para que puedan reestablecerla con Dios, además de prometer la destrucción definitiva de quien los indujo a tanto sufrimiento.  Sí, aún allí, Dios estaba en control.

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