Aunque nuestro libre albedrío es
nuestro punto más débil, es nuestra libertad nuestro argumento más fuerte.
Es el punto más débil porque es el aspecto de nuestra vida donde Dios no
interviene y, como demostraron Adán y Eva, estamos en liberta de elegir mal. Por otro lado, es también es nuestro argumento
más fuerte pues no tenemos la obligación de someternos servilmente al liderazgo
y dominio de Satanás.
Al final de la creación, Dios le entregó y encomendó al ser humano lo
que había hecho, que era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31), “para que lo
labrara y lo cuidara” (Génesis 2:15). En
un contexto tal, el ser humano estaba
destinado a vivir vidas felices y productivas en comunión con Dios (Génesis
2:2-3) y con ellos mismos, ausentes de
toda consecuencia producida por el pecado ya existente y confinado a un árbol,
en el centro del huerto (Génesis 2:9). A
parte de tener la responsabilidad de llenar la tierra, tendrían también la
responsabilidad y el privilegio de someterla y ejercer su dominio sobre ella y
su contenido, como, tal vez, representantes de Dios y corregentes de su
propiedad. Así, “el informe bíblico de
la Creación brinda [hoy] a la humanidad, y a cada individuo, la dignidad que el
evolucionismo no puede otorgar.”
En realidad, no había escusa. Sin
ambigüedades, los límites estaban clara
e incuestionablemente establecidos. “Mirad,
os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como
todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer,” había
dicho Dios (Génesis 1:29), “De todo árbol del huerto podrás comer; pero del
árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él
comas, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).
Adán y Eva tenían toda una gama de opciones para comer, con sólo una
prohibición. Siendo seres morales,
tendrían la oportunidad de, en completo control de su libertad, ser obedientes
a Dios.
El registro bíblico describe ese encuentro que cambió las condiciones e historia
de la humanidad en forma dramática. “¿Conque
Dios os ha dicho: ‘No comáis de ningún árbol del huerto’?” Preguntó malévolamente
Satanás (Génesis 3:1), “la serpiente antigua” (Apocalipsis 12:9). Obviamente, Dios no había dicho eso, pero la
pregunta logró atraer la atención de Eva y permitió comenzar el diálogo. Hasta entonces, Eva estaba clara de los
requerimientos de Dios. Ahora, se
presentaba un desafío: “No moriréis. Pero
Dios sabe que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis
como Dios, conocedores del bien y el mal” (Génesis 3:4-5). En ese momento, las múltiples opciones que
Eva tenía para alimentarse perdieron relevancia y se obsesionó con la única opción que le era prohibida. La integridad y autoridad de Dios son
cuestionadas. Parece ser que Dios hace
uso de restricciones para obstaculizar el desarrollo pleno y superior del ser
humano.
Sí, Satanás tuvo razón, sus ojos fueron abiertos (Génesis 3:7), y se convirtieron
en conocedores del bien y el mal (Génesis 3:22), ¡pero a qué precio! En realidad, lo que Satanás ofrecía era algo que,
hasta cierto punto, Adán y Eva ya tenían.
Al momento de su creación Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). Entonces lo que Satanás estaba ofreciendo no era ser “como Dios” (Génesis 3:5), sino rebelarse contra Dios. Como consecuencia, el ser humano desarrolló
sentimientos para con ellos mismos y para contra Dios que nunca antes habían sentido. Por primera vez sintieron vergüenza de ellos
mismos, y sintieron miedo de Dios al punto que se escondieron de su presencia (Génesis
3:7 y 10).
Más que
castigo, fue una consecuencia. Así
Jesús lo explicó en su famosa parábola de la vid verdadera: “el pámpano no
puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:1-5). Una rama que se desprende del árbol, deja de
dar fruto, se seca y se muere, no como castigo, sino como consecuencia. Así, en el Edén, Dios bosquejó las
consecuencias del acto de rebelión perpetuado por el ser humano. Habían roto su alianza con Dios, que
claramente identifican las Escrituras como el dador de la vida, para
establecerla con el enemigo de Dios, Satanás.
Así, “la serpiente, que comería polvo” (Génesis 3:14), la mujer “tendría
grandes dolores al dar a luz” (Génesis 3:16), el hombre debería “trabajar y
transpirar para obtener su comida” (Génesis 3:17-19), entre otros. Pero es en medio de toda esa lista de
consecuencias y castigos que se proyecta una luz de esperanza: “Pondré
enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te
herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Génesis 3:15). Así es, Dios se está comprometiendo con el
ser humano deshacer reciente alianza con Satanás para que puedan reestablecerla
con Dios, además de prometer la destrucción definitiva de quien los indujo a
tanto sufrimiento. Sí, aún allí, Dios
estaba en control.
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